EEUU lo entrenó para combatir, pero luego se rebeló en su contra. Más como él hacen lo mismo
El ejército estadounidense lo adiestró en el uso de explosivos y tácticas de combate. Ahora, este veterano de la guerra de Irak y miembro alistado de la Guardia Nacional llama a levantarse en armas contra la policía y los funcionarios de gobierno de su propio país.
Desde los bosques de Carolina del Norte, Chris Arthur alertó sobre la inminencia de una guerra civil. Los videos que publicó en YouTube llevaban títulos como “El fin de Estados Unidos o la próxima guerra revolucionaria”. En su opinión, Estados Unidos estaba cayendo en el caos y sólo habría una forma de sobrevivir: matar o morir.
Arthur estaba publicando ese contenido durante un auge del extremismo de ultraderecha que tuvo lugar en los años previos al ataque del 6 de enero contra el Capitolio de Estados Unidos. Escribió manuales de entrenamiento bélico para ayudar a otros a organizar sus propias milicias. Y ofrecía sesiones en su granja de Mount Olive, Carolina del Norte, en las que enseñaba cómo secuestrar y atacar a funcionarios públicos, utilizar francotiradores y explosivos y diseñar trampas explosivas del tipo “embudo mortal” para infligir bajas masivas.
Mientras seguía publicando sus mensajes, las fuerzas militares y policiales ignoraron más de una docena de advertencias telefónicas del exmarido de la esposa de Arthur sobre su retórica cada vez más violenta y sus exhortaciones al asesinato de agentes de policía. Esta inacción de la Guardia Nacional, el FBI y otras instancias permitió a Arthur seguir fabricando y almacenando explosivos cerca de niños pequeños, y entrenar a otro extremista que posteriormente atacó a agentes de policía en el estado de Nueva York y les llevó a una persecución desenfrenada y un tiroteo que se extendieron por dos horas.
Arthur no es una anomalía. Se encuentra entre las más de 480 personas con antecedentes militares acusadas de delitos extremistas por motivos ideológicos desde 2017 hasta 2023, incluidos los más de 230 detenidos en relación con la insurrección del 6 de enero.
Al mismo tiempo, mientras el ritmo de radicalización de la población general ha aumentado en los últimos años, las personas con antecedentes militares se han radicalizado a un ritmo más rápido. Sus complots extremistas también tenían más probabilidades de incluir adiestramiento armamentístico o armas de fuego que los complots que no incluían a alguien con antecedentes militares, según un análisis realizado por The Associated Press de los datos sobre terrorismo interno obtenidos en exclusiva por la AP. Esto era cierto tanto si los complots se llevaban a cabo como si no.
Aunque el número de personas implicadas sigue siendo pequeño, la participación de militares en activo y veteranos dio a los complots extremistas un mayor potencial de causar lesiones o muertes masivas, según los datos recogidos y analizados por el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo (START por sus siglas en inglés) de la Universidad de Maryland. Los investigadores del START descubrieron que más del 80% de los extremistas con antecedentes militares se identificaban con ideologías de ultraderecha, antigubernamentales o de supremacismo blanco, y el resto se dividía entre ideologías de extrema izquierda, yihadistas u otras más.
A la sombra del asalto al Capitolio del 6 de enero —dirigido en parte por veteranos— y de unas elecciones presidenciales muy reñidas, funcionarios policiales han afirmado que una de las amenazas terroristas más persistentes y apremiantes para Estados Unidos es la de los extremistas violentos internos. Sin embargo, a pesar de la creciente participación en actividades extremistas por parte de personas con experiencia militar, todavía no existe un sistema policial integrado para rastrearla. Y la AP supo que investigadores del Departamento de Defensa de Estados Unidos desarrollaron un enfoque prometedor para detectar y vigilar el extremismo que el Pentágono ha decidido no utilizar.
Como parte de su investigación, la AP examinó y amplió los datos y análisis proporcionados por el START, y recopiló miles de páginas de expedientes y horas de grabaciones de audio y video mediante solicitudes de archivos públicos.
