Joven yazidi ahora vive en libertad, pero el trauma perdura
Una joven de la etnia yazidi en Irak que fue secuestrada y violada por milicianos del grupo Estado Islámico, hoy en día vive en libertad en Siria, pero con el temor de ir a su poblado natal y de que su comunidad ya no la acepte
Los verdugos de Roza Barakat han sido derrotados, pero los horrores que ella vivió siguen atormentándola.
Ella tenía apenas 11 años cuando fue capturada y esclavizada por el grupo Estado Islámico junto contras miles de niñas y mujeres de la etnia yazidi cuando los extremistas islámicos conquistaron el norte de Irak en su brutal campaña en el 2014.
Sacada de su familia en el poblado de Sinjar, enlave de la minoría yazidi, fue llevada a Siria, vendida a distintos hombres y repetidamente violada. Dio luz a un hijo, del cual ha perdido la pista. Hoy en día, a sus 18 años de edad, habla poco en su idioma natal, el dialecto kurdo Kurmanji.
Tras la derrota del EI en el 2019, Barakat decidió esconderse entre el caos suscitado tras los combates. Muchos combatientes del EI fueron arrestados y sus esposas e hijos fueron llevados a campamentos de detención. Barakat quedó en libertad, pero no podía regresar a su poblado de origen.
“No sé cómo podré encarar a mi comunidad”, dijo la joven en una entrevista con The Associated Press hablando en árabe y visiblemente nerviosa, jalando de una larga trenza con sus dedos, el esmalte de uñas rojo casi desvanecido.
Durante años, sus secuestradores le advirtieron que jamás sería aceptada por su comunidad si regresaba. “Yo les creí”, declara.
La experiencia de Barakat, confirmada por funcionarios yazidis y sirios, es común entre las muchas mujeres yazidi que entraron a la adultez bajo el brutal régimen del EI. Aturdidas y traumatizadas, tienen dificultades en procesar su pasado y sus comunidades no saben si aceptarlas.
“¿Qué se puede esperar de una niña que fue violada a los 12 años y tuvo un bebé a los 13?”, expresó Faruk Tuzu, co-director de la Casa de los Yazidis, una confederación de asociaciones yazidis en el noreste de Siria. “Después de tanto maltrato y abuso, ya no creen en nada, sienten que no pertenecen en ningún lugar”.
La AP por lo general no identifica a personas que dicen ser víctimas de agresiones sexuales a menos que lo autoricen ellas mismas.
Barakat habló con la AP desde un refugio administrado por el grupo de Tuzu pocos días después de que el líder del EI, acusado de ser clave en el secuestro de las mujeres yazidis, murió cuando comandos estadounidenses allanaron su escondite en el noreste de Siria.
Al enterarse de la noticia, Barakat dijo que no le importaba, que eso no le afectaba a ella.
El EI primero vendió a Barakat a un hombre iraquí que era mayor que su padre en Tal Afar. Barakat tiembla al recordar como él “me obligaba a llamar a su esposa ‘madre’”. Unos meses después, fue vendida a otro hombre.
Eventualmente, sus captores le dijeron que tenía que decidir: o se convertía al islam y se casaba con un combatiente del EI, o sería vendida otra vez. Ella se convirtió, dice ahora, para no ser vendida otra vez. La casaron con un libanés que transportaba alimentos y equipos para los combatientes del EI.
“Él fue mejor que la mayoría de los demás”, recuerda hoy la joven. A los 13 años dio luz a un hijo, Hoodh. Durante el auge del autoproclamado “califato” del EI, vivieron en la ciudad de Raqqa, que los islamistas declararon su capital.
En cierto momento, ella le pidió a sus captores que le digan qué le pasó a sus hermanas que, al igual que ella, fueron secuestradas. Había perdido esperanzas de que sus padres hayan sobrevivido.
Unas semanas después, uno de los captores le dijo que había hallado a una de sus hermanas, mostrándole una foto de una mujer en un mercado de esclavas yazidis en Raqqa.
Barakat recuerda que en ese momento pensó “Qué distinta se ve”.
