Cómo la AP usó una cámara artesanal de madera para documentar de cerca la vida afgana
Para el fotógrafo de The Associated Press Rodrigo Abd, uno de los principales atractivos de trabajar con una cámara de cajón tradicional afgana es la intimidad que proporciona con sus sujetos y el ritmo lento que permite una mirada única a la vida cotidiana.
En los años posteriores a la invasión estadounidense de 2001 que derrocó al Talibán, el fotógrafo argentino pasó meses en una misión en Afganistán y desarrolló un profundo afecto por el país y su gente. También estaba fascinado por lo que entonces era una imagen común: fotógrafos callejeros urbanos que se ganaban la vida tomando retratos baratos, principalmente para documentos de identidad, con cámaras de cajón artesanales de madera de estilo antiguo. Abd aprendió a usar lo que en darí se llama kamra-e-faroee, o “cámara instantánea”: una caja hecha a mano sobre un trípode que combina una cámara simple y un cuarto oscuro en uno.
“Me enamoré de esta forma de fotografiar, regresando al acto más primitivo de tomar fotografías, ese largo tiempo dedicado a mirar rostros, detalles, texturas, paisajes, tanto urbanos como rurales”, explica Abd.
A medida que las cámaras de los teléfonos móviles y la tecnología digital se extendieron por Afganistán, las viejas cámaras perdieron popularidad y habían desaparecido de las calles desde hacía tiempo cuando los soldados estadounidenses se retiraron después de 20 años y los talibanes regresaron al poder en agosto de 2021.
Abd tuvo una idea: regresar al país con una cámara de cajón tradicional afgana para documentar cómo ha cambiado la vida cotidiana y cómo no lo ha hecho en los dos años transcurridos desde el regreso del Talibán.
“Siempre me gusta volver a los lugares que me marcaron como fotoperiodista y como persona, esos lugares a los que uno les tiene un cariño especial. Y volver con esta cámara es como un intento de cerrar un ciclo, o quizá como cerrar una herida abierta”, dice Abd. “Poder documentar ese mismo país, ahora tan cambiado, me pareció un reto extraordinario, más aún con una cámara que en 2006 era una visión rutinaria en las calles y que ahora es un objeto extraño para la mayoría de la gente”.
Afganistán ha quedado aislado globalmente desde que los talibanes volvieron a imponer su estricta interpretación del islam, prácticamente eliminando a las mujeres de la vida pública y prohibiendo la representación de rostros humanos en vallas publicitarias, escaparates o carteles. Pero Abd descubrió que usar la vieja cámara para tomar retratos de alguna manera desarmaba a sus sujetos, incluidos soldados rasos y hasta funcionarios talibanes. La visión de un dispositivo ahora obsoleto y tan familiar para muchos fue a la vez novedosa y nostálgica.
El tiempo que un sujeto debe permanecer inmóvil y posar para la cámara antigua crea un tipo especial de intimidad con el fotógrafo.
“A veces puedo conectarme mejor con esa cámara que con una digital por la manera en que la gente mira a la cámara, ese momento que se crea entre el fotógrafo y la persona que está sentada frente a la cámara”, dice Abd.
El origen exacto de la cámara no es claro, aunque cámaras de madera similares se han utilizado en todo el mundo. En Afganistán, se cree que se remonta cuando menos a la década de 1950. Cada cámara está hecha a la medida, por lo que los fotógrafos elegían sus lentes. La mayoría no tenían obturadores, así que el fotógrafo retiraba brevemente la tapa del objetivo para dejar entrar la cantidad de luz necesaria, un método que requería habilidad y experiencia.
El dispositivo es totalmente manual, y la versión afgana incluye una funda de tela en un costado que el fotógrafo utiliza para acceder al interior y revelar manualmente las fotografías en blanco y negro. La imagen negativa original se revela directamente sobre papel utilizando productos químicos almacenados dentro de la cámara. Después, la impresión negativa se lava para eliminar el exceso de químicos en un balde con agua y se coloca en la parte frontal de la cámara, donde se vuelve a fotografiar para crear una imagen “positiva”.
Lutfullah Habibzadeh, un exfotógrafo de kamra-e-faoree de 72 años, está feliz al ver a un colega fotógrafo —y nada menos que un extranjero— llegar a su casa en Kabul con su propia cámara de madera, quizá no tan bellamente decorada, pero de todos modos un espíritu afín.
Le impresiona menos la velocidad —o la falta de ella— del trabajo del fotógrafo extranjero. Abd, más acostumbrado a trabajar con cámaras digitales, era lento mientras ajustaba el enfoque.
“El cliente se quedará dormido si viene contigo para que le tomes una foto”, se rio Habibzadeh mientras posaba para su propio retrato.