Sin ningún obstáculo, Arthur almacenó armas en Mount Olive, algunas de ellas con los números de serie borrados a fin de hacerlas imposibles de rastrear. Entrenó a una manada de Doberman pinschers como perros guardianes. Equipó su antigua granja, donde vivía con su esposa, sus tres hijos y los dos hijos del matrimonio anterior de ella, con explosivos improvisados, incluyendo una bomba oculta en el porche delantero y conectada a un interruptor en el interior.
Ya en 2017, el exmarido de su esposa había comunicado su preocupación por la seguridad de sus hijos a las autoridades militares, federales y locales, según los registros de llamadas y los informes policiales.
Mientras tanto, Arthur seguía ampliando sus actividades y conectaba con más personas de ideas afines.
A principios de 2020, un hombre con un odio furibundo hacia la policía y con el interés de montar una milicia en Virginia llegó a la granja, impaciente por aprender.
Un problema latente
Los miembros de las fuerzas armadas y los veteranos que se radicalizan representan una ínfima fracción de punto porcentual de los millones y millones que han servido honorablemente a su país.
Sin embargo, cuando las personas con antecedentes militares “se radicalizan, tienden a hacerlo hasta el punto de la violencia contra masas”, afirmó Michael Jensen, del START, que dirige el equipo que ha pasado años recopilando y examinando el conjunto de datos.
Su grupo descubrió que, entre los extremistas, “el factor predictivo número 1 para ser clasificado como agresor en masa era tener antecedentes militares en Estados Unidos, más que los problemas de salud mental, más que ser un solitario y más que tener antecedentes penales o problemas de abuso de sustancias”.
Los datos rastrearon a individuos con antecedentes militares, la mayoría veteranos, involucrados en planes para matar, herir o infligir daños con fines políticos, sociales, económicos o religiosos. Aunque algunos de los complots violentos incluidos en los datos no tuvieron éxito, los que sí lo tuvieron mataron e hirieron a docenas de personas. Desde 2017, casi 100 personas han muerto o resultaron heridas en estas maquinaciones, casi todas al servicio de una agenda antigubernamental, supremacista blanca o de ultraderecha. Esas cifras no incluyen ninguno de los actos de violencia del 6 de enero, que dejaron decenas de policías heridos.
Un mes después de que personas ataviadas con equipo táctico asaltaran la escalinata del Capitolio de Estados Unidos en formación militar el 6 de enero, el nuevo secretario de Defensa, Lloyd Austin, abordó este problema. Ordenó la “retirada” de todas las fuerzas para que los mandos militares locales tuvieran el tiempo de discutir el problema con su personal. Creó el Grupo de Trabajo para la Lucha contra las Actividades Extremistas, encargado de estudiar y recomendar soluciones. Entre las recomendaciones finales del grupo figuraba la de aclarar qué estaba prohibido en virtud del veto militar a las actividades extremistas. La política actualizada, publicada en diciembre de 2021, especifica ahora que las acciones antigubernamentales o antidemocráticas constituyen violaciones del Código Uniforme de Justicia Militar, una ley federal que se aplica a todos los miembros del servicio castrense.
Algunos aplaudieron los cambios, pero los líderes militares y políticos llevaban años preocupados por el extremismo en el seno de las fuerzas armadas, tras la alarma que supuso en 1995 la muerte de 168 personas en el atentado de Oklahoma City a manos del veterano del ejército y supremacista blanco Timothy McVeigh. Y tanto el Pentágono como el Departamento de Seguridad Nacional y una rama de investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos han financiado la investigación del START.
Bishop Garrison, veterano del ejército estadounidense y exasesor sénior de Austin, dirigió el grupo de trabajo para abordar el extremismo tras el 6 de enero y los disturbios generalizados en 2020 en plena pandemia de COVID y en medio del replanteamiento de la cuestión de la injusticia racial.
“Creemos que la gran mayoría de las personas que sirven lo hacen honorablemente, y que se trata de un pequeño grupo de individuos que tienen un impacto desmesurado”, comentó Garrison a la AP. “Pero también necesitamos analizar los datos para asegurarnos de que nuestra hipótesis es correcta y está respaldada por hechos”.
Sin embargo, uno de los principales obstáculos citados por los funcionarios del Pentágono ha sido la falta de datos: ¿Cómo entender el alcance del extremismo en el ejército cuando hay millones de miembros en servicio activo en todas las ramas?
