Derrumbe de mina ilegal en Venezuela revela sentimiento de abandono de comunidades rurales
El colapso de una mina de oro explotada de forma ilegal en una zona remota del centro de Venezuela ha expuesto la sensación de abandono que sienten las comunidades pequeñas o rurales que se han quedado al margen del cuasi renacimiento económico de la capital, Caracas, y otras ciudades del país.
Los habitantes de La Paragua, la comunidad más próxima a Bulla Loca, una mina a cielo abierto donde en todo momento había docenas de hombres y mujeres trabajando, expresaron repetidamente el jueves su frustración con el gobierno al inicio de los funerales por algunas de las víctimas de la tragedia del martes.
Con al menos 16 fallecidos, el accidente es uno de los peores en la poco regulada industria minera venezolana, que repuntó en respuesta a la disminución de la producción de petróleo. Y la lenta respuesta gubernamental se sintió como un insulto a quienes durante años han ido de mina en mina buscando unos ingresos que no pueden encontrar en La Paragua.
Yulimar Soto fue una de las docenas de personas que el jueves se concentraron en el exterior de un restaurante donde creían que estaba el gobernador del estado, Ángel Marcano. El grupo exigió hablar con el aliado del presidente, Nicolás Maduro, y en un momento dado golpearon un vehículo estacionado fuera. Agentes del servicio de inteligencia con armas de asalto y policías acudieron al lugar.
Según las autoridades, 16 personas resultaron heridas en el derrumbe de la remota mina Bulla Loca, que llevaba apenas unos meses funcionando. Quienes regresaban de la mina en barco o en helicópteros gubernamentales apuntaron que la cifra de fallecidos podría ser mucho mayor porque se pensaba que aún hay gente atrapada y los días siguen pasando.
La economía venezolana se descompuso en la última década como resultado de una profunda mala gestión de los ingresos estatales, la corrupción y las sanciones internacionales. Pero cuando el gobierno de Maduro alivió los controles de divisas y la población adoptó el dólar estadounidense como moneda no oficial, Caracas comenzó a ver como se abrían restaurantes, tiendas de muebles, rascacielos o locales de entretenimiento, entre otros. Los cocniertos de estrellas de primer nivel regresaron en 2022.
Pero pocos fuera de Caracas se han beneficiado.
La Paragua es polvorienta y pobre, con casas y negocios de una planta. Hay algunos negocios de compraventa de oro a dónde los mineros pueden llevar lo que extraen.
Los venezolanos consideran prácticamente la gasolina como un derecho de cuna ya que su patria cuenta con las mayores reservas probadas de crudo del mundo. Pero en La Paragua, a orillas del río del mismo nombre, la gente tiene que comprarla a los vendedores ambulantes y la única gasolinera del pueblo sufre una escasez crónica. Y la bolsa de comida que reparte el gobierno no llega una vez al mes, como en muchos vecindarios de Caracas.
Los residentes de la zona solían trabajar en la agricultura, pero eso se acabó cuando el financiamiento se agotó a consecuencia de la crisis económica del país y el combustible y las semillas prácticamente desaparecieron.
En 2016, el gobierno estableció una enorme zona de desarrollo minero que se extendía por el centro del país para complementar los menguantes ingresos de su dominante industria petrolera, que ha visto como la producción bajaba hasta casi su nivel más bajo en décadas como resultado de la mala gestión, la corrupción y, más recientemente, las sanciones estadounidenses.
Desde entonces, han proliferado las explotaciones mineras de oro, diamantes, cobre y otros minerales. Muchas operan al margen de la ley.
A pesar de sus brutales condiciones y de la presencia de bandas criminales, los venezolanos de a pie siguen llegando a los centros mineros con la esperanza de hacerse ricos rápidamente y huir de la pobreza.
Alicia Ledezma, representante de la comunidad indígena donde se encuentra la mina, contó que todos los mineros heridos habían sido evacuados el jueves en la noche, pero que hasta 20 personas más podrían estar aún sepultadas.
Cada residente de La Paragua parece conocer a alguien que trabaja en la mima. A medida que se sucedían los cortejos fúnebres el jueves, la gente en la calle comentaba acerca de los muertos que acababan de pasar. Acompañaron a sus vecinos al cementerio y esperaron junto al río para ver si llegaba algún amigo en barco tras salir de la mina, quizás para siempre.