Lluvia de la Antártida ya no es potable, contiene PFAS, confirma estudio
Se ha observado que la exposición a los PFAS favorece la disminución de la respuesta de anticuerpos, dislipidemia, crecimiento infantil y fetal mermado, cáncer de riñón, colitis ulcerativa, tiroiditis, eclampsia y preclampsia, sobrepeso e infertilidad
A pesar de que la Antártida es el continente menos habitado, la Universidad de Estocolmo y la Escuela Politécnica Federal de Zúrich confirmaron, tras una década de estudios, que la poca lluvia y la mucha nieve que ahí cae contienen ya sustancias potencialmente cancerígenas conocidas como PFAS.
Los PFAS –o sustancias perfluoro y polifluoroalquiladas– son un conjunto de más de cuatro mil 700 agentes químicos que se distinguen por tener múltiples átomos de flúor unidos a una cadena de alquilo, lo cual da pie a enlaces extremadamente fuertes que no se degradan de forma natural, por lo que permanecen casi inalterados en el medio ambiente.
Los PFAS fueron creados en 1938 por el estadounidense Roy Plunkett quien, a sus 27 años, los sintetizó al fusionar átomos de carbono y flúor. Y, aunque al principio se usaron en tanques de guerra e incluso en la bomba atómica, por sus propiedades hidro y oleofóbicas muy rápido se comercializaron en una infinidad de productos domésticos, como empaques de alimentos, productos de limpieza dental o ropa impermeable. El más conocido de todos es la sartén con teflón marca DuPont.
Aunque se les ha detectado en fosas marinas, en los tejidos de animales de todas las geografías y se sospecha que cada uno de nosotros, sin excepción, cargamos con alguna cantidad de ellos en la sangre; sus efectos nocivos se conocen desde 1961, sin embargo, los resultados se ocultaron por las compañías fabricantes hasta que, en 1999, un granjero de Virginia Occidental demandó a DuPont por verter dichos químicos en el suministro de agua comunitario de Parkersburg, ocasionando la muerte de ganado y enfermedades en al menos tres mil 500 vecinos.
Por tratarse de sustancias no degradables por vía natural se espera que persistan en el ambiente durante cientos o miles de años; ello les ha ganado el mote de “químicos para siempre”. A fin de deshacerse de ellos, un grupo de científicos del Instituto de Química de la UNAM, diseña materiales porosos que filtran dichas sustancias en el agua.
En la Antártida habitan apenas mil personas durante el invierno y unas cinco mil en verano; gran parte de su territorio se mantiene virgen, carece de fábricas y apenas circula un puñado de vehículos. No cuenta tampoco con fábricas o ganado. Por lo que, encontrar este tipo de agentes ahí, a decir de especialistas como Elena Tudela Rivadeneyra, del Área Urbano Ambiental de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, implica la necesidad de replantear lo que se hace en cuanto a gestión pluvial.
Tudela afirma que se trata de un riesgo importante pues gran parte del agua que bebemos proviene de la captación pluvial y de su escorrentía, sobre todo, en zonas rurales o de alta marginación, como sucede con PROCAPTAR (Programa Nacional para Captación de Agua de Lluvia y Ecotecnias en Zonas Rurales), iniciativa gubernamental basada en la instalación de un sistema doméstico que atrapa y almacena lloviznas a fin de abastecer con líquido potable a familias de bajos recursos.
“La precipitación es el vehículo a través del cual estas sustancias llegan al humano y afectan su salud”, subraya la también integrante del Laboratorio de Entornos Sostenibles de la UNAM.
“Recordemos al Nuevo León de hace pocos meses y aquellas imágenes de presas secas, suelos agrietados por el Sol, nubes ausentes, pipas que abastecían en las colonias populares a cuentagotas y millares de regiomontanos molestos por la ausencia tanto de autoridades como de chubascos. Atravesamos una crisis hídrica y saber que las precipitaciones pluviales traen consigo partículas riesgosas complica todo”, aseguró.