La pelea de Jake Paul y Mike Tyson esconde una incómoda verdad
Se avecina un espectáculo de boxeo el viernes en Texas y, como esboza Steve Bunce, el combate entre el excampeón mundial de peso pesado y la polifacética estrella podría resultar beneficioso para todos
No hay saña, no hay cariño, los guantes son grandes y los asaltos serán cortos cuando Mike Tyson y Jake Paul peleen el viernes por la noche.
Da igual que los hombres se repartan cincuenta millones de dólares por su noche de espectáculo en un cuadrilátero de Texas. Es una de las peleas más puras por dinero en el sucio y viejo juego del boxeo; no es un asunto personal, es solo dinero en efectivo. Y mucho.
Tyson tiene ahora 58 años, reformado, con canas asomando en las sienes, sus ojos se han suavizado al igual que su figura, y cada intento de escupir veneno suena falso. Y probablemente lo sea, ¿pero qué importa? Una vez fue Iron Mike, el campeón de peso pesado más joven de la historia, así que, por favor, muestren algo de respeto.
Paul, a su propia manera, ha arruinado por completo las carreras boxísticas de muchas estrellas de la UFC y las ha desenmascarado dentro del ring como luchadores sin movilidad, de golpes torpes; ahora, el exartista infantil está a la caza de reyes olvidados del cuadrilátero. Es como una película inédita de Rocky, pero con un giro: ¿podrá el viejo rey vencer al joven? Es el eterno relato del boxeo.
Naturalmente, se ha catalogado como un espectáculo de circo, un evento sin sentido, un riesgo para la salud de Tyson y una amenaza a la dignidad del boxeo, después de haberse reprogramado tras un susto de salud de Tyson. No necesito sermones: esto no es más que una operación financiera, y no hay posibilidad alguna de que Tyson salga lastimado. El árbitro, su esquina o el propio boxeador detendrán el combate —por agotamiento— mucho antes de que los puños de Paul, enfundados en guantes de 14 onzas, puedan dañar a la icónica figura. Siempre existe la posibilidad de que Tyson aseste golpes y Paul se desmaye; se convertiría en el 45º hombre de 51 victorias a quien Tyson deja fuera de combate o noquea.
Se trata de Tyson que ganó y perdió títulos mundiales y participó en algunos de los combates más brillantes, angustiosos y vergonzosos de este deporte. Paul no es más que un prospecto con seguidores en las redes sociales; si bien es un auténtico prospecto, no hay que ser fantasiosos.
Es el mismo Tyson que arrancó de un mordisco y escupió la oreja ensangrentada de Evander Holyfield, mordió a Lennox Lewis en el muslo y amenazó con comerse a los hijos del boxeador británico, y el mismo Tyson que intentó romperle el brazo a Frans Botha. Ha participado en peleas con diferencia significativa en habilidad, experiencia o peso y ha estado en el centro del espectáculo desde que era un adolescente.
No es su primer rodeo disparatado, ni es la primera vez que su notoriedad atrae a una gran multitud. El viernes, en el estadio AT&T de Arlington, una multitud de más de 60.000 personas presenciará uno de los actos finales de la extraordinaria carrera de Mike Tyson. Para los millones que lo verán en Netflix, la nueva casa de las peleas de espectáculo, será una oportunidad para contemplar una vez más al gran hombre en acción. Hasta ahora, todos los videos de Tyson en el gimnasio, donde muestra ferocidad, destreza y velocidad sobre las manoplas, duran apenas dos o tres segundos.
En 2020, Tyson se enfrentó en una exhibición con Roy Jones Jr. Se mostró predecible, lento a ratos, pero resultó fascinante porque aún quedaba en él algo del temible y formidable luchador de antaño. Ahora es más viejo, pero Paul no es Jones Jr. Quizás sea coreografiado, quizás real, o tal vez una mezcla profana de ambos.
No hay forma de eludir a Paul y sus pretensiones. Ha hablado con audacia de grandeza en el cuadrilátero, de enfrentarse a leyendas, mientras en realidad se ha centrado en luchadores caídos de la UFC, hombres del mundo del boxeo a puño limpio y pugilistas de celebridad. Ha ganado 10 de sus 11 combates, y su carrera ha sido tan brillante como lucrativa; pocos boxeadores han generado tanto dinero en los últimos dos o tres años como él. Aunque irrita a los puristas del boxeo, cuando se enfrentó al invicto Tommy Fury en 2023, ambos protagonizaron un clásico de novatos, intercambiando golpes hasta la campana final en un combate a ocho asaltos. Es raro que prospectos invictos se enfrenten entre sí, una de las fallas del boxeo. Fury y Paul merecieron elogios, no críticas: Paul derribó a Fury, pero perdió en una ajustada decisión y aceptó la derrota con entereza, sin lágrimas y con dignidad.
Según la Comisión de Texas, la pelea del viernes será a un máximo de ocho asaltos, los asaltos durarán dos y no tres minutos, y los guantes serán de 14 onzas en lugar de las 10 reglamentarias. Cabe señalar que los guantes más grandes pueden causar suficiente daño cuando los lleva un hombre peligroso.
En un mundo ideal, esta pelea no tendría lugar, pero también, en ese mundo perfecto del boxeo, las organizaciones sancionadoras no cometerían sus habituales abusos, no permitirían que sus campeones esquiven a otros campeones durante años, ni otorgarían la posición número uno a luchadores desconocidos. Y, quizá, también rendirían cuentas los jueces que semana tras semana parecen emitir puntuaciones absurdas e insultantes en peleas televisadas. No es un deporte perfecto, y que Tyson y Paul intercambien algunos golpes no lo va a empañar más de lo que ya está.
La esperanza es que Tyson salga de allí con algo de orgullo, sin heridas y con una sonrisa, y que Paul no se regodee. Habrá bastante espectáculo teatral, pero también habrá muchos abrazos, forcejeos y un Tyson luchando contra el agotamiento, aferrándose a Paul. Nunca dije que sería un combate bonito.
Traducción de Michelle Padilla