Romola Garai: “No creo que nadie necesite volver a ver una violación en pantalla”
La actriz fue una voz clave en el movimiento MeToo, pero también le gustaría ser igual de conocida por su trabajo. Después de haber dirigido su película 'Amulet', habla con Alexandra Pollard sobre Harvey Weinstein, cómo hacer películas de terror sobre hombres y por qué nunca volverá a hacer otra escena desnuda
A Romola Garai realmente no le importa si no te gusta su nueva película. “Soy una persona bastante provocativa”, dice encogiéndose de hombros. “No me importaría si algunas personas estuvieran enojadas. No me importa si la gente se siente enfadada al final. Ahí está la diversión”.
Está hablando de Amulet, su brutal y sangriento debut como directora, pero incluso como actriz, nunca ha sido exactamente del tipo tímido y retraído. La mujer de 39 años podría haberse ganado la vida interpretando a bellas mujeres tímidas, pero prefiere papeles de pura sangre: mujeres testarudas y volubles como la heroína de lengua afilada en Emma, la valiente productora de televisión Bel en The Hour, o la manipuladora atormentada Briony en Atonement. Mientras crecía en el campo de Wiltshire, Garai sintió que “me imponían las trampas de la feminidad”, por lo que ha pasado su vida adulta deshaciéndose de eso. “Ella es la belleza inglesa por excelencia, pero en realidad no es para nada así”, dijo una vez Rose Byrne, quien interpretó a su hermana en I Capture the Castle . “Ella es sincera, salvaje y curiosa”.
Ese lado provocador también ha significado que Garai no se ande con rodeos al señalar la parte más podrida y recóndita de la industria del cine. Los directores masculinos se han visto “amenazados” por su confianza. Dirty Dancing 2 fue una “fosa de horrible misoginia” por la que ella se vio obligada a bajar de peso. Harvey Weinstein la hizo sentir “violada” cuando la llamó a su habitación de hotel para hacerle una audición en bata de baño. Ha hablado de todo esto extensamente porque sentía que esa era la única forma de detenerlo. Pero ahora le preocupa ser conocida solo por eso.
“Es difícil porque tengo sentimientos muy fuertes sobre estos temas. Claramente”, dice, al otro lado de la mesa en un café del norte de Londres. “Pero me preocupa que se esté convirtiendo en… la ‘cosa’ sobre mí y mi trabajo”.
La actriz británica se mudó recientemente a este rincón del bosque con su esposo y sus dos hijos pequeños, después de 20 años en "The Bush", también conocido como Shepherd's Bush en el oeste de Londres. Ha notado que hay otras celebridades por aquí, así que cuando pasea a su perro por el cementerio local, trata de verse un poco más arreglada. No le sale naturalmente. A veces le cuesta recordar cuándo se duchó por última vez. Aún así, se ve muy presentable hoy, con un suéter rojo con cuello de tortuga, un abrigo a cuadros y unos Converse multicolores desaliñados, y con la misma energía vibrante y despreocupada que posee en la pantalla.
“Creo que sigo hablando de #MeToo todo el tiempo [en las entrevistas]”, continúa. “No quiero distanciarme de esas ideas, las creo apasionadamente, pero se convierte en lo único que alguien piensa o sabe sobre ti”. Toma un sorbo de su té de hierbas. “Lo lamento. Es algo m***da decir eso”. (Es una de las muchas cosas por las que se disculpa, incluida una perforación que está ocurriendo cerca). Pero, ¿no es emocionalmente agotador tener que revivir estas cosas todo el tiempo? “¡No! Es lo contrario. Eso que me pasó… fue hace 20 años. Incluso después de que sucedió, realmente no pensé en ello”. ¿Se refiere a ese encuentro con Harvey Weinstein? “Sí”.
En 2017, cuando el magnate de Hollywood y ahora violador condenado fue acusado por primera vez de conducta sexual inapropiada, Garai le comentó a The Guardian que él constantemente puso a jóvenes actrices en “situaciones humillantes” porque “tenía el poder para hacerlo”. Eso incluye haber hecho una “audición” ruin a Garai en su habitación de hotel cuando ella solo tenía 18 años. “No tiene poder sobre mi vida en absoluto”, dice ahora, haciendo énfasis en esas dos últimas palabras. “No me levanto y pienso en ello. En absoluto. Vale, sí, creo que la industria en sí misma es problemática en muchos otros aspectos, pero no me traumatiza emocionalmente. Fue hace mucho tiempo. He tenido una gran carrera y ahora voy a ser directora. Todos esos temas y problemas están ahí y he hablado de ellos extensamente. Y ahora… no sé. ¿Alguien más puede hablar un poco sobre ellos?”.
