Frank Turner: “Soy un hombre blanco cis, heterosexual, o sea que debo cerrar la boca”
El parlanchín trovador del punk-rock a menudo apunta a los Tories, el capitalismo y las guerras culturales, pero con su nuevo álbum se está enfocando en sí mismo, su antigua adicción a las drogas y su relación conflictiva con su padre trans. Le cuenta todo a Mark Beaumont
Frank Turner no está seguro de si lo que le sucedió fue una sobredosis. “Desde mi comprensión inexperta, es bastante difícil establecer exactamente lo que constituye una sobredosis de cocaína”, considera, “pero ciertamente no fue una no-sobredosis”. Él sabe que uno de sus muchos fines de semana perdidos, como dice una de sus letras favoritas de Hold Steady, “empezó de forma recreativa, [pero] terminó un poco de forma médica”.
“Empezó un grado de colapso físico, que era algo nuevo”, dice el mayor trovador del folk-punk de Gran Bretaña, estremeciéndose levemente ante el recuerdo del sexto día de juerga, que vio desmoronarse sus años de abuso de cocaína funcional. “Me caí y vomité y no podía ver bien y todo estaba completamente j*dido. No llamé a una ambulancia, pero fui a un hospital de atención sin cita. Básicamente me dijeron ‘eres un maldito idiota’ y me pusieron suero para restaurar los fluidos”.
Es una pesadilla revisitada con brutal franqueza en una canción titulada “Untainted Love”, de su noveno álbum próximo a lanzarse, FTHC. “Sin duda extraño la cocaína”, confiesa, “la bravuconería y las manchas de sangre, los aplastantes subidones y la vergüenza que me arrastró y casi me mata... Llegué al límite pero resulta que no me quería morir”.
“Hubo un momento en mi vida, no puedo decirte cuándo fue, que pasó de ser algo que hacía en las fiestas los fines de semana a una necesidad física”, cuenta, mientras convierte una sala de negocios funcional en el sótano de un hotel de Shoreditch en el consultorio de un terapeuta de facto. “Definitivamente ya no era divertido, era una obsesión. Siempre empezaba de forma divertida, estás en un pub, ‘¡hay que meternos una línea!’, pero literalmente salía por una cerveza y regresaba a casa cinco días después. Era espantoso. No hay un punto final lógico si puedes permitirte comprar más”.
Turner ha estado obsesionado por mucho tiempo con perseguir la infinidad de incógnitas de la vida. Desde que abandonó a la banda post-hardcore Million Dead en 2005, se ha dedicado a llevar una vida en la carretera, ha reunido a una base de fans acérrimos en casi 2.500 conciertos, escalando desde bares, fiestas en edificios abandonados y cocinas en sus primeros días como solista hasta grandes recintos en ambos lados del Atlántico. Sin mencionar su propio festival internacional de cuatro días, Lost Evenings, en Londres, Boston y Berlin. Las drogas, entonces, representaban una aventura interna similar.
“Mucho comenzó con ese miedo a perderme algo... ¿Qué podría pasar?”, expresa, con una lucidez analítica que no muestra signos de desgaste narcótico. “La noche es este gran misterio... bueno, no es un maldito misterio porque tarde o temprano vas a terminar en la cocina de alguien mientras todos revisan los números de dealers que tienen para ver si hay alguien que todavía esté entregando. Hacia allá va la noche. Y terminas pasando el rato con gente que quiere drogarse, no con gente que te agrada. Los recuerdos vívidos que tengo son estar en una esquina esperando a que alguien entregue algo o se encuentre conmigo, o simplemente tambaleándome en mi cuarto día seguido sin dormir sin mucho propósito, o yendo agotadoramente desde mi piso hasta cierto bar y de regreso, según sus horas de apertura, pero sin dormir nunca entretanto”.
