Por temor, muchos no creyentes ocultan su opinión en Oriente Medio y el norte de África
Está la mujer tunecina que ayuna durante el mes sagrado islámico del Ramadán, aunque no para Dios. La mujer iraquí que, hasta hace poco, usaba hiyab. Y un hombre cuya tarjeta de identidad egipcia lo identifica como “musulmán”, a pesar de sus intentos por cambiarlo.
Así son las formas en que algunos sin filiación religiosa, o “nones” —que puede traducirse como “ninguna”, por “ninguna religión”, y que se identifican como ateos, agnósticos, espirituales pero no religiosos, o, simplemente, nada en particular—, negocian su existencia en Oriente Medio y el norte de África, donde la religión a menudo está arraigada en el tejido mismo de la vida.
Las características distintivas de la religión van más allá de los muros de los lugares de culto. En los países de mayoría musulmana, están en los minaretes que definen los horizontes, en los velos que usan muchas mujeres, en el omnipresente llamado a la oración que invita a los fieles cinco veces al día, y en las referencias que salpican los saludos casuales.
Conscientes de que rechazar la religión puede tener repercusiones, muchos ocultan cuidadosamente esa parte de sí mismos. Declarar que no son creyentes puede ocasionar sufrir estigma social, el ostracismo por parte de los seres queridos o incluso desatar amenazas o la ira de las autoridades, especialmente si hacerlo público va acompañado de ataques reales o percibidos a la religión o a Dios.
“Tengo una doble vida todo el tiempo”, afirmó la tunecina de 27 años. “Es mejor que tener conflictos todos los días”.
Muchos no creyentes buscan comunidad, ideas o enclaves de desafío digital en internet, aunque los espacios en línea todavía conllevan riesgos. Algunos hacen confidencias en pequeños círculos de amigos o se marchan, cuando pueden, en busca de más libertades en el extranjero.
La mayoría de los entrevistados por The Associated Press hablaron a condición de guardar el anonimato por temor a repercusiones, y porque algunos de sus familiares no saben cómo se identifican religiosamente. Dado tal secretismo, no hay estimaciones confiables del número de nones en esta región mayoritariamente religiosa.
“Oriente Medio es la cuna de las tres religiones celestiales, y no hay duda de que la cultura de la región ha estado entrelazada con la religión por mucho tiempo”, dijo Mustapha Kamel al Sayyid, profesor de ciencias políticas en la Universidad de El Cairo. “La religión también ha sido una fuente de legitimidad para los gobernantes, una fuente de conocimiento y de normas de comportamiento”.
Muchos en los países árabes, dijo, relacionan la falta de religión con la inmoralidad y la ven como una amenaza. “Para ellos, uno no puede hablar de los derechos de alguien que es un peligro para la sociedad”.
Leyes o políticas que prohíben la blasfemia —discursos o acciones consideradas despectivas hacia Dios y otras entidades sagradas— existen en diferentes partes del mundo. Pero según un análisis del Centro de Investigaciones Pew, un grupo de expertos que brinda información sobre actitudes, tendencias y problemáticas de Estados Unidos y el mundo, en 2019 eran más comunes en la región de Oriente Medio y África del Norte (MENA, por su acrónimo en inglés). Los críticos de esas leyes dicen que a veces están redactadas de manera vaga y pueden infringir la libertad de expresión.
La mujer tunecina dijo que ayuna para evitar ser descubierta por su familia musulmana. Durante las fiestas religiosas, finge dormir para no acudir a las reuniones, donde los familiares podrían criticar su presunta falta de fe.
Desde pequeña rechazó cómo se practicaba el islam en su hogar. Dijo que su padre a veces la obligaba a orar, tirando de su ropa mientras le gritaba.
Resistiendo las interpretaciones tradicionales de cosas como los roles de género, buscó refugio en comunidades y lecturas musulmanas progresistas.
En un momento dado se volvió agnóstica, y más tarde comenzó a seguir algunas prácticas budistas seglares. Ahora se ve a sí misma como “nada en particular” —o “none”— y abierta a diferentes caminos espirituales.
Si bien cree que su recorrido le ha dado confianza en sí misma, se siente apartada y sin lugar en su cultura.
Hany Elmihy, un agnóstico egipcio de 57 años, alguna vez tuvo la esperanza de que las condiciones cambiarían. Él y otros no creyentes vieron una oportunidad tras los alzamientos populares de la Primavera Árabe que recorrieron la región hace más de una década.
Elmihy, quien creció en un edificio de apartamentos en El Cairo con una mezquita, cuestionó la religión desde una edad temprana. Dijo que fundó un grupo en Facebook para egipcios sin religión en 2011, y grupos similares se formaron en otros países árabes. Las protestas masivas que exigían un cambio político acababan de derrocar a Hosni Mubarak, un añejo autócrata en Egipto, resaltando el poder de las redes sociales como herramienta para la disidencia y envalentonando a muchos a romper tabúes.
“No es la revolución la que convirtió a algunos en ateos o irreligiosos; la revolución les dio la libertad y el valor para alzar la voz”, dijo Elmihy. Fue amenazado y atacado en el período subsiguiente.
Sin desanimarse, intentó cambiar la designación “musulmán” que figuraba en su tarjeta de identidad por “sin religión”. Fracasó, y su esperanza de obtener nuevas libertades también se esfumó. A la larga se mudó a Noruega.
Cuando Elmihy dejó de orar en su adolescencia, su padre, un musulmán practicante, se sintió decepcionado, pero no le impuso sus puntos de vista. Elmihy temió entonces que los demás no fueran tan tolerantes.
“La sociedad era lo que más me asustaba”, declaró. “Me sentí aislado”.
