Es momento de que June Osborne empiece a ganar en ‘The Handmaid’s Tale’
‘The Handmaid's Tale’ lleva cuatro temporadas arrastrando a June a las profundidades del infierno; no hay nada más que aprender de su sufrimiento, escribe Amanda Whiting
Desde que conocimos a June Osborne en la primera temporada de The Handmaid's Tale, la implacable y oscura adaptación de Hulu de la novela de Margaret Atwood de 1985, su vida ha sido una tragedia ininterrumpida. Sus hijas fueron secuestradas. Su marido desapareció y tal vez incluso murió. Pasó años de esclavitud sexual antes de emprender una penosa huida a Canadá.
Qué catártico fue, entonces, verla finalmente vengarse durante el brutal desenlace de la cuarta temporada. June persigue al comandante Fred Waterford por el bosque, donde ella y un grupo de sirvientas refugiadas despedazan a su antiguo captor. June le muerde la cara y le corta el dedo, que luego le envía a su esposa. En la espeluznante jerga de la serie, así es como se ve una victoria.
O al menos debería ser una victoria. Sin embargo, en The Handmaid's Tale, que vuelve hoy para su quinta temporada, las mujeres nunca ganan. June, interpretada con una incansable fuerza por Elisabeth Moss (incansable en serio, ni siquiera sus ojos están quietos un instante), vuelve a casa ensangrentada y recoge a su hija, con la que apenas pudo reunirse luego de buscar asilo en Toronto. Su marido la mira con ojos de decepción, como si le preguntara con la mirada “¿qué has hecho?”. “Solo dame cinco minutos con ella”, le dice. “Luego me iré”. Parece que el precio a pagar por hacer justicia con mano propia es la libertad: June está destinada a la cárcel, tarde o temprano, o condenada de nuevo a la fuga.
Espero contra toda esperanza estar malinterpretando el momento: que el castigo por matar a su esclavizador sea el tiempo que ya estuvo presa. En cambio, quiero que la muerte de Fred marque un hito en la historia de Gilead. A partir de este momento, quiero más agitación, más revolución y muchos más comandantes muertos. Es hora de que June empiece a ganar.
The Handmaid's Tale se estrenó apenas tres meses después de la toma de posesión de Donald Trump. En su momento, la serie fue alabada por sus presagios y sus símbolos fueron invocados ocasionalmente por quienes se oponían a la presidencia de Trump. Los manifestantes por el derecho al aborto se vistieron con las capas rojas de las sirvientas; al igual que algunos de los dolientes de Ruth Bader Ginsburg. Si alguna vez hubo dudas sobre por qué una autora canadiense miraría al sur de la frontera para ambientar su novela distópica sobre la lenta y constante vulneración de los derechos de las mujeres, las elecciones de 2016 parecieron aclarar las cosas. La obra funcionaba como una advertencia: así de mal pueden ir las cosas.
Eso fue entonces. En las temporadas posteriores, The Handmaid's Tale se ha vuelto cada vez más sombría. Las mujeres son el enemigo tan a menudo como la víctima: Serena, la esposa de Fred, interpretada con siniestro aplomo por Yvonne Strahovski, es singularmente vengativa; la tía Lydia, una magníficamente malévola Ann Dowd, es despiadada con sus pupilos; incluso June utiliza a la gente. La desgarradora coda de la cuarta temporada tiene el mismo tono que el tráiler de la quinta, un clip de dos minutos en el que aparecen cuatro personajes femeninos diferentes gritando en agonía. No, ahora sí, así de mal pueden ir las cosas.
Cuando leí por primera vez la novela de Atwood en la secundaria, me gustó tanto que robé el ejemplar de bolsillo del colegio (lo siento, maestra Anderson). Pero el libro nunca me hizo sentir tan desesperanzada. Incluso su ambiguo final invitaba a la esperanza especulativa: Offred se escapa en una furgoneta sin marcar, sin saber si es el Estado o el grupo rebelde Mayday el que ha venido a recogerla. En el epílogo de la historia, se confirma que en el año 2195, el inexistente país de Gilead es objeto de investigación académica. El libro rechaza expresamente el nihilismo que ha llegado a definir la serie de televisión. Atwood interpone solo 300 páginas entre el encuentro con nuestra heroína en las profundidades del infierno y la restauración de un orden mundial humano.
En la televisión, sin embargo, han pasado cinco años y pico. La serie ha tomado todo lo horrible del material fuente y, en su mayor parte, se ha desviado para evitar su optimismo. Cuando June ayuda a un avión de niños a escapar hacia la libertad en Canadá, por ejemplo, acaba acribillada a balazos. Cuando arriesga su vida para escapar de la casa de Fred y Serena y encontrar a Mayday, no encuentra una gran revolución a la cual unirse. Cuanto más se aleja de Gilead, más claro queda que nadie va a ayudar a June. Ahora que está en Canadá, puede ver que tampoco hay nadie que luche por liberar a su hija. Así que entiendo por qué algunos espectadores suplican que June muera ya, para verla liberada de este sufrimiento sin sentido. Pero yo soy más egoísta todavía.
Porque sin esa delgada capa de esperanza, The Handmaid's Tale ya no funciona como advertencia y todo el asunto carece de sentido. No hay nada que aprender de un mundo que solo empeora. Si la novela hubiera seguido así, inventando nuevos y diferentes tipos de tortura, nunca la habría robado. Atwood ha explicado que su libro lleva “ciertas opiniones casuales sobre las mujeres” a “sus conclusiones lógicas”, un aterrador experimento mental que debería funcionar con la misma profundidad a la inversa.
Es momento, ¡por favor!, de que The Handmaid's Tale muestre la salvaje transformación que ocurre cuando una ideología compasiva supera a una de odio. Que los niños robados se reúnan con sus padres. Que se castigue a los violadores. Que se asesine a más comandantes, si es necesario. Tiene que ser tan alegre como desesperanzadoras han sido las últimas cuatro temporadas. No quiero que June muera, ni siquiera que escape a una nueva y pacífica vida en Canadá. Por la chica de secundaria que no podía imaginar devolver un libro que significaba tanto para ella, necesito verla ganar.
The Handmaid's Tale regresa en Hulu en Estados Unidos esta noche. En el Reino Unido se emitirá en Channel 4 en otoño.