A inicios del 2019, en momentos en que el EI se desmoronaba, Barakat huyó con su esposo primero a Deir el-Zour, en el este de Siria y luego a Baghouz, que se convirtió en el último reducto del EI. Cuando las Fuerzas Democráticas Sirias, una milicia kurda, rodearon Baghouz, ofrecieron establecer un corredor humanitario para la salida de mujeres y niños.
En ese momento, Barakat pudo haberse identificado como yazidi y pudo haber buscado refugio seguro. En lugar de ello, sujetó a Hoodh en sus brazos y se salió del poblado con otras esposas del EI.
Hoy en día, unas 2.800 mujeres y niños yazidi siguen desaparecidos, dijo Tuzu. Algunas se han olvidado de sus pueblos natales, buscando rehacer sus vidas totalmente y creyendo que si vuelven serán asesinadas. Otras temen ser separadas de sus hijos, engendrados por combatientes del EI.
La comunidad yazidi en Irak ha obligado a las mujeres que regresan a Sinjar a abandonar a sus crías como condición para regresar. A muchas se les ha dicho que sus hijos serán adoptados por kurdos, pero un gran número de los pequeños han terminado en un orfanato en el noreste de Siria.
La suerte de los niños ha sido centro de un debate dentro de la comunidad yazidi.
En el 2019, el Consejo Espiritual Yazidi, la máxima autoridad entre los yazidis, llamó a toda la comunidad a aceptar a los sobrevivientes de las atrocidades cometidas por el EI. Días después, el Consejo aclaró que la decisión excluía a hijos nacidos de violación.
“Ese fue un error, y lo reconocemos. No permitimos que los pequeños se queden con sus madres”, expresó Tuzu.
Confirmó que algunas mujeres yazidi siguen en el campamento al-Hol, donde hay miles de mujeres y niños en su mayoría esposas, viudas o hijos de combatientes del EI.
Muchos de los yazidis desaparecidos se esparcieron por Siria y Turquía, otros viven en la clandestinidad en Alepo en Siria o en Deir El-Zour.
Tuzu sospecha que la mayoría se fue a Idlib la provincia rebelde donde predomina al-Qaida pero donde el EI mantiene una presencia.
Tras salir de Baghouz con otras mujeres del EI en marzo del 2019, Barakat se fue a una aldea cercana en vez de ir a un campamento. Con ayuda de simpatizantes del EI, pasó por una ruta de contrabandistas y terminó en Idlib, en el noroeste de Siria, en un asilo para viudas del EI. Su esposo fue abatido en Baghouz.
Aquí el relato de Barakat a la AP discrepa con el que dio a funcionarios. A ellos les dijo que dejó a su hijo en Idlib para poder ir a otro lugar a buscar trabajo. A la AP, dijo que Hoodh falleció en un ataque aéreo en Idlib.
Cuando se le preguntó sobre la discrepancia, respondió: “Es muy difícil, no quiero hablar de ello”.
Con ayuda de un contrabandista, llegó a Deir el-Zour y eventualmente encontró trabajo en un mercado de ropa, ahorrando para hacer una nueva vida en Turquía.
Siguió soñando en ir a Turquía cuando fuerzas de la seguridad interna kurda la detuvieron el mes pasado, cuando estaba esperando en una casa en el poblado de al-Tweinah para ser llevada por contrabandistas a la frontera entre Siria y Turquía.
Fue interrogada durante varios días.
“Hice todo lo que pude para ocultar que era yazidi”, narra la joven. Le dijo a los investigadores que ella era de Deir el-Zour y que estaba cruzando hacia Turquía para tratamiento médico, pero no le creyeron.
Uno de ellos le mostró una foto que ella tenía en su celular, de una mujer joven yazidi en un mercado de esclavas del EI, y le pidió a Barakat que se explique.
“Simplemente se me salieron las palabras: ‘Esa es mi hermana’”, recuerda Barakat.
Una vez que confesó, Barakat fue llevada a un refugio en la aldea de Barzan, en la provincia de Hassakeh en Siria, donde la comunidad yazidi la recibió.
“Me quedé atónita por sus palabras tan amables, por la manera tan agradable en que me recibieron”, recuerda Barakat.
Pero no está lista para regresar a Sinjar todavía. Su familia entera, o murió o no se sabe dónde están.
Barakat se pregunta si hay algo por lo que regresar.
“Necesito tiempo para mí misma”, dice.