Oda a la lógica y la vida mundana: el Templo de Satán lucha por el reconocimiento legal en Chile
Viernes, ocho de la noche. En el interior de un edificio en el corazón de Santiago, Chile, el olor a tabaco e incienso impregna el ambiente, mientras tenues luces rojas iluminan el pasillo que conduce a una pequeña habitación. Allí, una quincena de hermanos del Templo de Satán se congrega alrededor de una mesa adornada con velas negras, calaveras y pentagramas para escuchar atentamente los versos recitados por su sacerdote en latín, hebreo y otras lenguas antiguas.
Pese a que pertenecen al Templo de Satán, quienes se declaran satanistas no adoran al diablo. Son mujeres y hombres que trabajan como publicistas, bomberos, policías, abogados, estudiantes y psicólogos que han hallado en la organización una forma de rebelarse contra las normas morales, los dogmas y las imposiciones religiosas. En su lugar, veneran la racionalidad, el individualismo y la vida mundana.
“Tú eres el dueño de tu presente y futuro, no hay un ser más allá que tome las decisiones por ti y tome las riendas de tu vida. La figura de Satán es netamente simbólica”, explica a The Associated Press Haborym, vocero de la agrupación durante un recorrido entre tumbas y mausoleos del Cementerio General de Santiago. “Los llamados rituales se realizan para aflorar la emocionalidad y dejar de lado el intelecto”.
En la oscuridad de la sala de al lado, sobresale en la pared el Sello de la antropomórfica figura de Baphomet, una de las insignias del paganismo, cuyos ojos siguen a las siluetas envueltas en túnicas negras moverse entre el humo que embebe el ambiente. Con pasos lentos, poco a poco se acercan a un altar adornado con candelas, cálices y navajas. Pero no hay sangre, sacrificios ni tampoco deidades.
Por películas hollywoodienses como La semilla de diablo o series como True Detective, en el imaginario popular los satanistas son asociados a sacrificios, figuras maléficas, de dolor y muerte. Pero en la práctica se posicionan contra el maltrato animal, prohíben la filiación de personas con antecedentes criminales, ven en los placeres mundanos un deleite a disfrutarse más que un pecado y no expresan sus opiniones a menos que sean preguntados.
“No queremos gente matando a nombre de Satán”, resume Haborym.
Solo en el último mes, el Templo de Satán: Satanistas y Luciferinos de Chile ha recibido más de 400 pedidos para unirse a su organización, que actualmente aglutina a 100 miembros. Las solicitudes se han multiplicado después de que el grupo presentó una petición formal ante el Ministerio de Justicia para ser reconocido legalmente como asociación religiosa, lo que abrió un debate en el país y causó revuelo entre las principales confesiones religiosas.
Los postulantes que aspiran a convertirse en miembros del Templo son sometidos a una larga evaluación antes de ser admitidos: el proceso empieza con el relleno de un formulario y la entrega de antecedentes penales, pasa por una entrevista con una comisión y termina con el análisis de una psicóloga para detectar posibles disturbios mentales.
Nadie sabe explicar muy bien por qué Chile ha sido el epicentro de los insólitos intentos de formalizar una organización de esta clase, ya que otros países de América Latina cuentan con una presencia de grupos satánicos mucho más antigua y arraigada que el país antártico.
“En América Latina, hay muchas agrupaciones religiosas que tienen estas características, pero que no muestran interés por formalizarse”, afirma Luis Bahamondes, experto en el estudio del fenómeno religioso latinoamericano y profesor del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Chile.
En algunos lugares de Colombia y México, como el pequeño pueblo mexicano de Catamaco, brujos y católicos conviven entre guerra y paz desde hace décadas. También Brasil, donde la justicia frenó recientemente la inauguración de un templo dedicado a Lucifer porque no ha presentado una licencia de funcionamiento.
Pero expertos, exfieles y ciudadanos consultados por AP coinciden en que Chile, donde la larga tradición del catolicismo siempre ocupó un lugar de protagonismo dentro de la discusión pública, vive una crisis de confianza hacia las iglesias, acelerada por el destape de los escándalos de abusos sexuales a partir de 2010. Con ello, la sociedad en general pasó a estar más dispuesta a debatir cuestiones hasta entonces consideradas tabúes, incluida la creación de una religión satánica.
