Familias chinas emigran a Tailandia por la presión del competitivo sistema educativo de su país
Para el hijo de DJ Wang, la competencia empezó desde el segundo grado.
William, quien entonces tenía 8 años, estaba inscrito en una escuela primaria de alto nivel en Wuhan, capital de una provincia en el centro de China. Mientras que el kínder y el primer grado fueron relativamente tranquilos, a partir del segundo grado las tareas empezaron a acumularse.
Ya para el tercer grado, su hijo terminaba frecuentemente su jornada alrededor de la medianoche.
“Pasó de viajar con equipaje de mano a llevar una maleta muy, muy grande”, explicó Wang. “Fue muy difícil sobrellevar ese cambio tan repentino”.
Wang, quien viajaba a menudo a Chiang Mai, en el norte de Tailandia, gracias a su trabajo en el sector turístico, decidió cambiar de aires y trasladar a su familia a esta ciudad asentada al pie de las montañas.
La familia forma parte de una oleada de chinos que emigran a Tailandia por sus escuelas internacionales de calidad y un estilo de vida más relajado. Aunque no hay registros de cuántos se trasladan al extranjero por motivos académicos, se suman a otros chinos que han salido del país: desde acaudalados empresarios que migran a Japón para proteger su patrimonio y activistas insatisfechos con el sistema político, hasta jóvenes que quieren alejarse de la ultracompetitiva cultura laboral de China, al menos por un tiempo.
Jenson Zhang, director de Vision Education —una compañía de consultoría educativa para padres chinos que desean mudarse al sudeste de Asia—, dijo que muchas familias de clase media eligen Tailandia porque los colegios son más baratos que las escuelas privadas de ciudades como Beijing y Shanghái.
“El sudeste asiático está muy cerca, la visa es conveniente y el ambiente en general, así como la actitud de la gente hacia los chinos, permite que los padres chinos se sientan más seguros”, explicó Zhang.
Una encuesta realizada en 2023 por la empresa de educación privada New Oriental reveló que las familias chinas también están considerando cada vez más opciones como Singapur y Japón para que sus hijos estudien en el extranjero. Pero la matrícula y el coste de vida son mucho más altos que en Tailandia.
Dentro de Tailandia, la apacible ciudad de Chiang Mai a menudo termina siendo la primera opción. Otros destinos incluyen a Pattaya y Phuket, ambas localidades de playa muy concurridas, y Bangkok, aunque la capital suele ser más cara.
La tendencia existe desde hace una década, pero se ha acelerado en los últimos años.
Lanna International School, una de las escuelas más selectivas de Chiang Mai, registró un pico de interés durante el ciclo escolar 2022-2023, con el doble de solicitudes en relación al año anterior.
“Los padres tenían mucha prisa, querían cambiar rápidamente a un nuevo entorno escolar” debido a las restricciones de la pandemia, explicó Grace Hu, responsable de admisiones de Lanna International, cuyo cargo para asesorar a los padres chinos a lo largo del proceso se creó en 2022.
Du Xuan, de Vision Education, dijo que hay dos tipos de padres de familia que llegan a Chiang Mai: los que planearon de antemano qué educación quieren para sus hijos, y los que enfrentaron dificultades con el competitivo sistema educativo chino. La mayoría pertenecen al segundo grupo, indicó.
En la sociedad china, muchos valoran la educación hasta el punto que uno de los padres puede renunciar a su trabajo y alquilar un apartamento cerca de la escuela de sus hijos para cocinar y limpiar, y asegurarse de que sus vidas transcurran sin problemas. Conocido como “peidu”, o “estudio acompañado”, el objetivo es la excelencia académica, a menudo a costa de la propia vida de uno de los padres.
Ese concepto se ha distorsionado debido a la enorme presión que supone mantenerse al paso. En la sociedad china se han puesto de moda algunos términos para describir este entorno hipercompetitivo, desde “neijuan” –que, traducido a grandes rasgos, significa la carrera de ratas que lleva al agotamiento– o “tang ping”, rechazarlo todo para abandonar los estudios.
Los términos reflejan lo que significa el éxito en la China moderna, desde las horas de estudio que necesitan los estudiantes para aprobar los exámenes hasta el dinero que gastan los padres en tutores para dar a sus hijos una ventaja adicional.
El motor de todo esto son los números. En un país de 1.400 millones de habitantes, triunfar significa graduarse de una buena universidad. Con un número limitado de plazas, el rango escolar y los resultados importan, especialmente en los exámenes de admisión a la universidad conocidos como “gaokao”.
“Si tienes algo, significa que otra persona no lo puede tener”, comentó Du, de Vision Education, cuyas hijas estudian en Chiang Mai. “Tenemos un dicho sobre el gaokao: ‘Un punto puede derrotar a 10.000 personas’. Así de intensa es la competencia”.
Wang afirmó que el profesor de segundo grado de su hijo en Wuhan se refería a él como un niño dotado, pero destacar en una clase de 50 alumnos y seguir recibiendo ese nivel de atención hubiera implicado dar dinero y regalos al profesor, algo que otros padres ya hacían incluso antes de que Wang se diera cuenta de que era necesario.
En Wuhan, se espera que los padres conozcan los contenidos de las clases extracurriculares, además de lo que se enseña en la escuela, y se aseguren de que sus hijos los dominen, explicó Wang. A menudo es un trabajo de tiempo completo.
En Chiang Mai, libres del énfasis chino en la memorización y en las horas de tareas, los estudiantes tienen tiempo para desarrollar pasatiempos.
Jiang Wenhui se trasladó de Shanghái a Chiang Mai el verano pasado. En China, dijo, se había resignado a que su hijo Rodney sacara calificaciones promedio debido a su leve trastorno de déficit de atención. Pero no pudo evitar el cuestionarse la decisión de mudarse al tomar en cuenta lo competitivas que eran las demás familias.
“En ese entorno, sigues sintiéndote ansiosa”, afirmó. “¿Debería darle otra oportunidad?”.
En China, dedicó toda su energía para ayudar a Rodney a mantenerse al día en la escuela, llevándolo a clases particulares y exigiéndole al máximo sus tareas.
En Tailandia, Rodney, quien está a punto de empezar el octavo grado, ha empezado a aprender a tocar la guitarra acústica y el piano, y lleva consigo un cuaderno para aprender nuevas palabras en inglés, todo ello por decisión propia, contó Jiang. “Me pidió que añadiera una hora de clases particulares de inglés. Yo pensaba que su agenda estaba a tope, y él me dijo: ’Quiero probar a ver cómo me va”.
Tiene tiempo para dedicarse a sus pasatiempos y no ha necesitado visitar al médico por su trastorno de déficit de atención. Tras congeniar con uno de sus profesores gracias a su gusto por las serpientes, ahora tiene como mascota a un pitón bola de nombre Banana.
Wang explicó que su hijo, William, quien ahora tiene 14 años y está a punto de entrar a la secundaria termina sus tareas mucho antes de medianoche y ha desarrollado otros intereses. Wang también ha cambiado su perspectiva acerca de la educación.
“Aquí, si saca una mala nota, no le doy mucha importancia, simplemente se trabaja en ello”, comentó. “¿Acaso si saca una mala nota será incapaz de convertirse en un adulto exitoso?”.
“Ahora, no lo creo”.