¿Qué sucede psicológicamente cuando nos desconectamos de las redes sociales?
La interrupción de las redes sociales demostró cuán adictivas pueden ser estas aplicaciones
¿Qué ocurre psicológicamente cuando nos quedamos sin redes sociales? En lo que se ha llamado el “gran apagón de las redes sociales de 2021”, durante más de cinco horas el 4 de octubre, ocurrió lo imposible: Facebook, Instagram y WhatsApp se cayeron. Para muchos de nosotros, que dependemos en gran medida de las redes sociales y los sitios de mensajería para entretenernos y comunicarnos con amigos y familiares, fue algo parecido a una pesadilla.
Facebook culpó a un “cambio de configuración defectuoso” de la interrupción, que provocó un “efecto cascada” que detuvo las plataformas, y aunque ya se ha solucionado, fue un recordatorio de lo dependientes que somos de las redes sociales.
Muchos de nosotros nos apresuramos a utilizar otras plataformas, como Twitter, para obtener nuestra solución, e incluso recurrimos a enviar mensajes de texto o llamar a nuestros amigos.
“Lo más interesante del apagón es la desintoxicación digital inmediata a la que nos vimos obligados, y que no fue voluntaria”, afirma Rachael Kent, profesora de economía y sociedad digital en el Kings College de Londres y fundadora de Dr. Digital Health. “Ahora todos estamos luchando día a día con la gestión de nuestra nutrición digital y nuestros hábitos digitales, tratando de tener relaciones más saludables con nuestra tecnología [para que no sea] demasiado adictiva y compulsiva.” “Sin embargo, con el apagón nos vimos obligados a dejar inmediatamente de buscar nuestros teléfonos, o incluso si lo hacíamos, a no obtener ese golpe de dopamina, y ese entretenimiento y sociabilidad del dispositivo que estamos tan acostumbrados a tener tan fácilmente a nuestra disposición siempre que lo queremos.” Esto demostró lo adictos que somos muchos a las redes sociales. “Fue un gran reto y nos obligó de inmediato no solo a hacer una desintoxicación digital, sino también a enfrentarnos a nuestra relación adictiva no solo con nuestros teléfonos, sino también con las propias aplicaciones”, explica Kent.
Si eres un usuario habitual de Facebook, Instagram o WhatsApp, es posible que te hayas dado cuenta de que abrías constantemente las aplicaciones, solo para recordar que no funcionaban.
Para Kent, esta relación “ilustra realmente hasta qué punto se han convertido en una extensión de nuestra fisicalidad, como herramienta mediadora para permitir tantas cosas: comunidad, conexión, comunicación, sociabilidad. La incapacidad de dejar de tomarlo a pesar de que sabes que no funciona realmente ilustra esa dependencia”.
Este parón forzado puede haber despertado algunas emociones negativas, sobre todo para las empresas que funcionan en estas plataformas.
“En el ámbito empresarial, siempre va a haber mucha ansiedad por no poder gestionar y dirigir tu negocio con eficacia”, explica Kent. “Vivimos en una cultura de estar siempre conectados y disponibles que se detuvo de inmediato”.
Sugiere que el usuario medio de las aplicaciones también habría experimentado “ansiedad, pero por razones diferentes: la imposibilidad de poder desplazarse por la pantalla, leer malas noticias u hojear la pantalla con frecuencia, no poder acceder a los productos y servicios que se desean comprar, así como no poder chatear con los amigos”.
Kent espera que la interrupción nos haga reevaluar nuestra relación con estas aplicaciones adictivas.
“Me gustaría pensar que nos ha obligado a reflexionar: ¿qué puedo hacer para entretenerme? ¿Cómo puedo comunicarme con mis amigos y mi familia sin utilizar estas plataformas? Y también nos obligó a pensar en métodos analógicos no digitales de entretenimiento, como leer un libro, escribir un diario, cocinar una comida, por ejemplo”, dice.
En un mundo ideal, el apagón hará que tengamos una vida en línea más saludable, pero “¿la realidad de eso?”, se pregunta, “no sé cuánto durará”.