‘Gladiador 2’: Paul Mescal se hace con la gloria, lejos de la sombra de Crowe
La esperada secuela de Ridley Scott incluye tiburones, monos y una actuación de Denzel Washington al puro estilo teatral. Por momentos, alcanza una extravagancia intencional y desbordante
Cuanto más envejece Ridley Scott, menos le importan las normas y expectativas. Solo existen las historias y la emoción que generan en su audiencia. ¡Qué afortunados somos de contar con esa valentía! Gladiador, que se estrenó en 2000 y ahora lidera un resurgir del épico clásico, fue una película seria y oscura que se atrevió a nublar la visión de la historia con su brutal realismo.
Con Gladiador II, Scott alcanzó la misma grandeza y profundidad metafórica de la primera entrega, pero también añade un estilo irónico y absurdo que ha caracterizado su obra reciente, desde Napoleón hasta Alien: Covenant. Por momentos, es puro desenfreno estilístico, y querer evitarlo sería quedarse atrapado en las expectativas insulsas de los éxitos de taquilla modernos.
Combina una mirada actual con un guiño al pasado extravagante del género: la encantadora Claudette Colbert en su baño de leche en El signo de la cruz (1932) o Peter Ustinov como un Nerón caprichoso rodeado de sedas y terciopelos en Quo Vadis (1951). Esta vez, hay tiburones en el Coliseo.
En una esquina del imperio, Lucius Verus (Paul Mescal), hijo de Lucilla (Connie Nielsen) y el legendario Maximus (Russell Crowe), se alza como el heredero exiliado, legítimo descendiente de Marco Aurelio, apartado de Roma para salvarlo de manos asesinas. Mientras tanto, el poder está en manos de los emperadores Geta (Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger), tan erráticos y decadentes como el mítico Cómodo de Joaquin Phoenix.
En la otra esquina está Macrino (Denzel Washington), un exesclavo ahora convertido en un hombre acaudalado con una gran afición por los combates de gladiadores. La historia sigue a Lucius, capturado y convertido en esclavo, un recurso que se percibe algo forzado, pues los ciclos históricos y la repetición del montaje original —con la esposa muerta incluida— no logran el mismo peso. Lucio busca vengarse del general Marco Acacio (Pedro Pascal), quien encabezó el asalto a su ciudad adoptiva. Acacio, caracterizado con una mezcla de nobleza y ternura, es ahora su objetivo, aunque Macrino encuentra en él un peón ideal para sus propios planes.
Washington saborea cada palabra como un manjar. Aunque el guion de David Scarpa tiene sus debilidades, el actor lo convierte en algo digno de Shakespeare y descubre un ritmo casi poético donde no lo hay. Su voz es sinfónica, su poder se bebe como vino y, con el imponente vestuario de Janty Yates y David Crossman, se entrega a una actuación que recuerda al dramatismo visual teatral.
Mescal retrata a Lucius como un hombre sin paz, una criatura furiosa y sudorosa, con una presencia algo aturdida, pero llena de poesía (como fan de La Eneida de Virgilio). Aunque no posee el carisma magnético de Crowe, Mescal sostiene con gracia tanto el peso de la historia como el legado de la película. Lo mismo logra la partitura de Harry Gregson-Williams, que rinde homenaje a la composición original de Hans Zimmer mientras añade momentos propios de heroísmo ardiente.
Scott, conocido por su falta de apego a la precisión histórica, prefiere desplegar un pasado vigoroso como metáfora. Lo que vemos aquí no es, ni pretende ser, el verdadero imperio romano, sino una construcción simbólica que se superpone a las historias colectivas de los reinos cristianos y la supremacía blanca. Scott expone cómo las presuntas glorias del mundo clásico han sido utilizadas como armas a lo largo de la historia. En esta visión, Macrino representa al forastero que logra entrar en el círculo íntimo solo para perpetuar su crueldad y afianzarse en el poder. Es una propuesta potente y siempre relevante.
Siempre fiel a su estilo, Scott fusiona estas ideas con una escena en la que Mescal se enfrenta, a puño limpio, a una horda de babuinos creados con efectos especiales. En otra secuencia, en una batalla naval en el Coliseo (un guiño histórico, aunque los tiburones son de licencia artística), la cámara enfoca la proa de un barco que choca contra otro, mientras Quinn, Hechinger y su mono mascota representan la demencia imperial a la perfección: desbordados y patéticos, como auténticos emperadores sumidos en la locura. En definitiva, Gladiator II es cine en su máxima expresión.
Director: Ridley Scott. Reparto: Paul Mescal, Pedro Pascal, Joseph Quinn, Fred Hechinger, Derek Jacobi, Connie Nielsen, Denzel Washington. Apta para mayores de 15 años, con una duración de 148 minutos.
Gladiador II llega a los cines el 14 de noviembre en México y el 22 en Estados Unidos.
Traducción de Leticia Zampedri