“Familias enteras murieron”: haitianos relatan un viaje mortal a EE.UU antes del caótico cruce fronterizo
Una familia haitiana le cuenta a Richard Hall sobre su peligroso viaje a Estados Unidos y el infierno en la frontera en Del Rio, Texas.
Para muchos estadounidenses, la primera señal de la crisis fue la aparición de un gran campamento de migrantes bajo un puente en la ciudad de Del Río, Texas. Las imágenes que acompañaban a los agentes de la patrulla fronteriza a caballo acorralando a personas desesperadas mientras intentaban cruzar el Río Grande fueron tomadas como símbolo de una política de inmigración fallida.
Pero para los que tuvieron la mala suerte de estar en el campamento, la crisis comenzó años antes, a muchos miles de kilómetros de distancia. La crisis no estaba aquí, sino en el país que dejaron atrás, y en el peligroso camino que los trajo hasta aquí.
“El hambre era interminable”, dice André, un haitiano de 24 años que viajó durante mes y medio para llegar a Del Río con su mujer y su hija pequeña. “Vimos morir a mucha gente. Caminamos durante días por la selva”.
El viaje de André fue el típico de los aproximadamente 15 mil haitianos que llegaron a la frontera entre Estados Unidos y México la semana pasada. Sus historias hablan de la determinación de llegar a Estados Unidos a pesar del abrumador riesgo, y sugieren que ninguna disuasión en la frontera impedirá que más personas emprendan el viaje.
En declaraciones a The Independent, en un centro de transferencia de migrantes en Houston, con su mujer y su hijo, Andre, que sólo dio su nombre de pila, relata su angustioso viaje a Estados Unidos y a una nueva vida.
La mayoría de los haitianos que quedaron varados bajo el puente de Del Río no procedían directamente de Haití, sino de países de América del Sur y Central, lugares a los que habían huido de su país de origen años atrás. Muchos creían que las posibilidades de que se les permitiera entrar en Estados Unidos habían mejorado cuando Joe Biden se convirtió en presidente; otros simplemente no podían permitirse seguir viviendo en su hogar temporal.
André venía de Chile, donde ha vivido cinco años desde que escapó de Haití. Dejó un país convulsionado por la inseguridad, la pobreza y la violencia. En Chile, al menos al principio, pudo encontrar algún trabajo. Últimamente se le hizo casi imposible, por lo que decidió marcharse. Era una apuesta: si lo atrapaban, podría ser devuelto a Haití. Pero le costaba ganar lo suficiente para alimentar a su familia, que ahora incluía una hija pequeña.
“No había seguridad [en Haití]. No era seguro para mi familia ahí, no les importa la vida”, afirma André. “En Chile era un poco mejor, pero no era estable. Siempre me costaba encontrar trabajo y no podía ir a la escuela”.
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Tendrían que recorrer más de 6 mil kilómetros hasta la frontera con Estados Unidos, pero no estaban solos: otros miles de haitianos emprendían el mismo viaje. La travesía de Colombia a Panamá fue la más traicionera, la familia se vio obligada a caminar durante días a través de la densa selva con apenas comida para ellos.
“En un momento dado, mi amigo tenía una lata de sopa y la compartimos entre seis personas. Estábamos muy hambrientos”, cuenta André. “Mi bebé siempre me decía que tenía hambre, pero yo no tenía nada para ella”, añade, mientras su hija de dos años juega a su alrededor.
No todos sobrevivieron.
“Había demasiados muertos en el camino. Había hambre y deshidratación. Si el río te atrapaba, te atrapaba. Algunas personas no lograron atravesar las montañas. Hubo familias enteras que murieron”, confirma.
No era sólo el terreno traicionero lo que les amenazaba. André y su familia sufrieron robos, amenazas de violación y oyeron hablar de asesinatos por parte de un grupo de ladrones que también eran haitianos.
“Dijeron que iban a ayudarnos”, cuenta André sobre los ladrones. “Luego nos ordenaron a todos que nos desnudáramos y si no teníamos dinero nos amenazaron con violar a las mujeres. Teníamos 20 dólares entre los dos: yo tenía 10 y mi mujer 10, así que nos dejaron en paz. Pero mataron a un amigo mío. No tenía dinero”.
Cuando André y su familia llegaron a la frontera entre México y Estados Unidos, siguieron a una multitud. En las redes sociales y de boca en boca corrió el rumor de que era posible cruzar por Ciudad Acuña. Cientos de personas partieron en esa dirección, luego miles. Cuando llegaron a Ciudad Acuña decidieron cruzar rápido porque habían oído que las autoridades mexicanas les tratarían mal.
La familia cruzó el río Grande en un grupo numeroso, pero al llegar al otro lado fueron acorralados bajo el puente internacional que conecta Estados Unidos con México.
La repentina llegada de un gran número de migrantes y refugiados a la frontera de Estados Unidos desató una tormenta mediática. Unas 15 mil personas, en su mayoría haitianos, fueron retenidas ahí. Se refugiaron con todo lo que pudieron encontrar: cajas de cartón, plásticos y mantas.
Los políticos republicanos se apresuraron a acudir a la frontera para comparecer ante los medios de comunicación, señalando a la multitud como un síntoma de la política de “frontera abierta” llevada a cabo por Biden. El gobernador de Texas, Greg Abbott, ordenó a un convoy de vehículos de la policía estatal que formara una barrera de acero en la frontera, en una demostración de fuerza para las cámaras.
André y su familia no eran conscientes de la lucha política que se libraba a su llegada. Sólo se concentraban en seguir vivos.
“No comimos durante seis días”, dice. “No podíamos dormir porque el suelo estaba muy duro. Algunas personas vinieron a donar comida, pero las autoridades sólo daban una parte”.
Durante esos seis días, André y su familia acamparon bajo el puente. No vieron a los guardias de la patrulla fronteriza a caballo acorralando a un grupo de migrantes, cuyas fotos se hicieron virales y provocaron amplias críticas hacia Biden y de los demócratas.
El Departamento de Seguridad Nacional acabó procesando a los miles de personas que habían quedado atrapadas bajo el puente y Andre y su familia fueron conducidos desde la frontera hasta un centro de transferencia cercano gestionado por una organización benéfica local. Les dieron bolsas con artículos de aseo, comida y les acogieron. Fue la primera vez que se sintió seguro en más de un mes. Tras una breve parada, un autobús los llevó a otro centro de transferencia en Houston. Desde aquí, los migrantes suelen llamar a sus familiares para organizar los vuelos al otro lado del país, donde continúan con sus solicitudes de asilo.
André y su mujer no tienen familia en Estados Unidos: van a empezar solos. Cuando se le pregunta por qué decidió venir a Estados Unidos, Andre argumenta que “sólo quería una vida” y ayudar a su familia en Haití, especialmente a su madre viuda.
“Soy la primera persona de mi familia que hace esto. Todo el dinero que gane aquí será para mi familia en casa”, señala. “Tengo mucha responsabilidad”, añade el joven de 24 años.