Patrimonio cultural de la UNESCO en peligro en Venezuela
La suspensión de clases por más de un año debido al COVID-19 es apenas uno del cúmulo de problemas que azotan a la Universidad Central de Venezuela, la más antigua y grande del país, cuya formidable infraestructura se encuentra en peligro por la endémica falta de fondos, una mala gestión y el inadecuado mantenimiento de las estructuras diseñadas por el arquitecto modernista Carlos Raúl Villanueva
La suspensión de clases por más de un año debido a la pandemia de COVID-19 es apenas uno del cúmulo de problemas que azotan a la Universidad Central de Venezuela, la más antigua y grande del país, cuya formidable infraestructura se encuentra en peligro por la endémica falta de fondos, una mala gestión e inadecuado mantenimiento.
El campus de la llamada Ciudad Universitaria de Caracas -que alberga más de 90 edificios, estadios, caminos techados, grandes plazas y obras de reconocidos artistas como el pintor y litógrafo húngaro Victor Vasarely y el escultor estadounidense Alexander Calder- fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000.
Algunos de esos espacios, empero, ya no son aptos para profesores y estudiantes.
En la mayoría de los edificios -diseñados por el arquitecto modernista Carlos Raúl Villanueva- los techos y paredes se desprenden.
El deterioro, que en la mayoría de los casos se evidencia a simple vista, también afecta las estructuras internas. En junio del año pasado el techo de uno de los caminos cubiertos se derrumbó por la acumulación de agua estancada por falta de limpieza de los drenajes.
Para muchos la distinción como Patrimonio Cultural de la Humanidad ha ahondado el problema, ya que hasta el más pequeño arreglo es sometido a largas y estériles discusiones y termina por postergarse indefinidamente.
Ser declarada Patrimonio Cultural “ha sido como una maldición para la universidad”, dijo José Luis García, un estudiante de Relaciones Internacionales de 26 años. "Cuando surgen iniciativas desde el sector estudiantil, del sector privado, para arreglar algunas cosas que se pueden solventar dentro de la universidad, nos encontramos con barreras burocráticas y el no rotundo del Concejo de Preservación y Desarrollo”.
“En esta situación ya tenemos muchísimos años”, agregó Garcia e indicó que la suspensión de clases desde el 16 de marzo de 2020 por la cuarentena aún vigente para contener los contagios de coronavirus agudizó la crisis.
“Las autoridades universitarias lo tomaron como una excusa y abandonaron la universidad. Hoy... vive porque somos los estudiantes los que le damos oxígeno”, expresó García.
Autoridades universitarias y miembros del Concejo, que tiene a su cargo velar por la preservación de la universidad, no respondieron a la AP su solicitud de comentarios.
La escasez de fondos para realizar los trabajos de mantenimiento y restauración, la limitada disponibilidad de trabajadores con capacidad técnica o que son ahuyentados por los bajos sueldos que rondan los cinco dólares al mes, hacen que la conservación de la infraestructura sea una tarea cuesta arriba.
A ello se suma la negativa de las organizaciones sindicales universitarias de aceptar que sus afiliados sean redirigidos a áreas donde sus servicios son requeridos por alguna contingencia.
Antes de la pandemia los estudiantes con frecuencia debían asumir las responsabilidades del personal de mantenimiento -como sacar la basura de las aulas- porque la dirigencia obrera de la universidad solía impedir que cuando un trabajador estaba ausente otro realice sus labores y exigía la incorporación de un reemplazo temporal.
“Realmente no es nuestra labor, como estudiantes no deberíamos hacer labores de mantenimiento, pero si no lo hacemos nosotros no lo hace más nadie”, dijo Cristian Carrasquel, de 20 años y que participó como voluntario para cortar la maleza que se apoderaba de los espacios de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. De acuerdo con cifras oficiales, la universidad cuenta con 19.300 trabajadores.
El crecimiento forzado por las transformaciones -como el surgimiento de nuevas carreras, espacios para la investigación y tareas administrativas- también afectó el diseño de la ciudad universitaria. Con frecuencia se vulnera la integridad de los materiales originales y el ornato, dejando de lado técnicas de construcción especializadas usadas a lo largo de su construcción desde 1944 hasta casi el final de década de 1960.
En las últimas décadas se han construido galpones que afean el paisaje diseñado por Villanueva, quien se inspiró en los principios de la escuela Bauhaus de Alemania que promovía una arquitectura y diseños funcionales y luminosos con un alto valor artístico.
El campus está dominado por estructuras rectangulares, espacios públicos amplios, prácticos, de usos múltiples, caracterizados por diferentes escalas y niveles que separan los ambientes. El ornato, en tanto, se basa en proyecciones de cemento que recubren los ventanales de los edificios, engalanados con mosaicos y coloridos murales como los del maestro Alejandro Otero, quien junto a Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, fue uno de los artistas más importantes de Venezuela y el mundo.
La Universidad Central, que a lo largo de los siglos cambió varias veces de ubicación, fue donde germinó la lucha independentista en el siglo XIX y las luchas democráticas en el siglo XX. En la actualidad sus estudiantes y autoridades se encuentran entre los más acérrimos críticos del gobierno.
Su origen se remonta al Colegio Seminario de Santa Rosa de Lima de Caracas, encargado de la formación de los aspirantes a sacerdotes católicos, que fue elevado a universidad en 1721 por el rey Felipe V de España.
También tuvo como sede el antiguo Convento de San Francisco, localizado en pleno centro de la capital venezolana, hasta su traslado definitivo a los terrenos de la entonces Hacienda Ibarra, una propiedad de casi 1,6 kilómetros cuadrados que fue residencia del Libertador Simón Bolívar durante su última estadía en Venezuela 1827.