“Por qué dejé de ser vegana después de un año”
Olivia Petter probó el veganismo durante un año hasta que un bagel de salmón lo cambió todo
Sucedió en una fiesta el verano pasado. El Reino Unido estaba en medio de una ola de calor sofocante. La nación perdió por poco un lugar en la final de la Copa del Mundo de futbol y estaba al borde del colapso político. Pero mientras otros intercambiaban opiniones sobre futbolistas y secretarios del Brexit que desaparecían, solo podía pensar en una cosa: mi mente estaba consumida, no por el deporte o el Brexit, sino por un mini bagel de salmón ahumado.
Déjenme explicar. En 2017, me propuse la ambiciosa resolución de Año Nuevo de volverme vegana de la noche a la mañana. Fue una decisión precipitada, una que hice en un momento de “He comido demasiados pasteles de carne picada” después de Navidad. Pero aguanté, por un tiempo. Las primeras semanas, sobre las que escribí en The Independent, fueron difíciles. En realidad no sabía qué comer y la mayoría de los días me sentía de mal humor, cansada y hambrienta. A las 7 de la tarde, descendía regularmente a estados soporíferos de fantasías inducidas por el halloumi (tipo de queso hecho con leche de cabra): a la parrilla y en un sándwich, al horno y en ensalada, frito y en mi boca.
Pero eso se desvaneció y me sorprendió lo rápido que lo entendí todo. Pronto estaba diciendo cosas como: “De verdad debo llegar a casa para marinar mi tofu” y “¿has visto mis hojuelas de levadura?”.
Dicho esto, no me convencieron las barras de chocolate vegano de US$13,5 (£10) (resulta que, por cierto, la mayoría de los chocolates amargos no contienen lácteos), pero el resto fue muy sencillo. Debo señalar que también vivo en Londres, donde la comida vegana se ha vuelto tan omnipresente como la cerveza artesanal. Cadenas de comida populares a la hora del almuerzo como Leon, EAT y Pret a Manger tienen muchas opciones a base de plantas, y varios restaurantes, Nando's, Zizzi y Wagamama, ahora tienen menús veganos dedicados que ofrecen una gran cantidad de platos creativos.
Poco a poco, también se vuelve más fácil encontrar comida vegana en el resto del Reino Unido. Incluso se puede conseguir un rollo de salchicha vegana en la cadena de panaderías Greggs, por ejemplo, una creación que provocó la burla entre los apasionados veganófobos como Piers Morgan.
Sin embargo, no fue solo la comida lo que me acercó a abrazar la vida como una diosa vegana espiritual. También me sentí genial. Mi piel se había aclarado, ya no me iba a la cama sintiéndome hinchada y noté una nueva ligereza física. Después de unos meses, me sentí segura de que había adoptado la vida vegana como un brote de frijol en el agua.
Y a medida que más investigaciones promocionaban los beneficios ambientales y éticos del veganismo, disfruté del hecho de que mi nueva dieta podría estar marcando la diferencia.
Entonces ocurrió la barbacoa. No estaba muy bien, psicológicamente hablando. Mi abuelo acababa de morir después de un largo periodo de enfermedad y recuerdo que intenté recomponerme para la fiesta. No había comido mucho ese día, llegué y descubrí que, como con la mayoría de las barbacoas, las opciones de comida eran todas a base de carne, aparte de una ensalada de aspecto lúgubre y una pila de panecillos. Si bien no me sentí tentado por las hamburguesas, los hot dogs o las alitas de pollo, algo más tocó un nervio: un mini bagel de salmón ahumado. Tal vez fue el brillo de la chapa del bagel, o el tono anaranjado vibrante del salmón, pero algo señaló el comienzo del fin de mi estilo de vida vegano. No comí el bagel, pero poco después comencé a darme cuenta de lo perjudicial que era mi veganismo para mi vida social.
Algunos amigos habían dejado de invitarme a ciertos restaurantes porque pensaban que no comería allí y muchos declinaron las invitaciones para venir a cenar a mi casa porque no querían comer “papilla” (un sinónimo de “comida vegana” entre mis grupos de amigos). También resultó que no importaba lo poco que hablara sobre el veganismo, mis amigos insistían en que hablaba de poco más y ponían los ojos en blanco cada vez que mencionaba algo relacionado con la comida. Fue alienante de una forma extraña.
Después del incidente del salmón, comencé a adoptar un enfoque menos draconiano en mi dieta. Estaba, y todavía lo estoy, principalmente comiendo alimentos a base de plantas, pero ha habido momentos en los que mantener mi veganismo se ha sentido social y culturalmente imposible. Por ejemplo, hubo un momento en que me fui de vacaciones con un amigo cercano y sus padres, quienes nos llevaron a un restaurante muy caro (y muy poco apto para veganos). Con la falta de tofu en el menú, sucumbí a la presión de pedir el lenguado al limón (aunque sin mantequilla y con una guarnición de espinacas).
Luego pasó el viernes por la noche cuando tontamente complementé una comida con cuatro gin tonics y, sintiéndome hambrienta a las 11:00 pm, comí un bocado del Filete-O-Fish de mi amigo. ¡Solo una mordida! En cuanto a mi obsesión por el salmón ahumado, descubrí que ahora es un antojo que parece que no puedo superar, y sí, soy consciente que soy de clase media. Y aunque no es algo habitual, ha habido ocasiones en las que me he despertado para ir al trabajo sintiéndome un poco atontada y me he comido un sándwich de salmón ahumado de Pret a Manger (posiblemente el mejor del Reino Unido). Me trae una alegría desenfrenada.
Entonces, decidí dejar de fallar en ser una vegana perfecta y, en cambio, decidí seguir una dieta basada en plantas en un 80 por ciento y dejarme disfrutar de las cosas que me hacen realmente feliz. Siempre favoreceré las opciones veganas en los menús, pero después de un año de probar el veganismo, sé que tengo que darme un respiro cuando se trata de ocasiones sociales y cenas grupales.
Hay una extraña cultura de la “fruta prohibida” que rodea al veganismo en este momento. En algunos casos, como hemos visto con varios YouTubers veganos a quienes han "atrapado" comiendo pescado, esto puede resultar en un escándalo digno de una telenovela que ponga fin a su carrera. Y aunque el veganismo puede prestarse a cierto estilo de vida de amar el yoga y el uso de ropa desteñida, para mí, solo se trataba de la comida. Comida que me hacía sentir bien y comida que era mejor para el planeta. Pero, como la mayoría de la gente, no quiero que la forma en que como me defina, así que ya no me defino por la forma en que como. Y eso está bien para mí.