Kurdos iraquíes lo arriesgan todo para llegar a Europa
El alto desempleo, la corrupción endémica y una crisis económica que redujo drásticamente los sueldos han llevado a muchos kurdos iraquíes a vender todo lo que tienen y partir con la esperanza de llegar Europa por vía de Bielorrusia
El traficante los había dejado en un frío bosque en la frontera entre Polonia y Bielorrusia prometiéndoles que regresaría en unos 10 minutos. Pero habían pasado tres horas y Zaid Ramadan seguía esperando, desesperado y con ansias de empezar una nueva vida en Europa
Su esposa embarazada, Delin, temblaba bajo una frazada. Ella se había opuesto a salir de Dohuk, la provincia montañosa en una zona kurda del norte de Irak. Consideraba que la travesía era demasiado peligrosa y costosa y que el cambio era demasiado radical.
“Pero yo la convencí que había que irnos. Allí eso no era vida. Lo que hay es corrupción, desempleo y represión”, declaró Ramadan, de 23 años.
La pareja estaba entre un nutrido grupo de kurdos iraquíes que vendieron sus casas, sus vehículos y otras pertenencias para pagarle a traficantes a cambio de que le lleven primero a Minsk en Bielorrusia, con esperanza de después de emigrar a algún país de la Unión Europea
Es un fenómeno peculiar al tratarse del Kurdistán iraquí, una región rica en petróleo considerada la más estable de todo Irak. Pero el alto desempleo, la corrupción endémica y la crisis económica que redujo drásticamente los sueldos le han quitado a muchos pobladores locales la esperanza de un futuro mejor, y las ha llevado a venderlo todo para salir de ahí.
El Kurdistán iraquí está gobernado por dos familias que se dividieron el territorio: los Barzani en Irbil y Dohuk, y los Talabani en Sulaymaniya. Este arreglo garantizó cierta estabilidad y prosperidad comparado con el resto de Irak, pero también ha creado nepotismo y represión. Tales problemas han llevado a muchos residentes locales a emigrar. Muchos abandonaron los estudios, al llegar a la conclusión que la educación no les llevaría a una buena profesión. Otros eran empleados públicos que se fueron al considerar que sus sueldos no alcanzaban para mantener a sus familias.
De los 430 iraquíes que fueron repatriados la semana pasada tras intentar ir a Minsk, 390 desembarcaron en la región kurda. Entre ellos estaban Zaid y Delin Ramadan, que ahora están otra vez viviendo con los padres de Zaid en Dohuk.
Como miles de otros, fueron atraídos al borde de la Unidad Europea por las promesas de Bielorrusia de darles visas rápidamente. La UE acusa al gobernante autoritario de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, de usar a los migrantes como peones políticos en represalia por las sanciones que la unión le impuso a su país.
Los migrantes salieron rumbo a Bielorrusia con la esperanza de entrar en la UE, la mayoría provenientes de Irak y Siria. Las redes de los traficantes parecían particularmente eficientes en la zona kurda de Irak, donde la crisis económica provocada por la caída de los precios del petróleo dejó insolvente al gobierno local.
Los precios petroleros han mejorado pero el presupuesto de la región depende de transferencia de dinero del gobierno central en Bagdad para poderle pagar sus sueldos a los empleados públicos. Los pagos han sido interrumpidos debido a disputas sobre las políticas de la región en cuanto a sus exportaciones de petróleo.
Miles de estudiantes en Irbil y Sulaymaniya han salido a las calles a protestar en días recientes por la falta de fondos del gobierno de Kurdistán. Muchos de ellos se han aglomerado frente a la sede del Ministerio de Educación Superior, exigiendo el pago de estipendios que llevan ocho años congelados.
Funcionarios kurdos sostienen que la emigración se debe simplemente a promesas falsas de una travesía fácil.
“Este no es un tema migratorio sino un tema de criminalidad y tráfico de personas”, tuiteó Masrour Barzani, primer ministro del gobierno regional de Kurdistán.
Los migrantes dicen que se fueron por cuenta propia, desesperados por tener un nivel de vida inalcanzable en su propio país, y que no fueron forzados por traficantes.
