“La violencia iniciaba cuando cayeron las Torres Gemelas”: familias del 11-S devastadas por el crimen de odio
Para la gente de color en Estados Unidos, el 11-S fue una doble tragedia, informa Josh Marcus
Esta nota fue originalmente publicada en 2021.
La familia de Balbir Singh Sodhi pensó que Estados Unidos sería diferente. Huyeron de la provincia india de Punjab en la década de 1980 para huir de la violencia religiosa. En aquella época, los pogromos contra los sijs mataban a miles de personas, a menudo con la complicidad de la policía y los dirigentes del gobierno.
“Escuché que éste era el país que tenía libertad religiosa, y que éste era el país que defendía la justicia para todos los colores, credos y géneros”, dice su hermano Rana. “Cuando llegué aquí, antes del 11-S, nunca me pasó por la cabeza que hubiera odio hacia nuestra comunidad en Estados Unidos. Nunca pensé en eso”.
Balbir se convirtió en empresario en Mesa, Arizona, y era dueño de una gasolinera. Daba a los niños caramelos gratis y les dejaba usar su aparcamiento para patinar. Cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, habló de intentar volar a Nueva York para ayudar en la Zona Cero.
“Quería ir a Nueva York y ayudar a esas víctimas, a la gente que aún sufría y estaba enterrada en esos edificios, realmente quería ir a ayudarlos”, comenta Rana. “Tenía ese tipo de corazón”.
El 15 de septiembre, Balbir vació su cartera en un Costco local para donar a la campaña de ayuda del 11-S. Ese mismo día, un hombre blanco llamado Frank Roque se dispuso, como le dijo a un camarero cuatro días antes, a “disparar a algunos cabeza de toalla”, añadiendo: “Deberíamos matar también a sus hijos, porque crecerán como sus padres”.
Roque mató a Balbir mientras plantaba flores frente a la tienda, y luego disparó contra un dependiente libanés-americano y una familia árabe. Cuando la policía detuvo a Roque, éste gritó que era un patriota.
Balbir Singh Sodhi está considerado como la primera persona asesinada en la violencia por odio posterior al 11-S. Diez meses después, Sukhpal, su hermano, fue asesinado conduciendo un taxi en San Francisco, en lo que su familia cree que fue un ataque similar.
A menudo, el relato que se recuerda en cada aniversario del 11-S es que surgió lo mejor de Estados Unidos: valientes bomberos y miembros de la comunidad que se unieron para buscar a las víctimas y procesar una tragedia nacional. También es cierto que el 12 de septiembre la vida cambió para siempre para millones de musulmanes, así como para los sijs, personas de Medio Oriente y del sur de Asia, que de repente se vieron estigmatizados como una amenaza nacional. Entre 2000 y 2009, los delitos de odio contra los musulmanes se dispararon un 500%.
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Para las personas de color en Estados Unidos, el 11-S fue una doble tragedia. Pronto quedó claro que se les harían pasar por el sufrimiento de Estados Unidos.
“En cuestión de horas, tuvimos noticias de atentados en las calles de las ciudades de todo el país. Esto fue antes de las redes sociales, de YouTube, antes de que tuviéramos canales para contar nuestras propias historias”, menciona Valarie Kaur, una activista sij-americana y amiga de la familia de los Sodhis.
Las listas de correo electrónico y los mensajes de texto servían como un noticiero alternativo al de la televisión: miembros de la familia disparados y golpeados, mezquitas y gurdwaras (casas de culto sij) quemadas y destrozadas.
“Sentí como si el suelo se hubiera caído debajo de mí”, recuerda Valarie. “Todavía estaba intentando procesar el horror de la magnitud de la devastación del 11-S, y toda esa pérdida de vidas, y en pocas horas teníamos que preocuparnos por si sobreviviríamos como familia y comunidad”.