En las semanas posteriores al 6 de enero, el entonces portavoz del Pentágono, John Kirby, declaró a la cadena CNN: “Lo desconcertante de todo esto es que no tenemos una idea muy clara del alcance del problema... muchas de estas personas... se esfuerzan mucho por ocultar sus creencias. No podemos ser la policía de la mente”.
El Pentágono desarrolló al menos una forma de detectar incidentes extremistas en las distintas ramas militares y entre los contratistas civiles de defensa. Pero no la está utilizando.
El método se reveló en un memorando de investigación publicado el verano siguiente al 6 de enero que, hasta ahora, no se había hecho público. American Oversight, un grupo activista no partidista, obtuvo el memorando a través de una demanda que presentó contra el Pentágono con base en la Ley de Acceso a la Información Pública y lo compartió con la AP.
En un proyecto que comenzó en septiembre de 2020 y se prolongó hasta 2021, los investigadores del Departamento de Defensa que estudian las “amenazas internas” y otros problemas de seguridad en el personal desarrollaron una forma de extraer datos de una base de datos de autorizaciones de seguridad del Departamento de Defensa para identificar incidentes de supremacistas blancos y extremistas. Esta base de datos incluía detalles de informes de incidentes de seguridad archivados sobre personas que tenían autorizaciones de seguridad: una amplia franja de la población militar, incluidos civiles y contratistas.
La operación identificó cientos de incidentes denunciados, a lo largo de 20 años, de supremacismo blanco y actividades antigubernamentales y extremistas de otro tipo: el tipo de señales de alarma internas que podrían identificar problemas con los miembros del ejército.
Los investigadores, cuyos nombres no fueron revelados, escribieron que los resultados eran un primer paso hacia el desarrollo de una forma de identificar incidentes de extremismo, y que el método podría utilizarse en otras bases de datos del Departamento de Defensa.
Y aunque la investigación fue compartida entre algunos departamentos del Departamento de Defensa después del 6 de enero, nunca llegó a Garrison, que dirigía el grupo de trabajo sobre extremismo del Pentágono, según declaró a la AP. Calificó el descuido de “problemático”, dada su misión y la del grupo de trabajo.
“Estoy muy sorprendido por la existencia del informe”, afirmó.
Un funcionario de Defensa no explicó por qué el informe no se envió directamente al grupo de trabajo. En un comunicado, el funcionario dijo que el Departamento de Defensa está “comprometido con la comprensión de las causas profundas del extremismo y con garantizar que este tipo de comportamiento se aborde de forma rápida y adecuada y se comunique a las autoridades competentes”, y que el departamento ha mejorado su capacidad de seguimiento de las denuncias de extremismo.
“Muy violento y muy feo”
Los hijos pequeños de Arthur estaban sentados sobre una bañera de plástico azul en el porche de su granja en Mount Olive, con los pies colgando mientras su hermana mayor les ataba los zapatos. En la bañera había una bomba improvisada que Arthur había conectado a un interruptor dentro de la casa, según las pruebas presentadas en el juicio en su contra.
“Balanceaban los pies como hacen los niños y la agujereaban. No tenía mucho cuidado (con los explosivos)”, dijo a la AP la hermana mayor, hija de la esposa de Arthur y su exmarido. La AP no divulga los nombres de los niños entrevistados para este reportaje porque son menores de edad.
Como explorador de caballería del Ejército que sirvió dos veces en Irak, Arthur aprendió habilidades más especializadas que un soldado promedio, como la forma de manipular explosivos improvisados. Dejó la Guardia Nacional en 2019 para dedicarse de tiempo completo a Tackleberry Solutions, su negocio de tácticas militares donde vendía el acceso a estos conocimientos mortales. Tackleberry era el apodo de Arthur en el Ejército, en honor al veterano amante de las armas de las películas de “Police Academy” conocido por utilizar tácticas militares inapropiadamente agresivas en contextos civiles.
Tras abandonar la Guardia Nacional también se dedicó a la política local. Arthur, que había sido policía, apoyó a un candidato a “jefe policial constitucional” que creía que los jefes policiales, y no las fuerzas del orden federales o estatales, tenían la máxima autoridad en Estados Unidos. Intentó reclutar a funcionarios del condado, según documentos judiciales, para que le ayudaran a crear una milicia para protegerse del “gobierno tiránico”.
