Radicalización: Ideologías distintas, procesos parecidos
Un albañil estadounidense es seducido por teorías conspirativas y participa en la toma del Congreso
En los meses previos a su imputación por la toma del Congreso Doug Jensen compartía las teorías conspirativas que encontraba en la internet. Pero no siempre fue así, según su hermano, quien recuerda cómo en el pasado publicaba fotos de la familia y de vacaciones, como la mayoría de los usuarios de las redes sociales.
Del otro lado del mundo, Wahab se pasaba el día aprendiendo acerca del yihadismo. Era miembro de una familia paquistaní pudiente, el menor de cuatro hermanos, al que le gustaban los autos y los juegos de video, tenía una motocicleta y estudiaba en Japón
No hay dos ideologías idénticas y la brecha entre los distintos tipos de extremismos es enorme. Pero se pueden detectar algunas similitudes, no solo en la forma en que la gente absorbe las ideologías extremistas, sino también en la manera en que incorporan reclamos y se movilizan.
Para todo estadounidense que cree que el extremismo es un problema de otros, la toma del Capitolio del 6 de enero resultó un episodio incómodo, que reveló que en su país existen las mismas condiciones que generan fanatismos y violencia política que en cualquier otra nación.
La Associated Press examinó las formas de radicalización a partir del análisis de dos casos en distintos continentes: El de un joven de 20 años rescatado de un campamento de adoctrinamiento talibán en la frontera con Afganistán y el de un individuo de Iowa cuyo hermano vio cómo caía presa de teorías conspirativas absurdas y terminaba siendo parte de la turba trumpista que tomó por asalto el Congreso.
Dos países, dos individuos, dos historias distintas, contadas por dos parientes. Pero haga a un lado la ideología, dice John Horgan, investigador de extremismos violentos, y analice los procesos patológicos, las raíces y las experiencias.
“Todas estas cosas”, asegura, “tienden a tener más similitudes que diferencias”.
EL ESTADOUNIDENSE
Doug Jensen, de 42 años, se dio a conocer a través de un publicitado video que reveló la mentalidad de masa exaltada que reinó dentro del Capitolio. Jensen aparece con una capa oscura y una camiseta que dice “Trust the Plan” (Confía en el Plan), encabezando un grupo que persigue a un policía por unas escaleras.
William Routh, de Clarksville (Arkansas), sintió que algo no funcionaba antes de la insurrección. “Me dije que ir allí y manifestarse en forma pacífica estaba bien. Pero que no había que hacer nada tonto”.
En entrevistas con la AP en los días y meses posteriores al arresto de su hermano, Routh dijo que Jensen, residente en Des Moines, con tres hijos, trabajaba como albañil y disfrutaba de una vida típicamente estadounidense.
“Todo esto fue una gran sorpresa, jamás hubiésemos esperado esto de mi hermano Doug. Era un hombre de familia, una buena persona, con buenos valores”.
Routh no termina de entender cómo fue que Jensen terminó cayendo en las redes de teorías conspirativas que lo llevaron a participar en la toma del Capitolio. Pero en los meses previos al episodio, los hermanos hablaron de QAnon y Jensen publicó videos y otros materiales llenos de conspiraciones.
Antes del 6 de enero, dice Routh, “nos venían diciendo desde hacía siete u ocho meses que si ganaban los demócratas, perderíamos el país. Eso asusta a mucha gente”.
Al pedir su arresto, el Departamento de Justicia destacó algunos antecedentes policiales de Jensen y el hecho de que viajó más de 1.000 millas (1.600 kilómetros) para “escuchar al presidente (Donald) Trump declarar un estado de sitio”. Agregó que cuando el FBI lo interrogó, dijo que había ido a Washington porque “Q”, la amorfa voz del movimiento, había dicho que había llegado la “tormenta”.
Su abogado, Christopher Davis, por su parte, sostuvo que Jensen era “víctima de numerosas teorías conspirativas”, un hombre dedicado a su familia, cuya devoción inicial por QAnon “obedeció a su deseo de eliminar a los pedófilos de la sociedad”.
En julio, un juez federal dispuso el arresto domiciliario de Jensen, diciendo que un video en el que aparece refiriéndose al Capitolio como la Casa Blanca es un probable indicio de que no pudo haber planeado el ataque “dado que no tenía idea de dónde estaba ese día”.