Su familia llevaba un siglo en Estados Unidos, descendiente de granjeros que se establecieron en el norte de California. De la noche a la mañana, muchos les consideraron que ya no eran “verdaderos” estadounidenses. Se tomó un tiempo libre de la universidad para recorrer el país grabando historias de gente como ella, en una película que luego se convirtió en el documental de 2006 Divided We Fall.
Durante días, los informativos de televisión difundieron fotos de Osama bin Laden con turbante junto a las de Sher JB Singh, un hombre detenido por error en un tren el 12 de septiembre por llevar un kirpan, una daga sin filo y totalmente ceremonial que simboliza el deber de los sijs de levantarse contra la injusticia.
Rais Bhuiyan, que emigró a Estados Unidos desde Bangladesh y trabajaba en la tienda de un amigo en Dallas, empezó a temer inmediatamente por su seguridad.
“No pude evitar empezar a preocuparme”, explica a The Independent. “Para muchos de nosotros, el horror, el miedo y la violencia acababan de empezar cuando cayeron las Torres Gemelas. Muchos clientes vinieron a verme enfadados a la gasolinera. Algunos me amenazaron. Algunos incluso intentaron hacerme daño”.
No siempre se había sentido así. Llegó a Estados Unidos en 1999, ganador de la llamada “lotería de los visados”, y pasaba las noches en su primera casa de Nueva York paseando soñadoramente con un amigo que trabajaba en un servicio de limusinas. Los clientes estaban ansiosos por saber de él
“Tenían curiosidad por saber más sobre mí y lo que me trajo a Estados Unidos”, afirma. “Disfruté mucho de esos momentos. Sentí que la gente estaba tan interesada, tan curiosa por conocer otras culturas, otras personas. Nunca sentí ningún tipo de discriminación”.
El 21 de septiembre, un supremacista blanco llamado Mark Stroman le hizo a Bhuiyan esa misma pregunta: “¿de dónde eres?”, antes de dispararle en la cara con una escopeta, en el marco de un ataque en el que mató a dos hombres sudasiáticos en el transcurso de tres semanas.
La represión contra los musulmanes en Estados Unidos también tuvo lugar en Washington. George Bush se ganó los aplausos por haber pronunciado un discurso en el Centro Islámico de Washington, DC, el 17 de septiembre, en el que dijo a los estadounidenses que “el Islam es paz”, y que no debían temer a sus hermanos y hermanas musulmanes.
Pero su administración no quiso seguir su propio consejo. Puso en marcha un amplio programa de inmigración llamado NSEERS, un registro que rastreaba casi exclusivamente a los procedentes de países musulmanes en Estados Unidos y que incluía hasta 84 mil personas. El NSEERS se utilizó para enviar al menos a 14 mil árabes y musulmanes a procedimientos de deportación. Los informantes del FBI se infiltraron en los lugares de culto. La Agencia Federal de Seguridad en el Transporte empezó a someter de forma casi oficial a las personas con barba, turbante o cierto tono de piel a una humillante seguridad adicional en los aeropuertos. George Bush afirmó en una ocasión que Al Qaeda atacó a Estados Unidos porque “odian nuestra libertad”, pero la libertad en Estados Unidos después del 11-S resultaría ser condicional.
En conjunto, el nuevo clima fue devastador para personas como Rais Bhuiyan. Vinieron a Estados Unidos para encontrar un nuevo lugar al que pertenecer, y ese lugar intentaba violentamente que se marcharan. Algunos lo hicieron.
“La mayoría de los estadounidenses no son conscientes de que muchas personas fueron brutalmente atacadas después del 11-S, algunas fueron asesinadas y la vida de cientos de miles de personas se vio desplazada”, afirma. “Mucha gente quedó traumatizada aunque no fuera atacada físicamente, pero psicológicamente, mentalmente, mucha gente quedó extremadamente traumatizada. Conozco a algunos que abandonaron el país porque tenían mucho miedo de ser atacados”.
Rana Singh Sodhi recuerda haber hablado con otros sijs sobre si sería más seguro que se quitaran los turbantes, un pilar central de la fe sij.