“Primero tendrán que proteger su municipio y órgano de gobierno más pequeño; eso significa que los municipios o ciudades tendrán que ser conquistados inmediatamente por la fuerza”, dijo Arthur en un video publicado justo después de abandonar la Guardia Nacional.
“Hagan lo que hagan, tendrá que ser muy violento y muy feo”, sostuvo.
Los videos de Arthur se habían vuelto cada vez más desquiciados, afirmó Ben Powell, quien escuchaba de sus hijos que había explosivos escondidos por toda la granja. El hijo de Powell relató que a menudo utilizaba un secador manual de ropa en el “cobertizo de las bombas”. El secador estaba cerca de un barril del explosivo Tannerite y del almacén de Arthur para sus granadas caseras y bombas de tubo.
“A mayor edad, más jodido veo el asunto”, afirmó el hijo, ahora adolescente.
Powell conducía un camión como contratista civil del Departamento de Defensa en el Depósito del Ejército de Tooele, en Utah. Dijo que sintió la responsabilidad profesional de denunciar a Arthur tras ver los videos y escuchar las historias de sus hijos sobre lo que ocurría en la granja.
“Eso es más o menos lo que se supone que debo hacer, informar si hay problemas, especialmente si se trata de una amenaza interna, como un tipo en el ejército”, explicó.
Llamó a la línea directa “I Salute” del ejército, creada para recibir informes de “actividades sospechosas”, y a una línea directa de inteligencia.
“Llamé y dije: ‘Tienen que hacer algo antes que alguien resulte herido. Está hablando de matar policías. Está hablando de matar al FBI’”.
Ya había llamado anteriormente a la Guardia Nacional de Carolina del Norte para externar sus preocupaciones, y no obtuvo respuesta. Así que Powell habló de Arthur a su supervisor en el depósito militar de Utah y le mostró algunos de los videos. Aun así, no hubo respuesta. La Guardia Nacional de Carolina del Norte y el Ejército de Estados Unidos dijeron que no tenían constancia de ninguna medida disciplinaria contra Arthur.
Heather J. Hagan, una vocera del Ejército, no quiso hacer comentarios sobre los pormenores del caso de Arthur, pero indicó que “transmitimos toda la información a nuestros socios encargados de hacer cumplir la ley cuando procede”.
La situación no tardó en agravarse. Arthur y su esposa sacaron a los niños de la escuela pública y empezaron a educarlos en casa, sin ninguna aportación de Powell.
En marzo de 2020, Powell habló con la comisaría del condado Duplin, donde Arthur había trabajado brevemente como policía en la década de 2000 antes de alistarse en el Ejército. Powell no había hablado con sus hijos desde Navidad y estaba preocupado.
Pidió que los agentes se pusieran en contacto con los niños para comprobar su bienestar. El jefe policial no respondió a una solicitud de comentarios, pero proporcionó registros que muestran que uno de sus agentes reportó haber visto a los niños en la granja en marzo de 2020. El policía determinó que los niños “parecían estar bien cuidados” y no tomó ninguna otra medida.
Ese mismo mes, un hombre fue a pasar una larga estancia en la granja de Arthur.
Joshua Blessed dormía en un catre en la cocina y se negaba a hablar con la esposa o los hijos de Arthur. Durante el día, desaparecía con Arthur para largas sesiones de entrenamiento en tácticas de guerra.
El embudo mortal
Semanas más tarde, Blessed condujo su camión articulado por una carretera rural entre Buffalo y Rochester, al norte del estado de Nueva York, disparando una pistola por la ventanilla contra la fila de vehículos de policía que lo seguían.
Aquella tranquila noche de mayo de 2020 en LeRoy, Nueva York, se vio interrumpida cuando un agente detuvo a Blessed por exceso de velocidad. Tras un breve intercambio verbal, Blessed se dio a la fuga mientras el agente seguía parado en los estribos del camión, obligándole a saltar del vehículo en marcha.
Blessed, camionero de 58 años y exguardia de seguridad de Virginia, había pasado años publicando videos de carácter conspirativo en los que denigraba a las fuerzas del orden.
Ahora generaba una persecución a alta velocidad y tiroteo con más de 40 agentes, arrollando varios auto patrulla que intentaban frenarlo.
