Atlas de la pandemia: Alemania, del éxito a la preocupación
Durante un tiempo, Alemania parecía haber resuelto el rompecabezas de cómo someter al COVID-19
Durante un tiempo, Alemania parecía haber resuelto el rompecabezas de cómo someter al COVID-19.
Los alemanes disfrutaron de un verano bastante relajado con muchas restricciones levantadas, el dividendo de una respuesta rápida al brote inicial y una confianza en realizar pruebas de manera temprana y agresiva que le ganó amplios elogios. Eso redujo el número de casos diarios de COVID-19 de un pico de más de 6.000 a fines de marzo, a unos cuantos cientos hacia los meses más cálidos.
Después de cerrar todas las tiendas no esenciales, así como las escuelas, los bares, los restaurantes y los clubes, y prohibir las reuniones en público de más de dos personas a fines de marzo, los 16 estados de Alemania pudieron reiniciar su vida pública en mayo.
Muchas escuelas lograron realizar algunas clases antes de las vacaciones de verano y comenzaron a reabrir por completo para fines de agosto. Los restaurantes volvieron a atender clientes. Y con las fronteras abiertas de nuevo, los alemanes felices por las vacaciones tomaron las carreteras, desesperados por salir después de estar encerrados.
Las normas gubernamentales sobre la distancia social, las medidas de higiene y el uso del cubrebocas se mantuvieron en vigor, pero a medida que la vigilancia temprana se convirtió en complacencia, el respeto a ellas comenzó a desvanecerse, y las fotografías de jóvenes de fiesta en grupos cerrados y otras violaciones llevaron a la canciller Angela Merkel a emitir una petición para que las personas volvieran a alinearse.
“No queremos ser un país donde las calles y los sistemas de transporte le pertenezcan sólo a los jóvenes más fuertes y todos los demás, en especial las personas mayores, apenas se atrevan a salir por temor a la infección”, dijo en julio.
Esas súplicas no fueron suficientes y los casos comenzaron a aumentar exponencialmente a medida que el otoño avanzaba, lo que llevó a los funcionarios a instituir un confinamiento parcial llamado “rompeolas” el 2 de noviembre. Los científicos advirtieron que, si la tendencia no se rompía, el país estaba en camino a ver 400.000 casos diarios para Navidad.
“Para controlar la pandemia, necesitábamos utilizar el freno de emergencia”, dijo el ministro de Salud, Jens Spahn, quien enfermó y se recuperó de COVID-19. “La situación es seria”.
Con base en las lecciones aprendidas del primer confinamiento del país, las regulaciones sobre el uso de cubrebocas fueron extendidas para incluir algunas calles concurridas, los restaurantes fueron cerrados de nuevo para las comidas en sus instalaciones, y se impusieron restricciones sobre cuántas personas podían reunirse. A las escuelas y las tiendas, sin embargo, se les permitió permanecer abiertas.
Las infecciones continuaron en aumento con nuevos récords diarios, casi cuatro veces mayores que el pico de marzo, pero los funcionarios dijeron con cautela a fines de noviembre que parecía que las cifras comenzaban a estabilizarse.
A pesar del aumento reciente, Alemania es aún la envidia de muchos con una tasa de mortalidad de menos de la tercera parte del Reino Unido, y casi la tercera parte de la de Francia e Italia, países que tienen poblaciones más pequeñas.
Para mediados de diciembre, Alemania había reportado 1.588 casos y 26.2 muertes por cada 100.000 habitantes.
Un sistema de sanidad y hospitalario robusto —en el pasado ridiculizado por los economistas como inflado y demasiado costoso— ha significado que, en ambas fases de la pandemia, Alemania siempre haya tenido camas disponibles e incluso ha podido acoger a pacientes críticos de sus vecinos europeos.
Años de tener un superávit presupuestario, ampliamente criticado por reducir su crecimiento económico, significó que el gobierno pudo anunciar planes de rescate para las empresas por más de un billón de euros (1,18 billones de dólares) en marzo. A eso le siguió un paquete de estímulos por 130.000 millones de euros.
Alemania también ha mantenido bajo el desempleo mediante el uso extensivo de un programa de apoyo al salario que ha estado en vigor durante años, en el que la agencia federal del trabajo paga al menos el 60% del salario de los empleados cuyas horas son reducidas a cero.
Desde el principio de la crisis, los antecedentes de Merkel como científica antes de que entrara a la política y su enfoque cauteloso y objetivo han resonado en la mayoría de los alemanes.
Las últimas encuestas muestran que alrededor del 60% aprueba el nuevo “confinamiento ligero”, con alrededor del 25% que piensa que las medidas deberían ser aún más estrictas, y solo alrededor del 15% que sugiere que fueron demasiado severas.
“El invierno será difícil —cuatro meses largos y difíciles”, dijo Merkel sin rodeos cuando se promulgaron las restricciones. “Pero terminará”.