Cuando estaba de gira, el piso de Frank se convertía en un centro de fiestas. “Muchas personas sabían que probablemente podían solo aparecerse y tocar”. Es un periodo que recuerda con no poca vergüenza. “Uno de los problemas que tenía es que la gente no parecía darse cuenta cuando estaba en el segundo día, de una manera que al principio pensé que era genial porque me salía con la mía, pero en realidad estaba muy mal porque la mayoría de mis amigos me habrían señalado mi comportamiento antes si se hubieran dado cuenta de lo que estaba sucediendo”. En última instancia, fue la llegada de su futura esposa, la música Jessica Guise, a su vida, lo que lo despertó.
“Al igual que muchas personas, era muy bueno ocultando esa parte de mi personalidad, y cuando ella lo encontró de frente, se horrorizó bastante”, relata Turner. “Vino a visitarme el tercer día y dijo ‘no parece que la estés pasando muy bien’. Estaba allí sentado como zombie. Nos separamos un tiempo porque me dio un ultimátum: ‘Yo o las drogas’, y yo al principio dije ‘¡las drogas! No, espera, espera, esa es la respuesta equivocada’, y me tomó un tiempo arreglar eso de nuevo”.
A sugerencia de Guise, Turner recurrió a la terapia cognitiva conductual para ayudarlo a romper con su hábito y descubrió, en su raíz, lo que llama en el álbum “un nuevo nombre para un viejo viejo amigo”: la ansiedad. “En retrospectiva, hubo muchas veces en las que no podía desenmarañar ningún problema de ansiedad de los efectos de tener un gran problema con las drogas”, reconoce. “Sorpresa, sorpresa, resulta que tener problemas con el abuso de sustancias era más un síntoma que cualquier otra cosa. Ponerle nombre a algo puede ser revelador. Estaba describiendo estos momentos que tengo en los que realmente no puedo respirar o concentrarme adecuadamente y todo lo demás y [mi terapeuta] dijo ‘suena como un ataque de ansiedad’. Fue un gran momento para mí porque fue como ‘oh, m****a, eso es lo que es, claramente, todo este sentimiento de tener una bomba que está a punto de estallar en el centro de tu pecho’”.
Durante 15 años, Turner ha cultivado una ávida comunidad en torno a su música siendo abierto y estando disponible para sus fans (su dirección de correo electrónico es público “y ojalá siga siéndolo mucho tiempo”). También es propenso a desnudar su alma musicalmente, ya sea que la enciendan las pasiones y la determinación del trovador punk en apuros en Sleep is for the Week de 2007 o Poetry of the Deed de 2009, o diezmado por una ruptura en Tape Deck Heart de 2013. Pero incluso para él, FTCH (o Frank Turner Hardcore) es un disco que no se anda con rodeos. Su álbum más crudo, y a menudo más ruidoso, hasta la fecha, confronta los problemas de salud mental que enfrentó cuando se vio obligado a dejar de viajar por la pandemia (en el pedido de ayuda punk-pop “Haven’t Been Doing So Well”), su desprecio por sí mismo a nivel olímpico (”esos momentos en la ducha cuando [escalofríos] recuerdas algo al azar que hiciste hace 12 años”), y su profundamente problemática infancia, “nacido en el lugar equivocado, en el momento equivocado”.
La conversación inevitablemente se convierte en pistas punk furiosas como “Fatherless” y “My Bad”, que detallan el trauma de ser “enviado a un dormitorio lleno de niños que no tenían sentido para mí” a los ocho años y “llorar hasta quedarme dormido cada noche por tres semanas seguidas hasta que estuve muerto por dentro”; habiendo crecido en Winchester, Turner asistió a la escuela Summer Fields y luego a Eton, gracias a una beca.
