Con la liberación de Bill Cosby, la justicia para las mujeres ha recibido un golpe mortal
A los aficionados y amigos que celebran la decisión, quiero preguntarles lo siguiente: si ustedes mismos fueran víctimas de una violación, ¿qué esperanzas pondrían en el sistema de justicia que ahora veneran?
El miércoles me vacuné por segunda vez, y al igual que la primera vez me sentí bastante mal. Pero fue la noticia de la anulación de la condena de Bill Cosby lo que me hizo querer esconderme bajo las sábanas. La justicia, ya fugaz para las supervivientes de la violencia sexual, ha recibido lo que parece un golpe mortal.
Más de 60 mujeres han acusado a Cosby de violación o agresión sexual. Con la violencia contra las mujeres tan extendida como está, sé que los números ya no cuentan mucho; así que no les ahorraré los detalles de sus acusaciones.
Eran niñas de tan solo quince años. Según las mujeres, utilizaba su poder y su fama para atraerlas a su hotel o a su casa, con el pretexto de una audición, de consejos profesionales o de amistad. Según se afirma, en función de su apetito por el riesgo, les ofrecía pastillas o las introducía en sus bebidas. Sus presuntas víctimas se despertaban sin saber exactamente lo que había sucedido, pero con la certeza de que estaba mal, a menudo desnudas, a veces con recuerdos de los abusos, a veces cubiertas de semen, siempre aterrorizadas. Cosby siempre ha negado haber actuado mal.
Pasaron 14 años entre la primera acusación y la condena de Cosby, y sólo 17 meses para apelar la decisión y dejarlo en libertad. El tribunal anuló la condena basándose en un comunicado de prensa emitido por el ex fiscal del condado de Montgomery, Bruce Castor, en el que éste afirmaba que no acusaría a Cosby.
¿Qué justicia es esta? ¿Qué justicia es ésta cuando un fiscal puede prometer que no presentará cargos contra un “depredador sexualmente violento”? ¿Qué justicia es ésta cuando un comunicado de prensa puede tener más peso que el testimonio de 60 mujeres? ¿Qué justicia es ésta cuando un presunto agresor puede testificar que dio drogas a las mujeres para tener sexo con ellas, y aún así afirmar que fue consentido?
¿Qué justicia es ésta cuando todas las presuntas víctimas de Cosby, excepto un par de ellas, no pudieron presentar una demanda debido a la prescripción, una ley que supone que las enormes desigualdades en las que se basa la violencia, y el trauma que ésta inflige, pueden superarse en un plazo determinado? Esto no es justicia en absoluto.
La cuestión es que muchos de los que apoyamos la condena de Cosby nunca nos hicimos a la idea de que este terrible episodio se pareciera en nada a la justicia. Aparte de la condena en sí, fue una muestra de todo lo que está mal en la forma en que el sistema de justicia penal y los medios de comunicación tratan la violencia contra las mujeres y las niñas. Junto con Epstein, fue un doloroso recordatorio de hasta dónde tenemos que llegar para que los hombres poderosos rindan cuentas.
Y fue un disparo de advertencia para que no nos molestemos quienes tenemos menos recursos, la piel más oscura o historias “menos creíbles”, las mismas mujeres que tienen más probabilidades de ser presas. Nos pusimos al lado de Andrea Constand, la única mujer capaz de presentar cargos, porque sabíamos que era lo más cerca que muchas de nosotras estaríamos de probar la justicia.
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Los fallos de nuestro sistema judicial hacen que las mujeres tengan que alzar la voz en un número tan grande que no se nos pueda ignorar ni desacreditar, algo que una de las presuntas víctimas de Cosby describió conmovedoramente como “sororidad dolorosa” y que muchas de nosotras asociamos ahora con el movimiento #MeToo.
Tenemos que hablar públicamente porque la policía ha demostrado una y otra vez ser incapaz de manejar estos casos. Pero cuando hablamos, nos enfrentamos a acusaciones de justicia popular y caza de brujas, o a costosas demandas por difamación.
Alentados por casos como éste, que se anulan por un tecnicismo, los activistas por los derechos de los hombres insisten en que deberíamos preocuparnos más por la idea del “hombre acusado injustamente” que por la realidad de millones de mujeres que cada día sufren violencia a manos de los hombres sin ninguna consecuencia.
Esto, a pesar de que las acusaciones falsas no son más comunes en los casos de violación que en otros delitos. Es una narrativa potente: en el Reino Unido, el colapso de un par de casos de violación de alto perfil dio lugar a “registros digitales al desnudo” que llevaron a las mujeres a juicio, a que se advirtiera a los fiscales de no perseguir los llamados “casos débiles”, y a una caída en picado de las tasas de condena. La violación se ha despenalizado de hecho.
Así que a los fans y amigos que ahora mismo están celebrando la decisión de liberar a Cosby, que creen que todas esas mujeres mentían y/o que su condena fue un error judicial, quiero preguntarles lo siguiente: si ustedes mismos fueran víctimas de una violación, ¿qué esperanzas pondrían en el sistema de justicia que ahora veneran?
Eso, al final, fue lo que me hizo salir de la cama. Porque no debería ser necesario un movimiento global #MeToo para que Cosby sea condenado, pero si lo es, las mujeres hemos demostrado que podemos y vamos a hacer uno.
Así como este caso ha demostrado que la justicia es difícil de conseguir para las mujeres, también ha confirmado que nuestro activismo y solidaridad es lo único que la garantizará. Sólo nosotras podemos inclinar el arco hacia la justicia ahora.
Mandu Reid es la líder del Partido por la Igualdad de las Mujeres