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Ramadan dejó los estudios en el noveno grado. Al principio tanto su padre, un maestro, como su madre, que era enfermera, se opusieron. Pero accedieron cuando Ramadan les recordó que sus dos hermanas mayores se habían graduado de odontólogas en Dohuk y seguían sin conseguir trabajo.
Ramadan nunca llegó a conseguir un trabajo estable. Desde el 2013, ha sido valet, mesero, obrero de construcción y taxista. Nunca ganó más de 200 dólares mensuales, apenas lo suficiente para pagar el alquiler. En 2019 se hizo voluntario para trabajar gratis como chofer de ambulancia, pensando que eventualmente le darían un trabajo pago, lo que nunca ocurrió.
El gobierno es el principal empleador de la región kurda. Las medidas de austeridad anunciadas el año pasado, incluidos recortes salariales de hasta 21%, desataron protestas y agravaron el descontento hacia la clase gobernante. Los recortes fueron revocados en julio, pero el impacto dejó huella.
Los jóvenes a veces tratan de involucrarse con la peshmerga -- la rama kurda de las fuerzas armadas iraquíes -- para conseguir trabajo. Ramadan lo intentó, pero no tenía los contactos adecuados.
Los kurdos iraquíes también mencionan las políticas represivas de la élite gobernante local como una de las razones de su emigración.
En el año pasado periodistas, activistas de derechos humanos y manifestantes que han cuestionado o criticado las acciones de autoridades kurdas han sido víctima de intimidación, amenazas, acosos y arrestos arbitrarios, según han denunciado la ONU y Human Rights Watch. El gobierno kurdo rechaza acusaciones de que ha reprimido las opiniones contrarias e insiste en que cualquier caso de nepotismo es responsable de individuos que están abusando de su poder.
Ramadan relata que en este ambiente represivo, tenía temor de alzar su voz.
En octubre, tras enterarse de la ruta por Bielorrusia, depositó 10.000 dólares en una casa de cambio local en Dohuk que estaba vinculado con un traficante de migrantes.
Ramadan y su esposa esperaban a su primer bebé y él estaba decidido a empezar de nuevo en Alemania.
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Cuando despuntó el alba y no llegaba el carro que supuestamente los iba a llevar a Alemania, Ramadan se empezó a preocupar.
Él y su esposa habían caminado junto con otras 12 personas por el húmedo bosque, cruzando hacia Polonia en busca de un marcador GPS colocado por el traficante. Pasaron las horas.
Cuando al fin llegó el vehículo, era un minibús, no el carro pequeño que esperaban. Ramadan sabía que un minibús atraería las sospechas de las autoridades polacas, pero los migrantes se subieron de todas maneras, renuentes a pasar más frío.
A los pocos kilómetros escucharon sirenas. El minibús frenó en seco. Y los sueños de Ramadan se esfumaron. Él y su esposa, ahora con cinco meses de embarazo, fueron repatriados por vía aérea la semana pasada.
“¿Qué te puedo decir? Estoy desconsolado. Estoy de regreso en el punto de donde partí”, expresó.
Muchos otros iraquíes han decidido quedarse en Bielorrusia, con la esperanza de cruzar a Polonia otro día, de alguna manera. Unos 2.000 se están quedando en un almacén cerca de la frontera.
Entre ellos está Miran Abbas, de 23 años, quien en Irak era jornalero y asistente en una barbería.
Su padre, Abbas Abdulrahman, habló con él por videollamada hace pocos días, desde la vivienda familiar en Sulaymaniya.
“¿Cómo está todo?” le preguntó el padre.
Abbas relató que se les estaban acabando la comida y que las autoridades bielorrusas les habían echado agua fría encima para presionarlos a cruzar hacia Polonia. Aun así, dijo, no darán marcha atrás.
“¿Cómo podré vivir yo en Kurdistán? Prefiero quedarme aquí, aun si me faltan el respeto mil veces”, expresó.
Su madre, Shukriyeh Qadir, reconoce que Abbas no pudo encontrar trabajo en Kurdistán.
“Le llegó el momento de casarse, pero no tenía el dinero. Quería comprarse un carro, pero para eso tampoco le alcanzó el dinero. Quería echar raíces, comprarse una casa, crear una familia, pero eso tampoco fue posible”, añadió la mujer.
“Por lo tanto, se fue por sufrir tanto”, expresó.