Hablemos entonces de la dirección. Amulet, el primer largometraje en el que Garai participa detrás de cámaras, poco se parece a los dramas de época con los que se hizo famosa. Por un lado, está ambientado en la actualidad. Por otro, es un horror, uno en el que los roles de héroe y villano, abusador y víctima, cambian constantemente. Alec Secareanu interpreta a Tomaz, un exsoldado, ahora refugiado sin hogar, que vive en un refugio en Londres. Por la noche, se ata los brazos y las piernas con cinta adhesiva y sueña con su vida pasada, en la que se encargaba de un puesto de avanzada aislado en una guerra no especificada. Cuando el refugio se incendia, una bondadosa (¿o no?) monja (¿o tampoco?), impecablemente interpretada por Imelda Staunton, lo lleva a vivir con una joven llamada Magda (Carla Juri) y su anciana madre, que está recluida a una habitación de arriba y parece maltratar a Magda. Todo lo que Tomaz debe hacer para ganarse la vida es arreglar un poco el lugar, lo cual es más difícil de lo que suena: está mohoso, despostillado, podrido. Saca un repugnante murciélago sin pelo del inodoro.
A medida que Tomaz se enamora de Magda, se obsesiona con la idea de rescatarla. Pero, ¿quién es el villano aquí? ¿Y quién necesita ser rescatado? Garai tiene el descaro de mantener la mayoría de sus cartas cerca del pecho hasta el aterrador acto final. No diré un spoiler, pero no te sorprenderá saber que esta no es una película sobre una damisela en apuros. Es un repaso de la violencia de género, el trauma del parto, la naturaleza del mal y la satanización del envejecimiento. Piensa que Rosemary's Baby se mezcla con Relic y se mezclan con algo completamente diferente.
Garai estaba embarazada cuando escribió la película y su “profunda rabia por la desigualdad de nacimiento” se abrió paso en el guion. “Terminé de escribirlo y dije: ‘Oh, mi**da, creo que podría tener algunos problemas sin resolver sobre este tema’”, comenta y ríe. “La gente no habla de la experiencia transformadora del dolor, particularmente en términos del nacimiento, porque no quieren asustar a los demás”. Tiene razón, quién podría olvidar el furor mediático cuando Garai hizo una broma improvisada en los Baftas de 2013: “Después del reciente nacimiento de mi hija, tuve la desgracia de tener 23 puntos en la vagina. Así que no pensé que me reiría de nada durante mucho tiempo. Pero los nominados de esta noche me han demostrado que estaba equivocada”.
Garai sonríe al respecto ahora. Lo que le sucedió a ella es, dice, una “ocurrencia enormemente común”. Dar a luz “fue definitivamente algo que tuvo un gran efecto en mí. Y claro, cuando me dieron la oportunidad, eso fue lo que resultó”.
Garai tuvo mucho cuidado de hacer de Tomaz una presencia simpática y agradable. “Estaba tratando de escribir, no sobre los hombres que odian a las mujeres como una amenaza para las mujeres, sino sobre los hombres que aman a las mujeres como una amenaza para las mujeres”, explica. “La reverencia por las mujeres, la idea de una mujer que todo lo perdona y todo lo comprende, es una amenaza para las mujeres. Tomaz no es un fuereño extraño, o una especie de paria social, es un hombre al que le gustan las mujeres, ¿sabes? Pero eso en sí mismo es el problema”.
Entonces, ¿por qué hacer de un hombre el centro de una película sobre política de género? “Creo que en el contexto de una película de terror, si hubieras convertido a la mujer en protagonista, existiría la posibilidad de un interés voyerista en el sufrimiento de una mujer”, dice, “que es algo con lo que tengo grandes problemas. Así que todo el horror recae sobre él”.
El horror infligido a Tomaz es cruel, sangriento, aterrador, y Garai nos obliga a presenciarlo de cerca. El momento de la violencia sexual impuesta a una mujer (no diré quién) se vislumbra muy brevemente; la cámara se mantiene lejos, luego se desplaza hacia arriba a través de los árboles. “No creo que nadie necesite volver a ver una violación en pantalla nunca más”, dice Garai. “Puedes hacerlo sin hacer pasar a nadie por eso; espero que todos entiendan lo que sucede en mi película”. Cuando rodaron la escena en cuestión, Garai ni siquiera hizo que sus actores se tocaran. “No necesitaban realizar la escena porque creo que es demasiado difícil para la gente. Es horrible hacer que la gente lo haga, y puede ser extremadamente traumático para los actores”.
Garai está redibujando cada vez más sus propios límites como actriz. “Cumplo 40 este año, y están todas esas cosas raras que tenía que fingir que hacía. Llegas a la etapa en la que dices: ‘No haré eso, no haré eso, no haré eso’, porque afecta demasiado. No podría volver a estar desnuda en el escenario”.
