Crítica de ‘Sweet Bobby’, la perturbadora estafa virtual que se destaca por su magnitud y audacia
El documental carece de los escalofriantes detalles que se cuentan en el pódcast
En 2011, la conductora de radio Kirat Assi disfrutaba de una noche de fiesta en Brighton (Inglaterra). Al otro lado de la pista de baile vio a alguien que reconoció: era Bobby, un médico con el que se había estado mensajeando por Facebook. Aún no se conocían en persona, y cuando Kirat se acercó para saludarlo, Bobby parecía confundido, como si no tuviera ni idea de quién era. Al ver el documental de Netflix, Sweet Bobby, que está basado en el brillante pódcast de Tortoise Media, uno pensaría que este raro encuentro la impulsaría a dar por terminada su relación, borrar los chats y seguir con su vida para poder haber evitado lo que estaba por venir. Pero era solo el comienzo.
Las conversaciones entre ellos continuaron. La prima de Kirat, que había estado saliendo con el hermano menor de Bobby, había sido quien los puso en contacto y ambos formaban parte de una comunidad sij muy unida. A medida que pasaba el tiempo, siguieron charlando, y, en un momento, Bobby se enfermó de gravedad. Además, terminó en el programa de protección de testigos de Nueva York después de un supuesto tiroteo en Kenia. Su relación pasó de ser platónica a romántica; empezaron a mantener largas llamadas nocturnas por Skype para mantenerse conectados mientras dormían e incluso hablaron de casarse. Bobby se la presentó a su grupo de amigos y a su familia mediante Facebook. En el documental, Kira cuenta estos detalles y reproduce las notas de voz e incluso se muestran simulaciones de los chats de la pareja.
Bobby, como era de esperarse, no era quien decía ser. El documental nos muestra un caso de estafa virtual notable por su magnitud y audacia, así como por la verdadera identidad del estafador (no la diré por si no lo has visto, porque es literalmente desconcertante). Sin embargo, carece de los escalofriantes detalles que cuentan en el pódcast, y, con inconsistencia, se encamina hacia el final sin desentrañar algunos de los enigmas más inquietantes de la historia.
Los hechos se cuentan desde la perspectiva de Kirat, que se presenta como una persona cálida y vivaz, y resulta espeluznante ver cómo esta “relación” debilita su autoconfianza al punto en que Bobby comienza a controlarla y a enviarle mensajes con acusaciones que la hacían sentir culpable. También escuchamos los testimonios del verdadero Bobby, el hombre cuyas fotos y detalles de su vida se utilizaron para respaldar el engaño, y también hay contribuciones de la familia de Kirat, que hacen hincapié en cómo este vínculo afectó su vida (“Fue algo que nos absorbió por completo”, admite su tía). De esta manera, se recalca la importancia de las consecuencias que puede tener esta cruel estafa; es muy doloroso oír a Kirat compartir sus deseos de tener hijos con este fantasma digital. Hay ciertas señales de alarma que podrían parecer obvias si observamos detenida y objetivamente. De todas formas, se destacan sin caer en la revictimización, y se trata el testimonio de Kirat con empatía.
Pero, aunque la historia en sí es atrapante, es cierto que las estafas virtuales como esta no siempre se prestan para una narración visual; las imágenes con el formato de los chats de Facebook y el resto del material de archivo pueden resultar un poco monótonos. Y cuando se produce la gran revelación, la historia parece detenerse de manera abrupta, en lugar de dedicar tiempo a analizar las implicaciones. Kirat apenas había formulado la desgarradora pregunta: “¿Con quién me he estado relacionando virtualmente durante los últimos tres años?”, cuando los créditos aparecen de golpe en la pantalla y explican lo que había ocurrido después (Kirat presentó una demanda civil contra el agresor, que se resolvió fuera de tribunales).
Es una introducción contundente y sensible de una historia asombrosa. Pero, más que nada, sirve como una especie de adelanto de un pódcast mucho más detallado, y, sin duda, mucho más fehaciente.
Traducción de María Luz Avila