Fe y veneración por la tierra lideran esfuerzo para conservar bosques sagrados de noreste de India
Tambor Lyngdoh se abrió paso a través del bosque cubierto de helechos y nombró plantas, árboles, flores e incluso piedras como si visitara a miembros mayores de su familia.
El líder comunitario y empresario era un niño cuando su tío lo trajo aquí y le dijo estas palabras: “Este bosque es tu madre”.
Este espacio sagrado se encuentra en la aldea de Mawphlang, enclavado en las verdes montañas Khasi en el estado de Meghalaya —cuyo nombre significa “morada de las nubes”—, en el noreste de India.
En un día nublado, el bosque, a 24 kilómetros (15 millas) de Shillong, la capital del estado, estaba estaba en silencio, y solo se escuchaban el canto de los grillos y el susurro de las gotas de lluvia en el follaje verde brillante.
El suelo, cubierto de hojas muertas y retoños verdes, está salpicado de piedras sagradas cubiertas de musgo que durante siglos han servido como altares de sacrificio y receptores de cánticos, canciones y oraciones.
Mawphlang es uno de los más de 125 bosques sagrados de Meghalaya, y posiblemente el más famoso. Estos son bosques antiguos y vírgenes que han sido protegidos por comunidades indígenas durante muchos siglos. Se han documentado extensiones comparables en otras partes de India y del mundo, desde Nigeria y Etiopía hasta Turquía, Siria y Japón.
En Meghalaya, estos bosques representan una antigua tradición de conservación ambiental arraigada en las creencias religiosas y la cultura indígenas. Durante cientos de años, la gente ha acudido a las arboledas sagradas para ofrecer oraciones y sacrificios de animales a las deidades que, según ellos, residen allí. Cualquier forma de profanación es tabú; en la mayoría de los bosques, incluso arrancar una flor o una hoja está prohibido.
“Aquí tiene lugar la comunicación entre el hombre y Dios”, dijo Lyngdoh, descendiente del clan sacerdotal que santificó el bosque de Mawphlang. “Nuestros antepasados reservaron estas arboledas y bosques para representar la armonía entre el hombre y la naturaleza”.
Muchos de estos bosques son fuentes primarias de agua para las aldeas circundantes. También son tesoros de biodiversidad. Lyngdoh cuenta al menos cuatro especies de árboles y tres tipos de orquídeas que no existen fuera del bosque sagrado de Mawphlang.
Hoy en día, el cambio climático, la contaminación y la deforestación amenazan estos espacios. También se han visto afectados por la conversión de la población indígena al cristianismo, que comenzó en el siglo XIX bajo el dominio británico. Los cristianos conversos perdieron su conexión espiritual con los bosques y la tradición, dijo H.H. Morhmen, ambientalista y ministro unitario retirado. Meghalaya es 75% cristiana en un país que es casi 80% hindú.
“Vieron su nueva religión como la luz y a estos rituales como la oscuridad, paganos o incluso diabólicos”, explicó.
En los últimos años, los ambientalistas que trabajan con comunidades indígenas y cristianas, así como con agencias gubernamentales, han ayudado a difundir el mensaje de por qué se deben cuidar los bosques, invaluables para el ecosistema y la biodiversidad de la región. Morhmen dijo que ese trabajo da frutos en las comunidades rurales.
“Ahora estamos descubriendo que incluso en lugares donde la gente se ha convertido al cristianismo, están cuidando los bosques”, refirió Mohrmen.
La aldea de Mustem, en las colinas de Jaintia, es un ejemplo.
Heimonmi Shylla, jefe de la aldea con alrededor de 500 hogares y un diácono, dice que casi todos los residentes son presbiterianos, católicos o miembros de la Iglesia de Dios.
“No considero que el bosque sea sagrado”, dijo. “Pero siento una enorme veneración por él”.
Es una fuente de agua potable para el pueblo y un santuario para los peces.
“Cuando el clima se vuelve muy cálido, el bosque nos mantiene frescos”, agregó. “Cuando respiras ese aire fresco, tu mente se vuelve fresca”.
A Shylla le preocupa el cambio climático y la escasez de lluvias, pero dijo que hay planes para promover el turismo y “hacer el bosque más verde” al plantar más árboles.
Petros Pyrtuh lleva a su hijo de seis años, Bari Kupar, a un bosque sagrado cerca de su aldea, también en las colinas de Jaintia. Es cristiano, pero manifestó que el bosque es una parte importante de su vida y espera que su hijo aprenda a respetarlo.
“En nuestra generación, no creemos que sea la morada de los dioses”, dijo. “Pero continuamos con la tradición de proteger el bosque porque nuestros antepasados nos dijeron que no profanemos al bosque”.