Es un tema que se ha mostrado reacio a abordar hasta ahora, desconfiado de las suposiciones sobre una ventaja presuntuosa. “No quiero que mi escolarización me defina como individuo”, explica. “Eso es en parte porque políticamente estoy en desacuerdo con ello: hay un privilegio no merecido en la educación y ese es el maldito problema; y en parte es porque fue una experiencia muy traumática para mí. Lo odié, fue horrible. Las autolesiones fueron una gran parte de mis primeros años de adolescencia. Me di cuenta después de un tiempo de que la gente hablaría sobre mí como si me la hubiera pasado genial en la escuela, y no fue así. Lo odiaba y odiaba a todos y no quería estar ahí”.
Turner absuelve a su madre de cualquier culpa. “[Ella] Me recordó el otro día que una semana después de llegar a Eton, le pregunté a mis padres si podía dejar de ir. Mi padre me dijo que me desheredaría y me echaría de la casa. Luego me echó de la casa cinco o seis veces en mis años de adolescencia. Hay gente que me pregunta ‘¿por qué no solo te fuiste?’, y supongo que hay cierto tipo de persona que a los 15 años habría abandonado a su familia y todo lo demás, pero ese no fui yo”.
Sus compañeros de Eton también aparecen para recibir una paliza; “My Bad” espeta el “odio y la codicia” de los hombres atrofiados emocional y psicológicamente en que se convirtieron. “Me siento aquí y observo a las personas que se ven como yo y en muchos casos fueron a la misma escuela que yo, arruinando el país, y es vergonzoso”, bromea de manera afable con una exasperación profundamente arraigada. “Es obvio para mí el daño que se ha hecho, en cuanto a personalidad”.
Turner es un liberal autoproclamado. ¿Starmer le da esperanza? “Preferiría a Starmer que al maldito Boris Johnson. Es difícil decir si existe un ser humano que tenga suficiente experiencia de todos en Gran Bretaña para dirigir el país, pero sin duda no son ellos. Starmer ha sido un poco menos brillante de lo que pensé que sería, pero definitivamente votaré por él. Haré casi cualquier cosa para deshacernos de nuestro gobierno actual”.
Sin embargo, es esa relación turbulenta con su padre, un banquero que se convirtió en dueño de una librería, descrito de varias maneras como “distante y crítico” y “lleno de ira”, la que domina el álbum. “Lo que hubiera dado por un cuidador que hubiera tenido el cuidado de dar”, canta Turner en “Fatherless”, diseccionando despiadadamente una relación volátil que se agrió mientras Frank encontraba su escape en el punk rock: “Le vendí mi alma al rock’n’roll en un intento desesperado para ser notado... Mírame ahora, ¿soy lo suficientemente hombre?”. “Hay una cita de Springsteen que dice que 90 por ciento del rock’nroll es alguien parado en un escenario gritando ‘mírame, papá’”, sonríe Turner. “Leí eso y pensé ‘me han visto’”.
Los padres de Turner se separaron cuando el músico tenía unos veinte años por las infidelidades de su padre. Aunque ha seguido siendo cercano y está orgulloso de su madre, la relación de Turner con su padre pronto se desintegró pro completo. Durante nueve años de distanciamiento total, juró que ni siquiera iría a su funeral. Pero el reciente sencillo “Miranda” documenta cómo ambos se reconciliaron por las noticias de que su padre había salido del closet como una “orgullosa mujer trans”: “mi resentimiento ha comenzado a desvanecerse”, declara su hijo.
Hablamos en una entrevista el año pasado sobre los detalles de su acercamiento: se reunieron en el lecho de muerte del tío y figura paterna sustituta; Miranda fue “mucho más considerada... menos aburridamente masculina y directa” que antes de su transición; su amistad tentativamente floreciente y sus apariciones en sus shows y sets de DJ; Miranda presentándose inesperadamente para bailar sobre el escenario con Turner en un festival de tatuajes. “Miranda es una persona muy agradable”, aseguró, “y mi papá era un idiota”.
