La desesperación amenaza con deshacer los lazos sociales en Gaza
Peleas a puñetazos en las filas para conseguir pan. Horas de espera para un bidón de agua salobre que provoca vómitos. Sarna, diarrea y enfermedades respiratorias en refugios colmados. Y en algunas familias hay que decidir quién come.
“Mis chicos lloran porque están hambrientos y cansados y no pueden ir al baño”, dijo Suzan Wahidi, madre de cinco niños, en un refugio de la ONU en el pueblo de Deir al-Balah, donde hay un baño para cientos de personas. “No tengo nada para darles”.
En el segundo mes de la guerra entre Israel y Hamás, con más de 10.000 muertos en Gaza, los civiles atrapados tratan de sobrevivir sin electricidad ni agua corriente. Los palestinos que lograron huir de la invasión israelí en el norte de Gaza, ahora padecen escasez de alimentos y medicamentos en el sur, y no hay un fin a la vista para la guerra detonada por el mortífero ataque de Hamas el 7 de octubre.
Más de medio millón de personas desplazadas están apretujadas en hospitales y escuelas de la ONU convertidas en refugios en el sur. Las escuelas —atestadas, llenas de basura y plagadas de moscas— se han convertido en caldo de cultivo de enfermedades infecciosas.
Desde el comienzo de la guerra, varios cientos de camiones cargados con ayuda han entrado a Gaza a través del cruce de Rafah, pero las organizaciones dicen que es una gota en el océano de la carestía. Para la mayoría de la gente, la vida cotidiana se ha convertido en un ciclo pesado de buscar pan y agua y hacer filas.
La desesperación ha tensado los estrechos lazos sociales en Gaza, que ha soportado décadas de conflicto, cuatro guerras con Israel y un bloqueo de 16 años desde que Hamás arrebató el poder a fuerzas palestinas rivales.
Algunos palestinos descargan su furia contra Hamás, vociferan insultos a los funcionarios o propinan golpizas a los agentes de policía, escenas inimaginables hasta hace apenas un mes, dicen testigos presenciales.
“Dondequiera que vas, ves la tensión en los ojos de la gente”, dijo Yousef Hammash, un empleado del Consejo Noruego de Refugiados en el pueblo sureño de Jan Yunis. “Te das cuenta de que están al borde de derrumbarse”.
Las estanterías de los supermercados están casi vacías. Las panaderías han cerrado debido a la falta de harina y combustible para los hornos. La mayor parte de las tierras de labranza son inaccesibles y hay escasos productos aparte de cebollas y naranjas. Las familias cocinan lentejas en pequeñas fogatas en las calles.
“Escuchas a los niños llorar en la noche por dulces y comida caliente”, dijo Ahmad Kanj, de 28 años, un fotógrafo en un refugio en Rafah. “No puedo dormir”.