Historias de la pandemia: Tulipanes, símbolo de esperanza
Amy Baird se sentía desolada por el impacto del coronavirus en el mundo y encontró consuelo en el sitio más inesperado: un campo con tulipanes brillantes que le devolvió la fe en la vida y la acercó a una anciana de 79 años que batalla contra un cáncer cuando ella más necesitaba el calor humano
Cuando el coronavirus trastornó su vida, Amy Baird se asustó, igual que buena parte del mundo. Pensó en sus hijos y en lo que pasaría con sus escuelas y sus amigos, en sus suegros, ambos setentones, y en su propia salud, ya que había sufrido una embolia pulmonar.
“Odio el COVID”, se acostumbró a decir su hijo de cuatro años, implorando poder abrazar a su abuela, confundido por las cintas blancas en la entrada de su casa que marcan las distancias a mantener durante visitas afuera.
Una mañana de la primavera que cambiaría dos vidas, la frustrada mujer de 38 años manejaba por una ruta cerca de su casa en Spanish Fork, Utah y pasó por un campo donde abundaban los tulipanes. Esta vez no siguió de largo ignorándolos, como de costumbre, sino que apreció el rojo y blanco brillantes en un terreno con una leve inclinación.
Tal vez el mundo salga adelante, después de todo, pensó.
“Sentí que la vida continuaba, que las plantas seguían floreciendo, que volvía la vida pasado el invierno”, comentó Baird, quien es profesora de la Utah Valley University.
Cuando escuchó que la empresa Hallmark estaba regalando tarjetas para alentar el contacto entre la gente en un mundo cada vez más aislado, quiso enviarle una a la persona que atendía los tulipanes.
Una pequeña investigación la indicó que sería Marjan Martin Curtis, de 79 años.
Baird le hizo llegar una carta que simplemente decía: “Lo que tú haces es importante”.
“Cuidas este pequeño lote junto al camino. Tal vez no lo sepas, pero eso impacta a la gente”, escribió Baird, sin saber que la anciana viuda peleaba contra un cáncer avanzado, se sometía a tratamientos de radiación y se mostraba cada vez más abatida.
Curtis y su finado esposo habían plantado la flor nacional de Holanda por años en homenaje a su tierra natal, donde su familia escondió a niños que les escapaban a los nazis en su establo durante la Segunda Guerra Mundial.
La naturaleza siempre había sido un bálsamo curativo, un sitio al que podía escapar. Décadas atrás, cuando su hija fue secuestrada y luego rescatada; hace cinco años, tras la muerte de su esposo, y ahora, en plena pandemia, la invade la esperanza cuando camina por terrenos rocosos o se sumerge en el agua.
Incluso hoy es capaz de decidir en el momento explorar el parque Red Rocks en Colorado o el Parque Nacional Canyonlands, caminando junto a arroyos y explorando ruinas.
“Me olvido de mis problemas”, explicó.
No sabía que sus tulipanes podían tener el mismo efecto en otros.
Curtis se había estado sintiendo particularmente mal cuando llegó la tarjeta de Baird. Se cuidaba mucho por la pandemia y no había visto casi a sus seis hijos. El cáncer se había expandido al páncreas y al riñón que le quedaba, que espera no perder y verse obligada a someterse a diálisis.
La tarjeta le “entibió el corazón”, según dijo. “Casi me hace llorar. Es como si ella hubiese sabido que necesitaba el contacto humano porque estaba aislada y tan sola. Hasta que recibo esta carta y pienso, ‘hay gente a la que le importo, no bajes los brazos’”.
Curtis le escribió una sentida respuesta y las dos entablaron una estrecha amistad.
Baird le escribió más cartas y se pasaron los números de teléfono. Baird le mostró fotos de sus hijos tallando calabazas. A pedido de Curtis, la visitó en persona, dejándole brownies caseros y hablando con ella a cierta distancia, usando barbijos.
“Cuanto más la conozco, más la quiero”, dijo Baird. “Nos necesitamos más que nunca. Todos atravesamos tiempos duros”.
Curtis le mandó a Baird un libro acerca de la ayuda que su familia brindó a la gente durante la Segunda Guerra Mundial y Baird se sintió conmovida por su fuerza y su espíritu aventurero.
“El hecho de que ella estuviese sufriendo, sola y triste, y de que yo pude escribirle una carta sencilla que la hizo sentir querida... qué fuerte”, dijo Baird. “Me hizo sentir mejor y me ayudó a salir adelante”.
Curtis compró más tulipanes en agosto, pero teme no estar lo suficientemente fuerte para plantarlos, por lo que mujeres del club de lectura de Baird se ofrecieron a hacerlo.
En la primavera, en medio de la incertidumbre por la pandemia, el terreno cobrará vida nuevamente, con un caleidoscopio de tulipanes, un recordatorio del poder de la esperanza y del vínculo creado junto a esta carretera de Utah.