La oficina del FBI en Richmond, Virginia, ya había investigado antes a Blessed, que también respondía al nombre de Sergei Jourev. En abril de 2018 se habían enterado de que trataba de organizar un grupo extremista de milicias en preparación para “El ejército de Dios, para la próxima Guerra Civil”.
Blessed finalmente encontró a Arthur y viajó a su granja para aprender sobre explosivos improvisados y otras tácticas de guerra mortales. Ambos habían seguido enviándose mensajes de texto en las semanas anteriores al viaje de Blessed a Nueva York sobre los detalles técnicos de la pólvora, los encendedores y cómo fabricar minas Claymore, que lanzan metralla.
“Desgraciadamente, sabía lo que hacía”, declaró el subcomandante del condado Livingston, Matthew Bean, que participó en el operativo.
A mitad de la persecución, Blessed detuvo su camión, bloqueando una estrecha rampa de acceso a la autopista y conteniendo a los vehículos que lo perseguían. También giró ligeramente la cabina del camión para ver los autos patrulla que venían detrás.
Entonces abrió fuego y sus balas impactaron a varios de los vehículos que le perseguían.
Era un “embudo mortal”, la táctica que Arthur enseñaba y que pretendía hacer más letales a combatientes que se enfrentaban a una fuerza mucho mayor.
Sin embargo, durante el tiroteo un agente logró abrirse paso hasta el lado del copiloto del camión, sorprendiendo a Blessed, que se dio a la fuga. Los vehículos policiales lo obligaron a salir de la carretera Interestatal por un camino que atravesaba granjas. Los agentes que esperaban allí dispararon cuando el camión de Blessed pasó a toda prisa.
Finalmente, el camión se estrelló en una zanja fuera de la carretera. La cabina, llena de agujeros de balas, quedó iluminada por las luces de la policía cuando los agentes, nerviosos, se acercaban cautelosamente a pie. Dentro, Blessed yacía muerto con un disparo en la cabeza.
En palabras de Bean, fue una “intervención divina” que ningún agente haya sido impactado por el camión ni por los disparos de Blessed. Las balas dieron en al menos a cinco vehículos patrulla, según los reportes policiales. Un informe forense halló una bala alojada en la mochila de un agente en el asiento del copiloto junto a él.
“Los 40 hombres y mujeres que intervinieron presentaron algún tipo de trastorno de estrés postraumático a causa de ese incidente”, afirmó Bean. Dos de ellos abandonaron las fuerzas del orden.
Los investigadores concluyeron que Blessed había planeado un ataque mucho mayor.
Unos meses más tarde, el 6 de enero, las visiones apocalípticas del futuro de Arthur empezaron a hacerse realidad cuando muchos hombres y mujeres con ideas afines irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos. Arthur no estaba en Washington, D.C., indicó, pero las secuelas del ataque dieron con él casi de inmediato.
Los agentes federales estaban tocando a las puertas de sus correligionarios en Carolina del Norte, dijo, y sus propias acciones se verían sometidas a un escrutinio más estricto.
En el camión de Blessed, los investigadores hallaron dos manuales sobre explosivos y tácticas militares por los que había pagado 850 dólares a Tackleberry Solutions, el negocio de Arthur. Encontraron también 125.000 dólares en efectivo, 14 bombas de tubo, un fusil AK-47 con mira telescópica, un fusil calibre 50, un fusil de francotirador y decenas de miles de dólares en munición.
Habían pasado años desde que Powell había denunciado a Arthur ante múltiples organismos policiales militares, locales y federales. Powell explicó que llamó tantas veces al Ejército de Estados Unidos, al FBI, a la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF por sus siglas en inglés) y a otros organismos que perdió la cuenta.
“Y no pasó nada”, dijo Powell. “No hubo respuesta”.
Cuando se le preguntó acerca de las denuncias de Powell, un portavoz del FBI en Charlotte afirmó que la agencia no proporcionará información más allá de lo publicado en los registros judiciales. Un portavoz de la ATF en Carolina del Norte declaró que no había constancia de que hubieran abierto un caso.