“Debería quedarme en la India si tengo que hacerlo”, señala. “Elegí este país por la libertad religiosa. Puedo disfrutar de mi vida con mi turbante y mi vida, practicar lo que creo. ¿Por qué tengo que quitarme el turbante? La gente que es ignorante tiene que aprender quién soy. Esa es la belleza de este país”.
Ambos hombres, informados por su fe, se convirtieron en activistas, compartiendo sus historias e intentando que su país de adopción fuera menos odioso. Rais fundó una organización para impulsar esa labor, Mundo sin odio.
Como ocurre a menudo en Estados Unidos, fueron las víctimas de la violencia más inhumana las que tuvieron que enseñar al país sobre humanidad. Esa labor adoptó muchas formas. Los sijs, a pesar de ser la quinta religión más grande del mundo, no eran un grupo muy visible en la corriente principal de Estados Unidos antes del 11 de septiembre, por lo que se dedicaron a organizarse y a elevar su perfil a través de grupos como la Coalición Sij, que presionó para poner fin a la discriminación en los aeropuertos y conseguir que las escuelas compraran libros de texto que educaran a los niños sobre una diversidad de religiones, incluido el sijismo.
También intervinieron en casos de discriminación que surgieron en todo el país. Iniciaron una larga demanda federal contra la red de metro de la ciudad de Nueva York, después de que ésta empezara a exigir a los trabajadores musulmanes y sijs, pero no a otros, que marcaran los tocados religiosos con el logotipo de la MTA o que trabajaran fuera de la vista del público. El caso se resolvió en 2012. Uno de los demandantes era Sat Hari Singh, un sij que condujo su tren marcha atrás para salvar a los pasajeros de los túneles llenos de humo el 11 de septiembre.
Rais y Rana también se reconciliaron con los hombres que les odiaban. El primero tuvo una revelación durante una peregrinación a La Meca en 2009. Mark Stroman, su presunto asesino, estaba en el corredor de la muerte, y Bhuiyan comenzó a presionar para que se detuviera el asesinato.
“Pensé en mi tirador y me di cuenta de que al ejecutarlo, simplemente perderíamos otra vida humana sin tratar la causa de fondo. Empecé a verlo como un ser humano como yo, no como un asesino. También lo vi como una víctima”, indica. “Sé lo que se siente al estar al borde de la muerte y rogar a Dios una segunda oportunidad. ¿Cómo podría entonces privar de la vida a otro ser humano?”.
No pudo impedir la ejecución, pero ambos hablaron por teléfono antes de que Stroman fuera asesinado. El hombre denunció sus opiniones de odio y llamó a Rais su hermano.
“No hemos fracasado. La humanidad ganó. Ganó el amor”, expresa. “Lo perdimos físicamente, pero al final de su vida, Mark estaba en paz. Encontró la bondad, la misericordia de la misma gente a la que una vez persiguió”.
Trece años después del asesinato de Balbir, Rana Sodhi se encontró con la familia de Frank Roque mientras compraba flores para conmemorar el aniversario de la muerte de su hermano. Les invitó a reunirse con él en la gasolinera, donde cada año celebran un acto de recuerdo y una cena.
“Nunca he sentido la necesidad de vengarme”, externa Sodhi. “En mi religión sij, no creemos en el ojo por ojo. No creemos en esas cosas. La bondad y el perdón son muy importantes”.
La familia de Roque se negó, pero Rana encontró diferentes formas de tender la mano. En el 15º aniversario de la muerte de Balbir, él, junto con Valarie Kaur, llamó a Roque por primera vez. Se disculpó y dijo que pediría perdón a Dios y a Balbir en la otra vida. En 2006 se anuló la condena a muerte de Roque, medida que apoyaron los sodhis. Roque ha dicho que espera unirse a Rana en la labor contra el odio una vez que sea liberado.
“Queremos que esté entre rejas para que nadie salga herido, pero eso no significa que queramos quitarle la vida porque haya hecho daño a nuestra familia”, declara Sodhi. “No sentimos que seamos enemigos”. Rana espera que la familia Roque se una a ellos en el acto conmemorativo de este año.