En 2014, tuvo una “larga escena de desnudo”, como lo expresó The New York Times, en Indian Ink de Tom Stoppard, una producción teatral sobre la hermandad, el romance y la subyugación colonial, en la que Garai interpreta a una poeta bohemia moribunda. En ese momento, la directora de la obra, Carey Perloff, dijo que estuvo de acuerdo con la escena del desnudo “sin dudarlo ni un poco”, pero claramente le pasó factura. “Simplemente no es algo que podría hacer de nuevo”, reitera. “Es psicológicamente demasiado exigente para mí. Pero eso es problemático, porque en realidad sería bastante bueno para la gente ver a una mujer normal de unos cuarenta años en el escenario”.
Tal vez, pero no si ella no se siente cómoda con eso. “Sí… Hubo momentos en los que me sentí completamente cómoda y otros en los que no. Y lo malo es que con una vez que no te hayas sentido cómoda, ya fueron demasiadas veces. Pero no puedes inscribirte en una obra de teatro y decir: ‘Lo haré cuando me sienta cómoda y no lo haré cuando no’”. Sería genial si pudieras. “Sí, en realidad sería increíble, si pudieran hacer una obra de teatro en la que digan: ‘Esta noche, la actriz ha elegido no aparecer desnuda’”.
Además, agrega, no es crucial para un actor quitarse la ropa la mayoría de las veces. “No sé si alguna vez he visto desnudez en el escenario y he pensado que era totalmente necesario. Ese interrogatorio debería ocurrir cada vez que alguien le pide a un actor que se desnude. ¿Es esto 100% esencial para la historia? Y si no es así, ¿por qué lo haces?”.
A Garai siempre le ha gustado tener el control. Lucha por su propia interpretación de un personaje, incluso si contradice la del director, pero ya no está segura de que eso sea del todo bueno. “El acto de renunciar es algo que he encontrado extremadamente desafiante en mi vida”, dice ella. “Hubo momentos en mi carrera en los que miré a otros actores y pensé: ‘Maldito pusilánime. Ten agallas. Lucha por tu personaje, lucha por tu historia, ve y diles lo que quieres’. Pero en realidad, a medida que envejezco, creo que se necesita mucha fe en uno mismo y confianza para decir: ‘Me entrego a ti y harás una obra de arte’. Ahora que soy directora, veo a actores que hacen eso por mí. Yo no siempre hice eso”.
Teniendo en cuenta todo lo que ha aprendido, ¿Garai de pronto se encuentra aconsejando a los actores más jóvenes? Casi escupe su té. “¡No! Porque no he aprendido nada sobre... No tengo nada... Quiero decir, soy un desastre”. Ella ríe. “Trato de no dar consejos a nadie. Porque cada error de la vida, ya lo estoy cometiendo de nuevo”.
Solo se me ocurre un error público, uno que Meryl Streep, Carey Mulligan y Anne-Marie Duff cometieron con ella. En 2015, mientras promocionaban la película Sufragette, los actores posaron con camisetas que decían: “Prefiero ser rebelde que esclava”. Era una cita de Emmeline Pankhurst, pero a la gente le molestaba ver a un grupo de mujeres blancas decoradas con la palabra “esclava”, alejada de sus connotaciones raciales. No parece emocionada cuando menciono el tema, pero no es del tipo que pasa por alto las cosas. “Me sentí, supongo, avergonzada si eso ofendió a la gente”, dice con cuidado. “Pero con suerte eres lo suficientemente abierta para tomar en cuenta lo que se dice, y puedes seguir adelante en tu trabajo y pensar en cómo no hacer que la gente se sienta así. Ha sido una maravillosa oportunidad de aprendizaje para todos”.
No es que las reacciones violentas fueran exactamente divertidas. “No estoy en las redes sociales y nunca he estado en las redes sociales porque tengo miedo de ese tipo de…”, se calla. “Digo mi**da jo**da todo el tiempo. Me he pasado la vida pidiendo perdón a la gente porque soy locuaz, desconsiderada y torpe con la forma en que me expreso. Y siempre trato de hacer reír a la gente, lo que puede ser un problema. No sería genial en las redes sociales”.
Ella está perfectamente bien con eso. Además de perderse la invitación ocasional a una fiesta de cumpleaños, Garai no ve ninguna ventaja particular en ser parte del pergamino interminable. “No estoy constantemente bombardeada con una idea de cómo debo criar a mis hijos, o qué aspecto de mi vida debería ser mejor”, dice alegremente. “Debido a que no estoy en eso, soy bastante capaz de simplemente, no sé, lucir como una mi**da, hablar tonterías, permitirme desmoronarme”. Ella ríe. “Y hacerlo sin niveles intensos de autodesprecio”. A ella no le gustará que lo diga, pero a mí me parece un buen consejo.