De hecho, los organismos federales encargados de hacer cumplir la ley tienen un historial reciente cuestionable a la hora de evaluar con precisión las amenazas de terrorismo interior. La evaluación del FBI sobre los extremistas violentos redactada antes del asalto del 6 de enero indicaba, incorrectamente, la “escasa disposición de los participantes a actuar en respuesta a un resultado electoral polémico” y que “los interesados carecen de capacidad para llevar a cabo algo más que un simple atentado.”
Y antes de la violencia supremacista blanca de “Unite the Right” en Charlottesville en 2017, en que murió una mujer y otras personas resultaron gravemente heridas, el Departamento de Seguridad Nacional había centrado gran parte de su evaluación de amenazas en los peligros planteados por los contramanifestantes de extrema izquierda.
Tras años de oportunidades perdidas, el FBI investigaba a Arthur.
”Se necesitan más de 100 disparos para abatir a Joshua Blessed”, dijo Powell. “Es necesario que se registre un tiroteo con la policía en la vía pública durante una persecución a alta velocidad con un camión de 18 toneladas (40.000 libras). Eso es lo que hace falta antes que alguien investigue esto”.
“Perdigón”
El 5 de mayo de 2021, Michael Thompson se dirigió a una sesión de entrenamiento de tácticas de guerra en Mount Olive. Estacionó su camioneta frente a la pequeña granja de una sola planta que había construido el abuelo de Arthur.
Era un año después del enfrentamiento entre Blessed y la policía en el norte del estado de Nueva York y apenas unos meses después del 6 de enero. Thompson se había puesto en contacto con Arthur a través de la página web de Tackleberry.
Se acercaron con cautela.
Con una risita, Arthur le aseguró a Thompson que no era policía.
“Hoy en día nunca se sabe”, contestó Thompson.
“No, no se sabe.... y es que la mitad de los policías son buenos y la otra mitad son malos”, subrayó Arthur. “Pero si no sé quién es bueno y quién es malo, entro a limpiar la casa”.
A medida que los dos hombres se fueron conociendo, Arthur afirmó haber creado una milicia local con otros veteranos muy bien entrenados, entre ellos un marino de la fuerza especial SEAL, un soldado Ranger y un par de marines veteranos de la zona. Uno de sus compañeros militares, al que llamaba “Priest”, se quedaba en la granja y también entrenaba, según los dos niños que hablaron con la AP.
“Todas las noches, alrededor de las 10:30, Arthur salía al cobertizo, encendía la radio y se ponía en contacto con un montón de gente. Para juntar a la milicia que se reúne e intercambiar información”, dijo la hija de Powell, que a menudo se sentaba con Arthur durante estas comunicaciones cuando no podía dormir.
Thompson se había puesto en contacto con Arthur diciéndole que necesitaba prepararse para la batalla contra los agentes federales. Los agentes de la ATF confiscaron algunas de sus armas mientras él estaba fuera y su esposa estaba sola en casa con sus hijos, explicó. Iban a volver. Esta vez quería estar preparado.
Arthur y Thompson hablaron sobre el uso de artefactos explosivos improvisados ocultos y de cómo Thompson podía transformar su casa en una ” telaraña” de trampas mortales destinadas a matar a los agentes federales que hicieran la redada.
Thompson llevaba un micrófono para el FBI con el nombre en clave “Buckshot″ (“Perdigón”).
“Quiero enseñarte algo llamado telaraña”, dijo Arthur. “Esto fue algo que construí para un compañero de una misión de reconocimiento″.
“Es toda una caja de la muerte”, afirmó.
Thompson y Arthur hablaron durante horas, y acabaron sentados en la casa con los hijos de Arthur revoloteando alrededor. Entonces la conversación giró en torno al asesinato; el uso de francotiradores y explosivos ocultos contra políticos bien protegidos, según las grabaciones.
Arthur afirmó que tales asesinatos serán necesarios en la próxima guerra civil y que, en muchos casos, los francotiradores son los más eficaces.
“Sé que si puedo poner una bala justo ahí, en la base del parabrisas, donde se une con el tablero. Le daré. Entonces, ¿el francotirador acierta mejor? Sí".
“Digamos que es toda una casa amurallada... la mansión del gobernador. Muy bien, ¿Cómo lo ataco? Bueno, en algún momento él tendrá que salir para ir al Capitolio, ¿verdad?”, explicó Arthur, mientras su esposa y sus hijos conversaban sobre la escuela y trabajaban en el jardín.