¿Cómo se ha tomado la canción, y tus comentarios sobre ella? Turner se ríe. “Le encantó, pero le gusta ser el centro de atención últimamente. Dijo ‘la canción es genial; quedé sorprendida de que no fuera más amarga y enojada’, y dijo, específicamente, ‘eso hubiera estado bien’. Ella toma la actitud de ‘hice un trabajo terrible’ y está arrepentida por eso. Y escucharla decir esas palabras es realmente significativo para mí”.
Con la naturaleza facciosa y alérgica a los matices de Twitter que convierte la política de identidad en una guerra de trincheras, ¿es nuestra mejor esperanza para el progreso y la comprensión colectivos resaltar tales historias en el arte? “Cualquier oportunidad de alejar la conversación del espantoso pozo de ira que son la mayoría de redes sociales solo puede ser algo positivo”, cree Turner. “Al escribir una canción sobre lo que ha pasado entre yo y mi padre, hay un valor infinitesimalmente pequeño en el sentido de que normaliza esa conversación, [pero] para mí, la canción es más sobre mi relación con otro ser humano que sobre algún tipo de intento de ser un activista. Obviamente estoy consciente de que soy un hombre cis, heterosexual y blanco, y en la mayoría de los casos, eso significaría que lo que debería hacer es callarme. Si todo lo que estamos aprendiendo sobre nuestra sociedad, nuestra historia y nuestra cultura es que las voces han sido marginadas, entonces necesitamos hacer espacio para esas voces para que ya no sean marginadas. Entonces intento escuchar... No quiero ser un experto; quiero ser un aliado. Quiero ser un oyente constructivo”.
A efectos de procesamiento, Turner parece dispuesto a separar a Miranda del padre que apenas conoció cuando era niño. “Nunca se trató de quién era ella, sino de la forma en que él se comportaba”, canta en “Miranda”, lo que ha generado acusaciones en línea de que usó el género incorrecto. “No voy a dejar de usar la palabra ‘padre’ porque no voy a usar la palabra ‘madre’ en su lugar. Tengo una madre”, puntualiza. “Y lo que es más importante, a Miranda le parece bien”.
No es que Turner haya verificado la reacción de las redes sociales (por lo demás abrumadoramente positiva) a la canción. Habiendo sido sometido previamente a lo que él llama “monsterings” por su política percibida (que lo llevó a recibir hasta 100 amenazas de muerte por día en 2012) por atreverse a tocar punk rock en estadios y por hacer mansplaining en su álbum tributo de 2019 No Man’s Land de logros históricos femeninos, actualmente se mantiene alejado de la plataforma más divisiva, implacable y poco sana.
“En términos de desencadenantes de mi ansiedad, aproximadamente un minuto y medio en Twitter me impedirá dormir durante dos días seguidos sin tomar ningún medicamento”, admite. “Entonces, solo en términos de autopreservación, no reviso estas cosas… Creo que Twitter es evidentemente lo peor que le ha pasado a nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestra política en nuestras vidas… Gran parte de la cultura de la indignación es performativa. Obtienes puntos en las redes sociales siendo el más enojado y encontrando algo nuevo por lo que estar enojado por lo que nadie más se ha enojado antes. Incentiva la expansión de los límites de la indignación y eso es terrible”.
FTHC se adentra en las guerras culturales con destellos de cimitarra. El feroz “Non Serviam” se enorgullece frente a los “analfabetas beligerantes y agresivos” y se niega a “inclinarse... ante este nuevo conjunto de valores”. “Aparentemente ahora es una idea anticuada, pero no creo que algo esté bien o mal en función de cuántos likes o retuits pueda obtener”, argumenta Turner. “Hay una política de la mafia por ahí, y soy lo suficientemente anticuado como para creer que eso es algo a lo que hay que resistirse. No voy a ajustar mi visión del mundo basándome en los constantes vaivenes de Twitter”.
