Derrota electoral de Bolsonaro significa un respiro de alivio para la crisis climática
El ímpetu medioambiental recibe un estímulo crítico días antes de la cumbre climática de la ONU de Cop27, escribe Harry Cockburn
La derrota del rey de la deforestación, Jair Bolsonaro, será un alivio para los activistas climáticos, ya que una política que aboga a favor del medio ambiente vuelve a plantearse como una prioridad para Brasil.
Después de su encarcelamiento en 2018 antes de la elección de Bolsonaro, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva logró un sorprendente retorno político, superando las expectativas de muchos al regresar al cargo.
Bajo la administración de Bolsonaro, la destrucción de la Amazonia aumentó y se duplicaron las emisiones de CO2 de los incendios forestales entre 2019 y 202. La deforestación alcanzó un máximo de 15 años en 2021.
Su apoyo inquebrantable a los enormes conglomerados agrícolas que arrasan la selva tropical para producir carne y soya condujo al vaciamiento de las agencias ambientales de Brasil, permitió que prosperaran la minería y la tala ilegales —lo que provocó impactos letales en los pueblos indígenas de la selva— y convirtió a Brasil en un paria internacional en la escena mundial.
Cuando el propio INPE (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales) de Brasil advirtió sobre el nivel vertiginoso de deforestación bajo Bolsonaro, el gobierno respondió despidiendo al director del instituto y describiendo como “mentira” el nivel de incendios, utilizados para limpiar la tierra.
El análisis sugiere que el final de la presidencia de Bolsonaro podría hacer que las tasas de deforestación se desplomen ahora en casi un 90 por ciento.
“Luchemos por la deforestación cero”, exortó Lula en su primer discurso como presidente electo.
“Brasil está listo para retomar su papel de liderazgo en la lucha contra la crisis climática, protegiendo todos nuestros biomas, en especial la selva amazónica”.
“Brasil luchará por una Amazonia viva; un árbol en pie vale más que miles de troncos. Por eso retomaremos la vigilancia de toda la Amazonia y cualquier actividad ilegal, y al mismo tiempo promoveremos el desarrollo sostenible”.
No se puede subestimar la importancia global de la selva tropical más grande del planeta. Conocido popularmente como los “pulmones del mundo”, el bosque limpia el aire que respiramos, almacena alrededor de 76 mil millones de toneladas de carbono en total y libera a la atmósfera 20 mil millones de toneladas de agua cada día.
El intenso nivel de biodiversidad en el bosque significa que es el hogar de una de cada 10 especies conocidas que viven en la tierra, a pesar de cubrir menos del 1 por ciento de la superficie terrestre.
Pero desde la década de 1960, la deforestación año con año ha alterado los sistemas ecológicos e hidrológicos que antes se autorregulaban y que eran fundamentales para garantizar la supervivencia del bosque.
El año pasado, el bosque emitió de manera oficial más carbono del que absorbió. Por consiguiente, se cambió su estatus de sumidero global de carbono a una enorme fuente de carbono, lo cual empeoró la crisis climática.
A pesar de la tala y quema indiscriminadas de Bolsonaro, Brasil todavía tiene un lugar sagrado en la historia del movimiento ambientalista. Fue al final de la Guerra Fría en 1992, que representantes de países de todo el mundo se reunieron para la “Cumbre de la Tierra” de la ONU en Río de Janeiro, que allanó el camino para la cooperación internacional para abordar los problemas ambientales.
En la cumbre Cop26 de la ONU en Glasgow el año pasado, 100 líderes mundiales se comprometieron a poner fin y revertir la deforestación global para 2030. Brasil estuvo entre los signatarios, pero la deforestación aumentó un 76 por ciento desde 2021 en lo que va del año.
Como la cumbre de este año en Egipto comienza la próxima semana, el regreso de Lula y un gobierno decidido y proambiental en Brasil es un estímulo muy necesario.
Harry Cockburn es corresponsal de medio ambiente en The Independent.