Reseña de ‘Oppenheimer’: inteligente, imaginativa y Christopher Nolan en todo su esplendor
Cillian Murphy deja que la luz se apague de sus ojos en el transcurso de cada escena, pero la interpretación de Robert Downey Jr. es bárbara
Oppenheimerno solo es la mejor obra de Christopher Nolan, también es la más reveladora. Es una historia profundamente desconcertante, contada con una mirada tradicionalista hacia la artesanía y una robusta imaginación cinematográfica. En ella, Nolan trata uno de los legados más controvertidos del siglo XX, el de J. Robert Oppenheimer (interpretado por Cillian Murphy), el “padre de la bomba atómica”, como un rompecabezas matemático que hay que resolver.
En 1943, a instancias del general de división Leslie Groves (Matt Damon), Oppenheimer se convirtió en director del Laboratorio de Los Álamos, la sede del Proyecto Manhattan en Nuevo México para intentar construir con éxito una bomba atómica. Al principio, Oppenheimer se vio impulsado por un imperativo moral: temía profundamente, como judío que era, lo que ocurriría si los nazis llegaran a desarrollar un arma de semejante capacidad mortífera (el hecho de que un actor no judío haya asumido un papel en el que la identidad desempeña un papel tan central resulta, desde este punto de vista, un tanto extraño).
Tras la derrota de Hitler, Oppenheimer siguió apoyando el despliegue de la bomba en Hiroshima y Nagasaki, convencido de que esa destrucción infernal no solo pondría fin a la guerra en el Pacífico, sino a todas las guerras. Desde entonces, los historiadores han rebatido la idea de que las bombas fueran de algún modo necesarias para la rendición de Japón (el verdadero punto de inflexión, al parecer, fue la amenaza de una invasión soviética). Y la visión utópica del propio Oppenheimer rápidamente la desmantelaron su colega Edward Teller (Benny Safdie) y el presidente de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), quienes impulsaron la creación de la bomba H, mil veces más mortífera en su alcance.
Oppenheimer intentó, en vano, detener la posterior carrera armamentística nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Rápidamente lo silenciaron utilizando una de las herramientas de opresión política más preciadas de Estados Unidos: la histeria anticomunista. Fue atacado por sus asociaciones personales con el Partido Comunista, a través de su hermano Frank (Dylan Arnold), su esposa Kitty (Emily Blunt) y su examante Jean Tatlock (Florence Pugh). Fue un acto de pura humillación pública.
Nolan observa cada uno de estos capítulos con enfermizo asombro, mientras el trabajo de montaje de Jennifer Lame y la estridente partitura de Ludwig Göransson confieren a Oppenheimer una fuerza aterradora. La película está construida de tal forma que permite a su público comprender, a nivel intelectual, el profundo poder y caos que llevó a su personaje central a verse a sí mismo como la “Muerte, destructora de mundos” de las escrituras hindúes. Sin embargo, no sé si profundiza más allá, en ese abismal espacio emocional que puede ser a la vez abrumador y difícil de verbalizar. Es demasiado consciente de sí misma y de cómo el cine construye su propia realidad. A lo largo de la película, se insinúa una conversación inaudita entre Oppenheimer y Albert Einstein (Tom Conti), cuya inevitable revelación se hace en el mismo tono que la solución al truco del teletransporte en The Prestige de Nolan.
Pero la priorización de la astucia en Oppenheimer no es necesariamente una crítica a Nolan, sino más bien un testimonio de quién es como artista. La detonación de la bomba atómica, durante su primera prueba en el desierto de Nuevo México, se representa en forma de mechones de llamas en primerísimo plano, junto a espectadores embelesados. Se percibe su fuerza primigenia, el tipo de poder sin explotar que llevó a Oppenheimer a considerarse una especie de Prometeo americano (también el título de una biografía de 2005 de la que Nolan se inspiró en gran medida). Pero contrasta eso, tal vez, con la forma en que David Lynch abordó la misma prueba de la bomba atómica en su miniserie de 2017 Twin Peaks: The Return. Lynch acercó la cámara, lentamente, confrontándonos con la magnitud de la destrucción del arma, mientras nos succionaba hacia su mismo centro, condenándonos a través de su inevitabilidad. La bomba atómica de Nolan es maravillosa hasta que consideramos su contexto; la bomba atómica de Lynch es pura pesadilla.
La estructura no lineal de la película (de rigor para el cineasta de Tenet e Inception), con cada línea temporal bellamente fotografiada por Hoyte van Hoytema en color o en blanco y negro, presta un poco más de atención a la traición de posguerra de Oppenheimer que al florecimiento de su culpabilidad. Gran parte de la película se desarrolla como un thriller político, cuyo combustible es la bárbara interpretación de Strauss por parte de Downey Jr., pura rudeza y encanto manipulador.
Pero Nolan sigue empeñado en comprender los entresijos de su personaje. Este es un hombre profundamente negado. Ante las fotografías de Hiroshima y Nagasaki, aparta la mirada. Sus horrores retumban (literalmente) en su visión periférica, los ve con claridad hasta que imagina tal brutalidad infligida a los estadounidenses blancos que celebran su “victoria” en Los Álamos. Murphy crea su propia fisión devastadora: la brillantez desgarrada por la arrogancia. Escena tras escena, la luz detrás de sus ojos empieza a apagarse. Incluso practica el sexo del mismo modo que construye bombas. Cuando su relación extramatrimonial se estropea, su esposa Kitty lo regaña: “No puedes cometer un pecado y luego hacernos sentir pena cuando hay consecuencias”. En Oppenheimer, las vidas privada, interna y política de un hombre están entrelazadas, cada una de ellas es un componente de la gran ecuación que define el alma de un hombre.
Dirección: Christopher Nolan. Protagonizada por: Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Florence Pugh, Tom Conti, Casey Affleck, Rami Malek, Josh Hartnett, Kenneth Branagh. 15, 180 minutos.
Oppenheimer se estrena el 21 de julio
Traducción de Michelle Padilla