Sería fácil creer que todo esto ha quedado atrás en Estados Unidos, pero no es así. Las agresiones contra los musulmanes no alcanzaron su punto máximo en 2001, sino en 2016, el año en que Donald Trump asumió la presidencia. Hizo campaña con la promesa de “un cierre total y completo de la entrada de musulmanes a Estados Unidos”, que luego se convirtió en su polémica política de prohibición de viajes. Los ataques de odio todavía se ensañan con los asiático-americanos en la era del coronavirus, lo que demuestra que el país aún no ha aprendido a evitar que el miedo se convierta en violencia.
Los ataques contra los sijs también han continuado, incluyendo un tiroteo en un templo sij en Wisconsin en 2012 por un supremacista blanco que dejó seis personas muertas, y otro este año en una instalación de FedEx en Indianápolis, donde cuatro de las ocho personas muertas eran sijs, lo que llevó a los líderes de la comunidad a creer que era otro ataque de odio.
Y las cosas no han cambiado mucho en el símbolo más perdurable de la discriminación tras el 11-S: la cola de seguridad del aeropuerto.
“Invariablemente, el 99.9% de las veces te apartan para un segundo control, aunque el detector de metales no se active”, detalla Harpreet Singh, miembro de la junta de la Coalición Sij y profesor de la Universidad de Harvard. “Eso es hacer perfiles. Es ilegal en Estados Unidos, pero le ocurre a todos los sijs que llevan turbante y barba”.
Peor que la discriminación actual, quizás, es el hecho de que para muchas víctimas de la violencia racista posterior al 11-S, ni siquiera se les ha permitido formar parte de la historia oficial de ese día, borrada del registro incluso cuando el país jura “no olvidar nunca”.
“Las víctimas y las familias de los crímenes de odio posteriores al 11-S sienten un dolor y un trauma continuos, pero sin esperanza de cierre, curación o reconocimiento”, afirma Bhuiyan. “Todos nos escondemos mientras toda la nación está de luto cada año”.
Sus muertes, invariablemente, quedan fuera de los 2 mil 977 reconocidos oficialmente como muertos en el 11-S.
Por eso, Valarie Kaur, la activista, espera que en el 20º aniversario del 11-S, los estadounidenses vean la gasolinera de Balbir Singh Sodhi como una segunda Zona Cero, un lugar en el que reconocer todo el impacto de aquellos años y trabajar por algo mejor.
“Mi esperanza es que este 20º aniversario sea diferente y que seamos capaces de ampliar nuestros corazones para llorar a las 3 mil personas que murieron aquel día y reconocer y llorar a todas las personas cuyas vidas se han perdido o han sido destrozadas por la forma en que nuestra nación ha respondido al 11-S en los últimos 20 años”, afirma.
Ese marco de atención ampliado es la clave de su actual proyecto, The Revolutionary Love Project, que enseña a construir comunidades y a practicar el activismo antirracista. Y a pesar de algunos de los reveses de los años posteriores al 11-S, cosas como el movimiento Black Lives Matter le dan esperanza.
“Es muy fácil sentir que nada ha cambiado, pero lo que vimos el verano pasado fue a los blancos ponerse delante de los afroamericanos, arrodillarse en las calles delante de los policías”, precisa. “Nunca hemos visto un levantamiento multirracial por las vidas de los afroamericanos en la historia de la humanidad. Tomo eso y digo: si somos más que nunca, si ya no estamos solos, ¿qué podríamos hacer?”
Rana Sodhi cree que, si miramos a largo plazo, todavía hay razones para ser optimistas. Sus padres lucharon por la independencia de la India y finalmente la vieron. Durante su vida, el movimiento por los derechos civiles ha conseguido nuevos derechos para las minorías en Estados Unidos.
“Esas cosas no ocurrieron así como así”, reitera. “Hicieron falta años para crear un momento, para educar a la gente a hacer estas cosas. Pero ha funcionado”.