Estuvo secuestrada y sufrió abusos durante cinco meses. Ahora su hijo cuenta su historia en Broadway
En 1997, Dana Higginbotham fue secuestrada y maltratada por un hombre violento durante cinco meses. Clémence Michallon escribe sobre su calvario y la forma en que la obra se desarrolla en el escenario
La historia de Dana Higginbotham se desarrolla en el escenario minimalista de un teatro de Broadway. En la venerable sede de antes de la guerra, el dinamismo de Times Square se ha rendido al silencio. La tranquilidad sólo se rompe con una voz, la de la propia Higginbotham, que relata los angustiosos cinco meses que pasó secuestrada y torturada por un chiflado llamado Jim. Pero Higginbotham no está en el escenario. Es la galardonada actriz Deirdre O’Connell, que entra en sintonía con las grabaciones del testimonio de Higginbotham. ¿Y el autor de la obra? Es el propio hijo de Higginbotham, Lucas Hnath.
Es imposible contar la historia de Dana Higginbotham, la persona, sin contar también la historia de Dana H, la obra. En 2015, Steve Cosson, director, escritor y director artístico, pasó varios días entrevistando a Higginbotham a petición de Hnath. “Me interesaba que Higginbotham contara la historia a alguien que no supiera nada. Para que no hubiera taquigrafía”, dijo Hnath más tarde a The New York Times. Las grabaciones de esas entrevistas se convirtieron en la base -y la vibrante voz- de Dana H.
A lo largo de una hora y 15 minutos, la voz de Higginbotham relata una serie de sucesos ocurridos en 1997, mientras Hnath estaba en la universidad. Higginbotham había trabajado como capellán en la unidad psiquiátrica de un hospital de Florida. Allí tenía un paciente llamado Jim, un hombre violento, criado en la Hermandad Aria, que había estado en la cárcel. Lo asesoró durante dos intentos de suicidio. Lo invitó a la casa que compartía con su entonces marido cuando se quedó sin un lugar a donde ir en Navidad. Jim desarrolló una obsesión con Higginbotham. Se aferró a ella, como un niño a un oso de peluche, según lo narra en la obra. Entonces, tras el divorcio de Higginbotham -después de que ella se quedara sola en su casa de Florida-, Jim entró en su departamento, la atacó físicamente y la secuestró, lo que marcó el comienzo de “los cinco meses”, recuerda Higginbotham.
Higginbotham pasó esos cinco meses siendo trasladada por Jim de un lugar a otro, alternando entre Florida y Carolina del Norte, quedándose en diferentes moteles (el escenario reproduce una habitación de motel estándar, con una cama matrimonial, una mesa, dos sillas y un sillón en el que O’Connell se sienta durante la mayor parte de su actuación). Jim realizaba “trabajos” extraños. Consiguió una pistola diciéndole a un hombre en una casa de empeño que, como no podía comprar una -era un delincuente convicto-, Higginbotham lo haría por él. El hombre no tenía ningún problema con eso, relató Higginbotham.
La trama del secuestro al centro de Dana H se torna claustrofóbica, a la vez que complicada y devastadoramente sencilla. Según el testimonio de Higginbotham -las partes seleccionadas que se incluyeron en la obra-, no había, en su mayor parte, ninguna restricción física (si se excluye la propia mano de Jim, que ella menciona que siempre estaba en su nuca). Nunca hubo un momento en el que no estuviera cubierta de moratones. Jim la maltrataba. La amenazó con matar a su familia. Le dijo que la protegía de otros miembros de la Hermandad Aria. En un momento dado, se compara a sí misma con un perro que ha sido golpeado tantas veces que ni siquiera piensa en intentar escapar. Es una historia difícil de contar de segunda mano, pero cuando Higginbotham la cuenta, tiene un extraño y escalofriante sentido.
En varios momentos de su secuestro, se encontró con agentes de policía. A veces pudo contarles lo que ocurría, ya sea directamente o a través de una clara sugestión (un agente paró el coche de Jim tras ver que le ponía un cuchillo en la nuca). Lo máximo que le ofrecían -cuando le ofrecían algo- era un par de horas lejos de Jim, que ella utilizaba para conducir desde el punto donde se encontrara de regreso a su casa, donde él inevitablemente la encontraría de nuevo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, Higginbotham dice que los agentes no hicieron nada para ayudarla. Sabían quién era Jim y a qué grupo violento pertenecía, narra Higginbotham. Querían volver a casa con sus familias por la noche. “Todo lo que se suponía que era correcto no lo era”, expresa en un momento dado.
Durante su calvario, Higginbotham recuerda haber hablado por teléfono con su madre. Estaba conduciendo durante la noche en un intento de distanciarse por varios kilómetros de Jim, salpicándose la cara con agua para no quedarse dormida al volante. La llamada con su madre, además, pretendía ayudarla a mantenerse despierta. En ese momento, la situación de Higginbotham recuerda a la de algunas víctimas de abusos domésticos: sus familiares no están completamente excluidos de su vida, pero no pueden liberarla de su agresor. Cuando Cosson, cuyas preguntas en la entrevista se oyen a veces para dar contexto al testimonio de Higginbotham, le pregunta si alguna vez ha contado la historia de su secuestro a su hijo en su totalidad, ella le dice que no. El tema, relata, es demasiado difícil de tratar con Hnath.
Dana H es una historia de trauma contada por una superviviente. Se ocupa de manera hermosa, y reflexiva, de lo que eso supone para el testimonio de Higginbotham. O’Connell, en el papel de Higginbotham, se aferra a un manuscrito al que la propia Higginbotham hace referencia en las grabaciones. En las páginas está la historia de su calvario, y necesita consultarlas para recordar hechos concretos. Las grabaciones a veces se cortan y se retoman abruptamente. El testimonio de Higginbotham es disperso en algunas partes -¿cómo no iba a serlo? La neblina del trauma cobra vida en una secuencia vertiginosa cuando O’Connell desaparece del escenario. Un ama de llaves ordena tranquilamente la habitación del motel, que acaba de ser alterada, mientras la voz de Higginbotham se va superponiendo, y sus palabras acaban mezclándose entre sí mientras el escenario se ilumina con varios colores brillantes. Esto es un trauma. No se ofrece de un solo golpe. Higginbotham -y O’Connell- ofrecen la historia, con sus partes rotas, de la única manera que tiene sentido.
Sabemos que Higginbotham acabó escapando de Jim, ya que pudo ofrecer su testimonio. Encontró un trabajo que la mantuvo en movimiento durante un tiempo. Reubicarse la ayudó a sentirse segura. Finalmente, volvió a trabajar como capellán de hospital, asesorando a los incurables. Hubo un periodo en el que su trauma la afectó. Le costaba mantener conversaciones. A veces, cuando intentaba volver a casa caminando, se perdía en su propia colonia. Fue entonces cuando se tomó un año para escribir sobre su experiencia. Esto se convirtió en el manuscrito al que se refiere en las grabaciones.
El propio destino de Jim se revela en la obra. Higginbotham siguió viviendo libre de él, al menos físicamente. El trauma y las cicatrices mentales permanecieron. El padre de Jim acabó poniéndose en contacto con ella para disculparse por lo que había hecho su hijo. “Se sentía casi como una familia”, le dice Higginbotham a Cosson en la grabación. “La forma en que una familia debería haber reaccionado -si es que tenía una-”.