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La lucha por los derechos no termina: importancia de la marcha del orgullo LGBT

¿Hasta cuándo seguiremos escuchando ese “no tengo problemas con los homosexuales, hasta tengo un amigo gay, pero que lo reserven para su casa”? En esta columna Soledad Villa nos habla del origen, importancia y trascendencia de la marcha del orgullo LGBTQI+

Viernes, 24 de junio de 2022 16:03 EDT
People gather for the Pride Parade in Dublin in 2018 (Brian Lawless/PA)
People gather for the Pride Parade in Dublin in 2018 (Brian Lawless/PA) (PA Archive)

Se acerca el día de la marcha del “orgullo gay” en México y Estados Unidos, así como en otros países, y por lo tanto, también llegan los comentarios y quejas por el despliegue “innecesario” de parafernalia que implica el evento y el “daño” que esto puede causar en la niñez. Pero, ¿es esto realmente cierto?

En México la marcha comenzó a tener lugar a principios de la década de 1980, un movimiento que llegó de Estados Unidos en donde la liberación sexual se dio como respuesta a la represión y criminalización de la homosexualidad que dio paso a los disturbios de Greenwich Village, en 1969.

Aunque la marcha conmemora una tragedia, es frecuente encontrar personas que con el típico, “no tengo nada en contra de los homosexuales, pero…”, y ahí en el pero viene la discriminación disfrazada de corrección política y de interés por el bienestar infantil, o el derecho de “todos” a vivir sin ver “este tipo” de expresiones, pero al final es discriminación.

Pero estos argumentos no son nuevos, y se han utilizado a lo largo de la historia, “no tengo nada en contra de que las mujeres voten, pero…”; “no estoy en contra de que los negros tengan derechos, pero…”. La discriminación e intolerancia suelen llegar después de que algo se hace visible. Por ello, la visibilidad es la clave de un evento como la marcha del Orgullo LGBTQI+.

Cuando la sociedad no quiere reconocer algo lo “esconde” para no verlo, o verlo sólo en donde le parece que pertenece. La comunidad negra en Estados Unidos durante años no pudo entrar a los mismos restaurantes, baños, escuelas y transportes que la gente blanca. Verlos donde no “pertenecían” causaba rechazo. Todavía se piensa que el movimiento Black Lives Matter no tiene lugar en el espacio público porque “todas las vidas importan”, aunque los números indiquen las personas de color sufren más acoso de la policía que quienes no lo son.

También durante décadas se pensó que las personas homosexuales no pertenecían a la vida pública, hasta la llegada de Harvey Milk quien, después de años de lucha por los derechos de la comunidad gay de San Francisco, y de conseguir ser electo concejal, fue asesinado a sangre fría por su contrincante.

Hace unas semanas, Joe Biden nombró a una mujer de color y abiertamente homosexual como vocera de la Casa Blanca, algo histórico en un país en donde todavía hay remanentes de lo que fue el Ku Klux Klan.

En Finlandia, Sanna Marin no sólo se convirtió en la primera ministra más joven del mundo, sino que, además, fue criada por una pareja de lesbianas.

“Soy de una familia homoparental y eso sin duda me ha condicionado para que la igualdad, la paridad y los derechos humanos sean muy importantes para mí”, ha dicho Marin.

Pero para llegar a estos pequeños avances en la inclusión fue necesario atravesar un largo trayecto de lucha que no hubiera sido fructífero de no haberse hecho público, de no haber tenido exposición en los medios y de no haberse registrado por parte de la prensa. La visibilidad no solo importa, sino que permite el libre desarrollo de las personas cuya integridad se ve amenazada y en  ocasiones es  una diferencia de vida o muerte.

Es necesario hacer visible a la comunidad, que no deja de ser una minoría, aunque haya quien afirme que hoy “dominan los espacios públicos”, lo cierto es que apenas los habitan. Se necesita porque, en la vida cotidiana y a lo largo y ancho del mundo, todavía hay niños, niñas y adolescentes que luchan en contra de lo que sienten porque se les ha dicho que no es “normal” y que no “está bien”.

El discurso de la “normalidad” y la “condena” perpetua por experimentar una orientación o identidad distinta a la heterosexual es lo que verdaderamente daña a la niñez. Existen estudios que demuestran la ansiedad a la que son sometidos durante los años de la preadolescencia, por la falta de pertenencia y de oportunidades para identificarse con otros, que es fundamental para un desarrollo sano como seres humanos sociales que somos.

¿Es necesario que marchen hombres y mujeres “casi desnudos”, disfrazados y con atuendos “escandalosos”? Combatir los estereotipos del género es tan sólo una de las formas en que se busca acabar con los prejuicios y la intolerancia.

Entender que los seres humanos no pueden separarse en blancos y negros, rosa y azul, con coches y muñecas, con vestidos y pantalones, es un primer paso para acabar con la estigmatización de quien no es heterosexual.

Terminar con el “mariquita”, “marimacha”, “puto”, “abominación”, “rarito”, es posible y comienza por entender que la identidad de género y la orientación y expresión sexual son parte del desarrollo natural de cada persona y no existe un motivo para la discriminación.

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