B.K. Tiwari, profesor jubilado de ciencias ambientales de la Universidad North-Eastern Hill, en Shillong, se siente alentado al ver que la conversión al cristianismo no ha desconectado por completo a la gente de la tierra.
“En la religión indígena todo es sagrado —animales, plantas, árboles, ríos—“, explicó Tiwari, quien ha estudiado la diversidad biológica y cultural de los bosques sagrados de Meghalaya. “Ahora, puede que no sientan ninguna conexión con lo divino o lo espiritual, pero como cultura, entienden su papel como custodios”.
Donbok Buam, nativo de las colinas de Jaintia y quien todavía practica la fe indígena, explicó que en el bosque sagrado de su aldea se realizan rituales en la confluencia de tres ríos en honor a la diosa Lechki, habitante del bosque y guardiana de la aldea.
“Si la gente tiene un problema o una enfermedad o si las mujeres tienen problemas para concebir hijos, van allí y realizan sacrificios”, dijo Buam.
Uno de los rituales consiste en llevar agua del río antes del amanecer y ofrecérsela a la diosa en un lugar específico del bosque. El agua se vierte en calabacines y se coloca junto con cinco nueces de betel y cinco hojas de betel: cuatro para los ríos y una para el bosque sagrado. Se sacrifica una cabra blanca en honor a la deidad del bosque, explicó.
“Creemos que la diosa camina por el bosque, incluso hoy en día”, añadió Buam.
El clan nongrum es uno de los tres que cuidan el bosque sagrado de Swer cerca de Cherrapunji, un área a unos 56 kilómetros (35 millas) al suroeste de Shillong, que se encuentra entre las más húmedas del mundo. Siguen la religión panteísta seng khasi, que sostiene que Dios existe en todos y en todo. El bosque es un templo donde residen sus deidades y se realizan rituales para evitar o protegerse de la guerra, el hambre y las enfermedades, dijo Knik Nongrum, presidente del comité local que cuida el bosque.
“Cuando hay un bosque sano, hay prosperidad en la aldea”, dijo, y prometió que este bosque seguirá prosperando porque su clan está decidido a continuar con las tradiciones establecidas por sus antepasados.
Como la mayoría de los bosques sagrados, no se puede acceder fácilmente a él desde la carretera. Está situado en lo alto de una colina empinada cuyo terreno puede volverse traicionero si cae un aguacero, como sucede con frecuencia. Es imposible adentrarse en el bosque sin sentir el roce de las ramas retorcidas, respirar el aroma de las flores y hierbas y ser mojado por las gotas de agua que se desprenden de las hojas.
La parte del bosque que la gente considera sagrada es una parcela cuyo suelo está cubierto de hojas y rodeada por árboles gruesos y altos.
La mayoría de los rituales se realizan sólo en tiempos turbulentos; la tribulación más reciente fue la pandemia mundial de COVID-19. Un ritual en particular —el sacrificio de un toro— es realizado por el sacerdote principal solo una vez en su vida, una práctica que le otorga autoridad para realizar otros ritos para su comunidad.
Jiersingh Nongrum, de 52 años, señaló el altar de sacrificios justo en las afueras del bosque, el cual tiene un cráter en el medio donde se acumula la sangre del animal. Tenía 6 años cuando fue testigo de ese sacrificio de una vez en la vida.
“Fue una experiencia muy intensa”, dijo. “Cuando pienso en ello hoy, siento como una visión que ni siquiera puedo describir adecuadamente con palabras”.
Algunos bosques sagrados también sirven como lugares de entierro ancestral, dijo Hamphrey Lyngdoh Ryntathiang, el cuidador principal de uno de esos bosques en las montañas Khasi. Practica la religión khasi y su esposa es cristiana.
Cada bosque tiene su propio conjunto de reglas y tabúes. En este bosque la gente puede tomar frutos de los árboles, pero tiene prohibido quemar algo, explicó. En otros, el fruto se puede arrancar del árbol, pero se debe comer en el bosque. Se cree que las deidades castigan a las personas por perturbaciones.
Lyngdoh, de la aldea Mawphlang, es cristiano, pero participa en los rituales del bosque e invoca a las deidades, que se cree que aparecen como un leopardo y una serpiente. También ve los efectos del cambio climático en los bosques de la zona y notó las aves invasoras, los árboles infestados de hongos y las especies en desaparición.
En la parte rural de Meghalaya, la gente más pobre depende más de la tierra, dijo Lyngdoh, y señaló que los bosques pueden dar vida y ser motores económicos al proporcionar agua e impulsar el turismo.
“Pero, sobre todo, se reserva una arboleda sagrada para que podamos seguir teniendo lo que hemos tenido desde que este mundo fue creado”.
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