Cubanos cuestionan inversión en hoteles en medio de crisis y caída en el turismo

Andrea Rodrguez
Sábado, 25 de enero de 2025 01:11 EST
REP-GEN CUBA-TURISMO
REP-GEN CUBA-TURISMO (AP)

Imposible no verlo. Una enorme masa rectangular de concreto y cristales de más de 150 metros de altura y 542 habitaciones que se recorta entre los viejos edificios de La Habana.

El nuevo hotel gestionado por la cadena española Iberostar —que todavía no se ha inaugurado pero está prácticamente terminado— se convirtió en blanco de críticas de los cubanos que se preguntan por qué el Estado hizo una inversión millonaria en este proyecto en medio de una dura crisis económica y cuando además el turismo reportó las peores cifras en décadas.

El establecimiento es parte de un plan que levantó una docena de este tipo de edificaciones de lujo —principalmente en La Habana— y que no se detuvo ni en la pandemia sin que a la fecha se lograra comercializar con éxito a los ya inaugurados.

“Con el gasto tan grande pudieron haber sido construidos hospitales, escuelas que están desbaratadas”, dijo a The Associated Press Susel Borges, una artesana de 26 años entrevistada frente al edificio.

Cuba atraviesa una crisis económica que comenzó en 2020 con la pandemia de COVID-19 y que se hizo más pronunciada a partir de una serie de fallidas reformas internas y el endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos contra la isla con las cuales busca asfixiar las finanzas isleñas.

La consecuencia fue el desabastecimiento de alimentos y medicinas, la falta de combustible y los recurrentes corte de luz que promovieron una migración de cientos de miles de cubanos que golpeó la disposición de recursos humanos incluso para el sector turístico, según reconocieron las autoridades.

Durante décadas el turismo fue la locomotora de la economía cubana, aportando ingresos por unos 3.000 millones de dólares anuales a mediados de la década pasada. Pero en diciembre las autoridades informaron que durante 2024 la isla había recibido 2,2 millones de viajeros, unos 200.000 menos que en 2023 y muy por debajo de los 4,2 millones de 2019.

La cifra de visitantes del año pasado coincide con la de 2004, cuando la isla contaba con 41.000 habitaciones de las cuales 70% eran en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Actualmente tiene 61.000 con esas categorías. Según el gobierno la caída en la llegada de turistas obedeció a la combinación de falta de insumos para atender a los visitantes —y la mala fama que da entre los vacacionistas—, crisis energética y escasez de personal.

“El turismo está en el piso”, se lamentó Julio García Campos, chofer de un Pontiac 1951 de lustroso color rojo con motor original. “Los turistas hacían cola para montarse en estos vehículos”, agregó recordando cuando en la década pasada la isla estaba repleta de viajeros estadounidenses y europeos que llegaron luego de una flexibilización de las sanciones por parte del entonces presidente Barack Obama.

Ubicada sobre la calle 23 a metros del legendario Habana Libre y la icónica heladería Coppelia, la nueva torre fue incluida en el plan de inversiones de 2015, “tiempo en que el turismo cubano disfrutaba de un crecimiento muy significativo, producto de un notable mejoramiento en las relaciones con Estados Unidos”, comentó a la AP el economista José Luis Perelló.

El edificio de “K y 23” --como lo conocen los ciudadanos por su emplazamiento-- así como todos los hoteles cubanos son propiedad del Estado, que firma convenios de gestión con empresas para su operación. Unas 17 cadenas internacionales —entre ellas Meliá, Iberostar y Blue Diamond— administran la hotelería en Cuba.

La edificación forma parte de una corporación del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Grupo de Administración Empresarial (GAESA), que suele ser criticado por la opacidad de sus negocios. Por tratarse de una operación militar está exenta de auditorías de la Contraloría General y no ha revelado el monto de la inversión para el hotel de 40 pisos.

Muchos cubanos cuestionan cómo en estos últimos cinco años de penurias se levantaron más de una docena de nuevos hoteles de alta gama de los cuales el “ K y 23” es el más visible.

Mientras, expertos como el economista Pedro Monreal hicieron notar la “incongruencia” de invertir capital en el sector turístico en relación con la baja ocupación de las habitaciones y la relativamente poca inversión en áreas estratégicas, como por ejemplo el agro o la salud.

Según cifras oficiales la tasa de ocupación hotelera alcanzó apenas el 35,5% en el primer trimestre de 2024, por lo que muchos de estos edificios se ven sin visitantes.

Mientras en el mismo lustro y debido al paso de ciclones o de mantenimiento las viviendas se deterioraron y las autoridades tuvieron dificultades para comprar combustible o reparar centrales eléctricas –con los consiguientes apagones—, tampoco se hicieron inversiones en infraestructura pública como la pavimentación de calles.

“Los edificios (de vivienda) en La Habana se están cayendo”, se quejó Dayensi Quezada, una estudiante de 19 años, mientras miraba al gigante acristalado de la calle 23.

Entre los arquitectos tampoco hubo entusiasmo por el nuevo hotel. Las críticas van desde su apariencia disruptiva con el entorno, la altura que sobrepasa las regulaciones urbanas y el vidriado completamente ajeno a las necesidades de ventilación en el trópico.

“Este edificio sirve como ejemplo negativo en nuestras clases de lo que no se debe hacer en términos de diseño bioclimático”, comentó a AP el arquitecto y profesor universitario Abel Tablada. “Con un presupuesto de tal magnitud se pudieran haber rehabilitado otros hoteles emblemáticos de La Habana... o haber financiado la recuperación de muchos edificios de gran valor patrimonial”.

“Son tantas las urgencias que tiene la ciudad en infraestructura, vivienda, sanidad e imagen”, enumeró Tablada, quien consideró “imperdonable” que el poco dinero del que dispone el Estado se haya dedicado a un edificio "que no aporta valor a la ciudad y que, para colmo de males, no es seguro que amortice su costo en el tiempo estimado”.

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