Las peores tendencias de las redes sociales (condenar a las personas por delitos menores antiguos, encontrar culpables en la asociación más endeble, vigilar el arte, saltar a las peores suposiciones de carácter con deleite, podríamos continuar) no se pierden en Turner. “Perfect Score”, explica, está parcialmente inspirado en un discurso de Barack Obama sobre la inutilidad de perseguir la pureza. “Nadie es puro”, insiste. “Nadie es perfecto. Nadie tiene una puntuación perfecta. Todos somos seres humanos falibles y cuanto más rápido lo aceptemos, mejor. Si un solo pecado automáticamente descalifica a alguien del debate, tarde o temprano estarás hablando contigo mismo, y será más temprano que tarde. Simplemente reduces con quién estás hablando, tu propio conjunto de principios te devora muy rápidamente, pero tampoco nadie aprende nada.
“Pienso en algunos de mis conocidos o familiares mayores cuando se trata de discusiones sobre el tema trans. Si tienen una actitud cuestionadora o incluso negativa hacia la situación con mi padre e inmediatamente digo ‘nunca volveré a hablar contigo’, ¿qué se logra? ¿Qué cambia? Nada. La mejor opción es tratar de encontrar rutas hacia la conversación y el debate. Estas, para mí, son las declaraciones más aburridas y anodinas, pero aparentemente necesitan repetirse”.
No todo es ira y exorcismo; mucho de FTHC, además de “Miranda”, se propone reconfortar el corazón. “The Gathering” se escribió para celebrar el regreso de Turner a la música en vivo después de un encierro que pasó aprendiendo por sí mismo sobre producción y encontrando una rutina central en ráfagas de transmisiones benéficas semanales en vivo, recaudando US$541.344 (£ 400.000) para recintos en dificultades en el proceso. Y "A Wave Across a Bay", una sincera carta abierta a Scott Hutchison de Frightened Rabbit, quien se suicidó en 2018, llegó a Turner en un “sueño lúcido” tres meses después de la muerte de Hutchison. “En mi sueño, Scott entró en mi habitación con una guitarra y me mostró algunos acordes, algunas palabras y alguna melodía, y eso es lo que es”.
El álbum se cierra con la conmovedora “Farewell to My City”, que describe un paseo que Turner dio por sus antiguos terrenos: los bares y clubes demolidos alrededor de Tottenham Court Road, donde Million Dead tocó sus primeros shows; sus pisos donde realizó fiestas encima de Camden's Wheelbarrow o Holloway's Nambucca (“todas las esquinas donde solía anotar”) para despedirse de la capital tras haber decidido trasladarse a la costa de Essex. Cansado de Londres pero, afirma, aún no cansado de la vida.
“Tiene que ver en parte con la pandemia (Londres dejó de ser Londres) y en parte con el envejecimiento”, dice filosóficamente. “Hay un momento y un lugar para todo en la vida, y siento que a medida que envejezco hay más dignidad en aceptar eso y trabajar con ello que en tratar de combatirlo. Recuerdo tener poco más de veinte años y ver al tipo de cuarenta y tantos merodeando por la fiesta y pensando ‘¿Quién es ese tipo?’, y luego empiezas a darte cuenta de que te estás convirtiendo en ese tipo. Hubo un tiempo en mi vida en el que estaba tratando de averiguar quién soy y qué tengo que decir, y eso podría haber implicado fiestas ilegales en Forest Gate o encierros en Camden hasta el amanecer y todo lo demás. Ahora siento mucho más que sé quién soy y sé lo que quiero hacer y lo que quiero decir”.
Lo que dejó atrás en el Big Smoke: adicciones, resentimientos, juventud desenfrenada. Uno siente que la nueva vida de Frank Turner, que comienza a los 40, es realmente una pizarra limpia. “A los 21 años juré que nunca dejaría Londres”, confiesa, “pero a los 21 años también hice una serie de cosas bastante estúpidas”. Una amplia sonrisa. “Llegas a un punto en el que piensas ‘¿por qué sigo escuchando a ese tipo?’”.
FTHC sale el 11 de febrero a través de Xtra Mile Recordings
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