Elmihy tiene sentimientos encontrados sobre su activismo anterior, pero cree que era importante “hacerle saber a la sociedad que existen personas sin filiación religiosa”.
Algunos han tomado nota con desaprobación.
Ishak Ibrahim, investigador de la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, dijo que, en 2014, el ministerio de Egipto para la juventud anunció planes para combatir el ateísmo en colaboración con organismos religiosos.
Los medios locales han informado sobre iniciativas contra el ateísmo de algunas instituciones islámicas y cristianas.
Ha habido incidentes en los que presentadores de televisión entrevistaron a ateos sólo para burlarse de ellos o echarlos, dijo Ibrahim.
El ateísmo es especialmente detestado por muchos; agunos lo ven como parte de una agenda para debilitar a las sociedades árabes. Otros dicen que les resulta difícil apoyar los derechos de los no creyentes cuando algunos de ellos atacan las creencias religiosas.
“Creemos que aquellos que no pertenecen a una religión están cometiendo un pecado, pero no es nuestra responsabilidad hacer que rindan cuentas”, dijo Abbas Shouman, funcionario de Al Azhar, la sede del aprendizaje musulmán suní con sede en El Cairo. El papel de las autoridades religiosas, reportó, “es sólo explicar, aclarar, difundir la información correcta y responder a las sospechas”.
No obstante, dijo que rechaza las críticas hacia la religión.
“Tienen el derecho a defender sus creencias como quieran, pero no a ir tras las creencias de los demás”, dijo.
El ateísmo, en sí, no está criminalizado en Egipto, dijo Ibrahim, y agregó que otras leyes se aplican en algunos casos. El año pasado, la organización de Ibrahim, la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, dijo que un tribunal egipcio confirmó una sentencia de tres años de prisión contra un bloguero acusado de desacato a la religión y uso indebido de las redes sociales. La organización, cuyos abogados apelaron el veredicto anterior, dijo que el hombre fue acusado de gestionar una página de Facebook para ateos egipcios que supuestamente publica críticas a las religiones.
En mayo, Irán ahorcó a dos hombres condenados por blasfemia, llevando a cabo raras sentencias de muerte por ese delito. Fueron acusados de participar en un canal de la aplicación de mensajes Telegram llamado “Crítica de la Superstición y la Religión”, según la Comisión de Estados Unidos sobre Libertad Religiosa Internacional. La agencia de noticias del poder judicial de Irán dijo que los dos habían insultado al profeta Mahoma y promovido el ateísmo.
En Arabia Saudí, un tribunal condenó a un hombre a 10 años de prisión y 2.000 latigazos por acusaciones de expresar ateísmo en publicaciones de Twitter. Un reporte de 2016 en los medios de comunicación dijo que la policía religiosa encontró tuits que negaban la existencia de Dios y ridiculizaban los versos coránicos.
Para algunos habitantes de Oriente Medio, como Ahmad, la incredulidad no ha causado tensiones, al menos en sus propios círculos. Pero el hombre de 33 años, quien creció en una familia musulmana chií en Líbano y ahora vive en Qatar, habló sólo con la condición de que no se revelara su apellido debido a lo delicado del tema.
“Tenemos un acuerdo tácito: yo no critico la religión y ustedes no critican mi falta de religión”, dijo.
Ahmad, quien trabaja en medios de comunicación, no tiene filiación religiosa y dice que no puede creer “en algo que no puedo tocar ni ver”. Algunos otros libaneses, agregó, han abandonado la fe debido al “fanatismo sectario” y la explotación de la religión en la política.
El papel de las divisiones sectarias en Líbano, religiosamente diverso, es una de las razones por las que Talar Demirdjian se mantuvo alejada de la religión.
“La gente se adentra mucho en su religión o en sus sectas, o, en el otro extremo, son completamente indiferentes o se oponen a todo eso”, dijo.
Ella se preguntaba: “¿Por qué todos se odian unos a otros?”
“No creo que las religiones en esencia sean malas”, explicó. “Creo que siempre es la interpretación de la religión por parte de los hombres lo que es malo”.
Demirdjian, una armenia libanesa de herencia cristiana, dijo que cuando se trata de religión, “me identifico como ‘no me importa’ ... Ni siquiera pienso en ello lo suficiente como para aplicar una etiqueta”.
Para una mujer iraquí, la duda comenzó cuando el sueño de su infancia de convertirse en imán como su abuelo fue rápidamente anulado porque era una niña. A sus 9 años, creía que el puesto la acercaría más a Dios.
Su sorpresa por la denegación generó preguntas persistentes: “Pregunté: ‘¿Por qué? ¿Son los hombres mejores que yo?”
La agitación en Irak —y el costo en su vida— alimentó su incredulidad.
La joven de 24 años forma parte de una generación que ha sido testigo de la invasión encabezada por Estados Unidos, la violencia sectaria, el reinado brutal del Estado Islámico y la creciente influencia de las milicias.
Ha usado el velo islámico o hiyab antes, y durante un tiempo, incluso después de identificarse como agnóstica. Cuando los extremistas proliferaron donde ella vivía, se lo ponía para mantenerse fuera de peligro; en otras ocasiones, para encajar socialmente. Pero se lo quitaba siempre que podía. Cansada de la duplicidad, dejó de usarlo definitivamente alrededor de 2020.
Su vida no es normal.
“Siempre soy cautelosa y me preocupa que algo pueda lastimarme, herir a mi familia o arruinar nuestra relación”, dijo. “No le digo a la gente que soy agnóstica. … Sería un acto de estupidez hacerlo en una sociedad así”.
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Los periodistas de la AP Youcef Bounab, en París, y Abdulrahman Zeyad, en Bagdad, contribuyeron.
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