De acuerdo con los datos, son estos ataques selectivos con los que personas con antecedentes militares están teniendo más éxito. Entre ellos se incluyen los asesinatos en 2020 de un agente de seguridad federal y un policía en California a manos de un sargento en servicio de la Fuerza Aérea y el ataque en 2018 de un exsoldado del Ejército que disparó contra seis mujeres en un estudio de yoga en Florida, matando a dos de ellas, antes de suicidarse.
Cuando hay militares implicados, es más probable que se busque que los atentados dejen una gran cantidad de víctimas, y en un año electoral es este tipo de ataques el que preocupa a quienes estudian cómo la experiencia militar influye en actos extremistas. Un ataque con víctimas masivas se define como aquel en que mueren o resultan heridas cuatro o más personas.
“Mi principal preocupación no es una marcha hacia el Capitolio o cualquier otro edificio gubernamental. Es que alguien con las habilidades que le han sido impartidas por las fuerzas militares para ser extremadamente letal utilice esas habilidades”, indicó Jensen, del START.
“Y salen, atacan a civiles y tienen un impacto real en la seguridad pública”, añadió.
Armados con las grabaciones de Thompson, los agentes del FBI planearon una forma de detener a Arthur sin peligro: una evaluación de la amenaza en la granja había determinado que era demasiado peligroso intentarlo allí.
El informante pidió a Arthur que se reuniera con él en una feria de armas en Raleigh. Le explicó que tenía contactos allí que comprarían algunos manuales de Tackleberry.
Arthur se reunió con Thompson en la entrada del evento y ambos pasaron por los detectores de metales; Arthur no iba armado. Un equipo del escuadrón táctico SWAT de la policía que esperaba dentro sorprendió a Arthur, que inicialmente se resistió a los intentos de inmovilizarlo, según los agentes. Los agentes obligaron entonces a Arthur a tirarse al suelo y lo detuvieron.
Al mismo tiempo, los equipos de desactivación de explosivos registraban la casa de Arthur. Encontraron sacos de arena y latas llenas de Tannerite, que, si es alcanzado por disparos desde lejos, puede estallar. Los equipos también descubrieron la bomba de tubo conectada a un interruptor en el porche.
“Prestaste el juramento”
En mayo, el juez federal de distrito James C. Dever III condenó a Arthur a 25 años de prisión federal después que un jurado lo declaró culpable de cargos relacionados con enseñar al informante del FBI a fabricar explosivos destinados a matar a agentes de fuerzas federales así como de posesión ilícita de armas.
Los fiscales declararon que habían encontrado granadas improvisadas y otras armas “de uso masivo” e “indiscriminado” en la granja de Arthur.
Un examen psicológico no halló pruebas de enfermedad mental, pero sí citó un posible trauma de guerra como factor de la paranoia de Arthur. Aun así, la conclusión fue que Arthur no necesitaba “tratamiento agudo de salud mental”.
Dever, también veterano, dijo a Arthur que su formación militar especializada en explosivos y otras técnicas de guerra hacía que su conducta fuera mucho más grave.
“Prestaste el juramento que prestamos todos los que servimos”, dijo Dever a Arthur. “Lo sabes muy bien”.
Pero Arthur no se arrepiente.
En mensajes a la AP desde una prisión federal en Tennessee, afirmó que es blanco de una “guerra política”.
“Soy un preso político”, escribió, adoptando el lenguaje que el expresidente Donald Trump y otros han utilizado para minimizar los crímenes cometidos en el asalto al Capitolio el 6 de enero.
En opinión de Arthur, el encarcelamiento de “veteranos y patriotas” como él y el intento de asesinato de Trump en Pensilvania profetizan la guerra civil que desde hace tiempo sostiene que se avecina.
“Esto está sucediendo”, escribió. “Todas las señales están ahí”.
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Kessler reportó desde Washington, D.C. Contribuyeron a este reportaje Rhonda Shafner, Michael Rezendes y Marshall Ritzel en Nueva York; Serginho Roosblad en San Francisco; Allen G. Breed en Mount Olive, Carolina del Norte; Rick Bowmer en Salt Lake City; y Michael Kunzelman, Lolita Baldor y Tara Copp en Washington, D.C.
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