Campamento en Texas refleja penurias de diáspora haitiana
Muchos de los miles de migrantes haitianos que están ahora acampados en Texas cruzaron desde México, pero en realidad su travesía comenzó mucho antes en Sudamérica
Robins Exile comía un plato típico de pollo frito con plátanos en un restaurante de migrantes haitianos a poca distancia de la frontera estadounidense. Había llegado la noche anterior pidiendo consejo: ¿Debería tratar de cruzar hacia Estados Unidos, o mejor quedarse en México?
Por WhatsApp, Facebook y YouTube, migrantes haitianos le advertían que mejor no tratara de cruzar por Del Río, Texas donde miles de haitianos han acampado en días recientes. Ese ya no era el lugar fácil de cruzar que era hace unos días.
Las conversaciones el lunes en el restaurante de Tijuana ofrecían un retrato de la diáspora haitiana que surgió en el 2016 y que va creciendo, y cuyo ejemplo más reciente es la aglomeración de más de 14.000 migrantes -- en su mayoría haitianos -- en los alrededores de un puente en Del Río, un poblado de apenas 35.000 habitantes.
Hoy en día hay aproximadamente 1,8 millones de haitianos que viven fuera de su país, el más pobre del Hemisferio Occidental, y cuya mayor comunidad en el exterior está en Estados Unidos con 705.000 personas. Hay también considerables comunidades haitianas en diversos países latinoamericanos como Chile, donde viven unos 69.000, según el Migration Policy Institute.
Casi todos los haitianos que llegan a Estados Unidos lo hacen por una ruta sumamente transitada: Viajan primero vía aérea a Brasil o Chile y, cuando desaparecen las oportunidades de empleo allí, emprenden la peligrosa y lenta travesía por Centroamérica y México, en autobús, carro o incluso a pie. Es una ruta sumamente lenta que puede tardar años, y que eventualmente los deja en ciudades norteñas como Tijuana donde esperan por el momento preciso para cruzar a Estados Unidos y pedir asilo.
Los haitianos rara vez usan contrabandistas o traficantes conocidos como “coyotes” sino más bien una combinación de experiencias y mensajes compartidos, muchas veces por WhatsApp o Facebook, sobre donde es más seguro, dónde hay más trabajo, dónde es más fácil cruzar.
Hace pocos meses una gran cantidad apareció en Ciudad Juárez en México, dispuesta a cruzar a El Paso, Texas. A los pocos días se trasladaron a Ciudad Acuña en México, allende la frontera de Del Río. En Estados Unidos el lunes, el secretario de seguridad nacional Alejandro Mayorkas comentó que el surgimiento de esa masa de personas fue inusualmente súbito.
Muchos refugiados haitianos inicialmente venían a Estados Unidos por mar. La mayoría fueron interceptados por la Guardia Costera y sometidos a una rápida inspección para ver si tenían derecho al asilo, explicó David FitgGerald, profesor de sociología de la Universidad de California en San Diego y experto en temas de asilo. En 1994, haitianos fueron interceptados y entrevistados por las autoridades estadounidenses en un buque ucraniano fletado en y en un buque de la Armada de Estados Unidos cerca de Kingston, Jamaica. Los intentos de llegar por mar fueron disminuyendo luego que la Corte Suprema permitió las repatriaciones sin salvaguardas para refugiados.
Decenas de miles de haitianos huyeron de su país tras el devastador terremoto del 2010 y se asentaron en Sudamérica. Una vez desaparecidas tras las oportunidades de empleo de las olimpiadas de Río de Janeiro en el 2016, muchos vinieron a Tijuana. El entonces presidente Barack Obama inicialmente les permitió la entrada por razones humanitarias pero abruptamente comenzó a repatriarlos, dejando a muchos de ellos varados en la frontera con México.
Desde entonces, han proliferado los restaurantes y otros negocios haitianos en Tijuana. Muchos han conseguido empleo en las fábricas construidas para las exportaciones hacia Estados Unidos, o en autolavados. Hay tantos que un barrio entero ha sido apodado “Pequeño Haití”.
Muchos haitianos han logrado legalizar su status migratorio, aunque sea temporalmente, en México, Brasil y otros países de la región. Algunos incluso se han casado y han tenido hijos en sus países adoptivos.