“Me parece que este tipo de agrupaciones sienten que gozan con mayor respaldo para poder interpelar lo que antes era de alguna manera imposible de hacer, pues hasta hace muy poco tiempo atrás la Iglesia católica gozaba de un poder inusitado”, recalca Bahamondes.
“Quizás sea una reacomodación de lo religioso de la gente que deja el catolicismo pero sigue teniendo algún tipo de creencia, que se canaliza” en otras vertientes menos dogmáticas, completa Néstor da Costa, experto en laicismo y religión de la Universidad Católica de Uruguay.
Más que seres celestiales o sobrenaturales, el satanismo moderno, cuyos orígenes se remontan a la fundación de la Iglesia de Satán en 1966 en Estados Unidos, aboga por el escepticismo y la lógica. Eso significa que sus adeptos son libres de formular sus propias creencias, ritos y prácticas espirituales. Muchos satanistas y luciferinos son ateos, otros son brujos, algunos creen en el poder de la magia.
“Pero aceptamos que hay ciertas bases, académicas y esotéricas, para dar un sentido a nuestra existencia y realidad”, explica a los novatos que vienen a su primer ritual el sacerdote Azazel, quien abandonó el judaísmo hace tres años para fundar el Templo de Satán.
Sus palabras resuenan en las tinieblas de la cámara y se intercalan con cánticos, palmas, mantras y lecturas de pasajes de la Biblia Satánica y la Biblia del Adversario, que marcan las directrices del grupo. Entre una pausa y otra, los "fraters" (hermanos) disfrutan de una botella de vino, cerveza y aperitivos. Para los satanistas, uno debe complacerse en lugar de abstenerse.
Desde que entró con la solicitud de reconocimiento, el Templo de Satán vio la cifra de miembros saltar de los cerca de 30 a inicios de agosto hasta los 100 actuales. Entre los nuevos postulantes figuran no solo ocultistas y esotéricos, sino también aquellos que se dicen desilusionados con otras religiones, como el propio Azazel. Son católicos, judíos, protestantes y evangélicos que encontraron en el satanismo una boya de salvación para apaciguar sus inquietudes.
“En el satanismo no existen las soluciones o las verdades absolutas. Tú eres tu propio Dios y tú creas tu realidad”, cuenta la estudiante de odontología Kali Ma, nacida y criada en el corazón de una familia Testigo de Jehová. “Si comparamos los Testigos de Jehová con el satanismo, en los Testigos de Jehová son una verdadera secta: no te dejan hacer ciertas cosas, te dicen cómo vestir, qué hacer, cómo comportarte, si usar o no usar barba”.
Así como la mayoría de los miembros, fue a través de internet que Kali Ma tuvo su primer contacto con el satanismo. Es en las redes donde el Templo de Satán de Chile organiza eventos, seminarios y sesiones de estudio para sus más de 16.000 seguidores. Fuera del mundo digital, además de los rituales mensuales, sus miembros se congregan para meditaciones y reuniones en cementerios, edificios y otros sitios malditos de Santiago.
“Somos amos y señores de nuestro destino. Jefes y jefas de nuestros cuerpos. Nos liberamos de dogmas e imposiciones. Como flamas, salimos triunfantes”, repite la estudiante en unísono con los demás satanistas en su culto. Con los ojos cerrados y sentados en el suelo, posteriormente realizan una sesión meditativa para dejar “fluir la energía” y mentalizar las metas y objetivos que quieren alcanzar próximamente.
De recibir el beneplácito del gobierno, Chile seguirá la estela de Estados Unidos, donde corrientes del satanismo ya están presente desde varias décadas gracias al pionerismo de la Iglesia de Satán, fundada en 1966 por Anton Szandor LaVey y cuyas bases son replicadas por el Templo de Satán chileno.
Se convertiría además en el hogar de la primera entidad religiosa satánica legalmente reconocida en América Latina.
En última instancia, el pedido de reconocimiento ante la justicia se presenta como la máxima expresión de todo aquello alabado por la estética satánica: la sublevación contra el statu quo y el quiebre con las tradiciones. “Cumplimos con todo lo que se nos solicita como entidad religiosa y, por ende, no habría por qué negarnos más allá de que sea una figura controversial para el sistema en el que vivimos”, matiza Haborym.