La histórica e inolvidable victoria de Julio César Chávez ante Meldrick Taylor

En la mejor pelea de 1990 para la revista Ring, Chávez derrotó a falta de dos segundos a Meldrick  Taylor y mantuvo su condición de invicto

Steve Bunce
Martes, 29 de septiembre de 2020 12:35 EDT
Chávez y Taylor dieron una de las mejores peleas de la década de 1990
Chávez y Taylor dieron una de las mejores peleas de la década de 1990 (Getty)
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En marzo de 1990 quedaban apenas dos segundos en el reloj de la pelea del año, la pelea de la década. Dos segundos cortos, pero eso fue suficiente y en el negocio del boxeo se necesitan menos de dos segundos para lesionar a un peleador de por vida. Aún así, fueron solo dos diminutos segundos y había mucho en juego.

La pelea fue salvaje en ambos lados de las cuerdas: en una esquina con 68 victorias y ninguna derrota estaba Julio César Chávez , el ídolo del boxeo mexicano y un genio de la lucha. En la otra esquina estaba Meldrick Taylor , invicto en 25 peleas, un amado pugilista olímpico. Ambos eran campeones del mundo, venían de campamentos completamente rivales, respaldados por promotores opuestos. Fue como una guerra de pandillas, que se libró por el placer de miles de asistentes en Las Vegas y de millones de espectadores en televisión.

Qué pelea fue.

Taylor era brillante, demasiado hábil, demasiado rápido y demasiado inteligente. Ganó rounds, controló a Chávez. Era imposible apartar la vista de él. Chávez fue simplemente implacable y todavía lastimó y marcó a Taylor en los asaltos que perdió. ¿Chávez estaba perdiendo la batalla, pero ganando la guerra? Taylor estaba al frente cuando sonó la campana del último capítulo, pero tenía los labios rotos, las cuencas de los ojos dañadas y había estado tragando su propia sangre. Un juez increíblemente tenía a Chávez arriba, pero los otros dos tenían a Taylor al frente por cinco y siete asaltos. Todo lo que Taylor tenía que hacer era sobrevivir a la ronda, sobrevivir tres minutos y eso sería la victoria.

En el último round, contrariamente a los engaños que la memoria le puede jugar a cualquier aficionado de cualquier deporte, no fue una masacre para Chávez, ni una pelea de un solo lado. No hay nada en la pelea de los dos primeros minutos, ambos están cansados, ambos tienen marcas del combate, heridos y desesperados por que la última campana termine una pelea bastante brillante. Fue, mucho antes del final, una lucha de momentos dolorosos, segundos de dolor, segundos agotados.

Taylor empuja a Chávez hacia atrás con unos 38 segundos por jugarse, lanzando golpes que no necesita lanzar. La pelea estaba ganada, debería haberse movido en el último minuto, corriendo con la poca fuerza que tenía. Y luego, con 23 fatídicos segundos en el reloj, Chávez lastima a Taylor y Taylor se tambalea. Chávez se propone el único final que podría salvarlo. Chávez se mueve hacia un lado, encuentra un poco de espacio extra y conecta.

Taylor es atrapado y dejado caer en la esquina con 16 o 17 segundos en el reloj. Es desgarrador para Taylor, éxtasis para Chávez. Es emocionante, increíble, difícil de inventar, te quita el aliento incluso ahora. Hay un pandemonio en el ring, en ambas esquinas, en parte delirio, en parte angustia.

No hay nada así en el deporte, nada que capture ese momento de la ronda final: es ese raro momento en el que un final en los últimos segundos alterará una pelea para siempre, cambiará el resultado, arruinará cualquier plan y romperá el espíritu de un luchador. Es el final más emocionante del boxeo.

Taylor está derribado, pero no está acabado.

De alguna manera se levanta, usando las cuerdas, desesperado por volver a ponerse de pie. Su rostro está hinchado y ensangrentado. Está levantado, todavía no se mantiene firme en sus piernas con diez segundos para el final. Richard Steele, el referee, está justo en su cara. Hay una cámara en la esquina que capta perfectamente el drama, el momento. Steele y Taylor, separados por centímetros, uno en control, otro fuera de control. Los segundos hacen tictac. Ahora solo quedan cinco segundos de pelea, luego cuatro: Steele está haciendo preguntas, escuchando y buscando respuestas mientras Taylor se para frente a él. No hay respuestas para Steele y no hay más tiempo para Taylor. El tiempo se detiene. Luego Steele finaliza la pelea con 2:58 en el reloj del décimo segundo y último round.

Chávez está demasiado cansado para celebrar al final y Taylor está discutiendo con Steele, quiere pelear los últimos dos segundos y ser el primer hombre en derrotar a Chávez. “Estaba bien, estaba bien”, ha estado diciendo Taylor desde entonces. Steele tendría que defenderse, todavía lo hace, de todo tipo de acusaciones escandalosas cuando termine la pelea. Hizo su trabajo, tal vez salvó un alma.

Chávez tendría otras 46 peleas durante los próximos 15 años, permanecería en la cima durante mucho tiempo y se retiraría como un ídolo mexicano. Es posible que Taylor nunca se recuperó por completo de la brutal pelea, nunca recuperó lo que Chávez le ganó en ese ring en Las Vegas. Taylor luchó durante 12 años más y tuvo otras 21 peleas. Tuvieron una revancha cuatro años después, algo extraño, y Chávez ganó en el octavo asalto.

Fue una pelea por el título mundial unificada, dos boxeadores invictos, en Las Vegas, una calidad inolvidable y luego entregó el final de fantasía con solo dos segundos en el reloj. No puede ser mejor.

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