Exile, quien bromea que es su destino ser refugiado debido a su nombre, dice que le gustaría tener papeles para vivir y trabajar en México en caso de que fracase su plan de llegar a territorio estadounidense. Él y su esposa embarazada llevan dos meses y medio viajando, desde que él perdió su empleo en Brasil, a donde fueron vía aérea hace año y medio debido a la inseguridad de Haití.
Se quedaron tres semanas en la zona fronteriza entre México y Guatemala, con planes de llegar a Texas. Pero para cuando su familia le envió dinero, se enteró que Tijuana era la mejor opción ya que cuenta con una comunidad haitiana bien establecida.
“Se está complicando la cosa y por eso vine aquí, ojalá aquí pueda encontrar trabajo y vivir en paz y mantener a mi familia”, expresó Exile en el restaurante que tiene las paredes pintadas con los colores de la bandera haitiana.
Exile entiende las razones por las cuales Estados Unidos está repatriando a los refugiados que han acampado en Del Río.
“Creo que la gente debería esperar y trabajar aquí en México”, comentó. “Aquí también hay oportunidades, aunque no tantas como en Estados Unidos”.
Pierre Wilthene y su esposa opinan lo mismo. Son los gerentes del restaurante “Chris Kapab” (“Dios quiera” en creole). Llegaron a Tijuana hace cinco años, luego de haber ido a Brasil cuando la economía estaba en auge a raíz del mundial de fútbol del 2014.
“Aquí las cosas van bien”, expresó Wilthene, quien es también vicepresidente de la Asociación para la Defensa de los Inmigrantes Haitianos en Tijuana, una agrupación que ayuda a encontrar vivienda, muebles, ropa y juguetes para los haitianos y les asesora a manejar los sistemas de salud y educación pública en México.
Yuliy Ramírez vino a Tijuana cinco años después de perder su empleo en Brasil, a donde llegó en el 2012. Se inscribió en una universidad de Tijuana para estudiar enfermería.
“México es una buena opción para mí, pero no voy a negar que para muchos, podrían tener una vida mejor en Estados Unidos”, comentó Ramírez.
Unos 150.000 haitianos fueron a Chile entre el 2014 y el 2018, muchos en vuelos fletados para poder tener una visa, y una vez allí consiguieron trabajo como vendedores ambulantes, conserjes o albañiles. En su mayoría vivían en barrios marginales y eran víctima de discriminación.
En abril entró en vigencia una ley migratoria más estricta y el gobierno chileno lanzó una campaña masiva de deportaciones.
Ahora muchos haitianos viajan al pueblo colombiano de Necocli, donde toman un bote que los lleva a la frontera con Panamá y de ahí empiezan la peligrosa travesía por la selva de Darién. En julio había allí más de 10.000 migrantes, en su gran mayoría haitianos.
Los migrantes ahí suelen quedarse en pequeños hoteles o en casas de residentes locales, donde pagan unos 6 o 10 dólares por noche. A veces grupos grandes duermen en carpas en la playa.
El ministro de seguridad de Panamá Juan Pino declaró el lunes que la semana pasada su país estaba todavía recibiendo entre 2.000 y 3.000 migrantes — en su mayoría haitianos — a través de Darién.
De allí muchos se han hecho camino a México, donde algunos piden asilo en la ciudad sureña de Tapachula y viven en campamentos.
A diferencia de los centroamericanos, por lo general México no ha deportado a los haitianos. En lo que va de año unos 19.000 haitianos han pedido asilo en México, el segundo grupo más grande después de los hondureños. En los dos años previos, en promedio, unos 6.000 haitianos pidieron asilo en México cada año.
Sin embargo, en años previos la mayoría seguían rumbo a Estados Unidos, una opción que ahora está en duda debido a los mayores riesgos.
Estados Unidos ahora está deportando masivamente a los haitianos en Del Río, en lo que se perfila como el mayor operativo de repatriación de refugiados en décadas. Las autoridades han anunciado que en los próximos días aumentarán la cantidad de vuelos diarios a siete.
Junior Jean vivió en Chile cuatro años antes de cruzar México y llegar al campamento improvisado en Del Río.
“En Chile me fue muy mal”, comentó Jean, de 32 años. “Dormia en las calles, buscaba entre la basura para comer. Así estábamos. Allá no hay nada”.
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Lozano reportó desde Ciudad Acuña, México y Spagat desde San Diego. Contribuyeron a este reportaje los reporteros Eva Vergara en Santiago de Chile, Astrid Suárez y Manuel Rueda en Bogotá, Juan Zamorano en Ciudad de Panamá y Maria de la Verza en Ciudad de México.