Pero en septiembre Jensen fue encarcelado de nuevo por violar las condiciones de su arresto domiciliario. Un funcionario del gobierno lo encontró en su garaje, usando su iPhone para ver noticias en Rumble, una plataforma popular entre los conservadores.
EL PAQUISTANÍ
Wahab lo tenía todo. El hijo menor de una familia acaudalada de Pakistán, de 20 años, pasó su infancia en los Emiratos Árabes Unidos y Japón, estudiando. Le gustaban los autos, tenía una motocicleta y lo enloquecían los juegos de video.
Su tío, quien lo rescató de un campamento de adoctrinamiento talibán en la frontera de Pakistán con Afganistán este año, pidió que no se usase su nombre completo porque los talibanes tienen tentáculos por todos lados en el noroeste del país, donde vive la familia. Aceptó hacer declaraciones y ser identificado por su segundo nombre, Kamal.
Kamal es uno de cinco hermanos al frente de un conglomerado de la familia que importa y exporta productos. Cada hermano preparó a sus hijos para que sigan en el negocio de la familia.
Ese era el futuro que esperaba a Wahab, quien regresó a Pakistán de adolescente.
Su tío atribuyó su radicalización a los chicos con los que se juntó, a los juegos de video y a portales que le recomendaron sus amigos, según los cuales los musulmanes estaban siendo atacados, sus mujeres eran violadas y los bebés asesinados.
“Sintió que no sabía lo que estaba pasando, que había pasado su vida en la oscuridad y que tenía que hacer algo. Sus amigos le insistían en que así era. Le decían que era rico y que tenía que ayudar a la gente”, relató su tío.
El tío pensó que Wahab parecía cada vez más agresivo, obsesionado con la violencia.
Este año, Wahab desapareció abruptamente. Cuando su padre descubrió que estaba en un campamento de adoctrinamiento, se puso furioso, comentó su tío.
“Les decía a todos, ‘¡déjenlo allí! Ya no es mi hijo’. Pero yo decidí traerlo de vuelta”, expresó Kamal.
Hoy Wahab está de nuevo en el negocio de la familia, vigilado de cerca.
“Vigilamos a todos los chicos. Casi todas las noches deben estar en la casa, a menos que nos digan dónde van”, dijo Kamal.
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Indignación moral. Una sensación de que se cometen injusticias. La percepción de que las cosas solo se pueden arreglar a través de medidas urgentes y violentas.
Estos son los factores que alientan los extremismos, dice Horgan, quien dirige al Grupo de Investigaciones de Extremismos Violentos de la Universidad Estatal de Georgia.
“Constantemente te topas con esas similitudes, ya sea que hables de paramilitares de extrema derecha en Oklahoma o de aliados del Talibán en el noroeste de Pakistán”, declaró Horgan.
Las investigaciones de las personas que propagan teorías conspirativas indican que su capacidad de hacer análisis críticos es limitada, que buscan respuestas simples a problemas complejos, afirma Ziv Cohen, experto en extremismos del Weill Cornell Medical College de la Universidad de Cornell.
Es ahí donde se entrelazan las historias de Jensen y Wahab. Los dos buscaban algo. Y encontraron respuestas atractivas, seductoras... con visiones distorsionadas de la realidad.
“Por razones que ni él entiende todavía, pasó a ser un ‘creyente’ y se convenció de que estaba haciendo algo noble como soldado digital de ‘Q’”, expresó Davis, el abogado de Jensen, en una presentación judicial escrita. “Tal vez se trató de una crisis de la mediana edad, de la pandemia, o tal vez el mensaje lo hizo sentir que trascendía su vida ordinaria y accedía a un nivel exaltado, con una meta honorable”.
¿Alcanzó alguna vez esa meta? Curiosamente, las investigaciones indican que cuando se refuerzan las teorías conspirativas, el nivel de ansiedad aumenta en lugar de disminuir, dijo Cohen.
“La gente no termina de saciar su sed de teorías conspirativas”, declaró. “Nunca quedan satisfechos”.
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David Pitt colaboró en este despacho desde Des Moines.