Benedicto XVI, el papa que no quería serlo, muere a los 95
El papa emérito Benedicto XVI fue un papa reacio que nunca quiso ser pontífice
Era el papa reacio, un ratón de biblioteca tímido que prefería los paseos solitarios en los Alpes y los conciertos para piano de Mozart a los reflectores públicos y la majestuosidad de la pompa del Vaticano. Cuando el cardenal Joseph Ratzinger se convirtió en el papa Benedicto XVI y se vio arrojado repentinamente a los pasos de su amado y carismático predecesor, dijo que sintió que le había caído una guillotina encima.
Así que no debería haber sido una sorpresa que, con unas pocas palabras pronunciadas en latín en un día feriado del Vaticano en 2013, Benedicto XVI pusiera fin a su papado al anunciar que se convertiría en el primer papa en renunciar en 600 años.
Su dramática salida allanó el camino para la elección del papa Francisco, y creó la situación sin precedente de que dos pontífices vivieran uno al lado del otro en los jardines del Vaticano. Y probablemente no será una excepción, dado que el propio Francisco ha dicho que Benedicto XVI “abrió la puerta” para que otros papas hagan lo mismo.
Francisco elogió a Benedicto XVI en comentarios el sábado durante una misa por la Nochevieja efectuada en la Basílica de San Pedro.
“Sólo Dios sabe el valor y la fuerza de su intercesión, de sus sacrificios ofrecidos por el bien de la Iglesia”, señaló Francisco.
El Vaticano anunció que Benedicto XVI falleció el sábado en su casa en el Vaticano a los 95 años. El mismo Francisco celebrará la misa del funeral de Benedicto XVI el jueves, a la que sólo se pidió que Italia y Alemania enviaran delegaciones oficiales, y cerrará un capítulo sin precedentes en la historia del papado en el que un papa reinante pronuncie el panegírico de uno jubilado.
El teólogo intelectual alemán, cuya misión era reanimar el cristianismo en una Europa secularizada e indiferente, se vio obligado a cargar la peor parte del escándalo por abusos sexuales que se agudizó al ser desatendido en el pontificado de San Juan Pablo II. Luego, mientras planeaba salir calladamente del papado, estalló otro escándalo cuando su propio mayordomo le robó sus documentos personales y se los dio a un periodista, lo que llevó a revelaciones que dejaron al descubierto la necesidad de un papa reformador que pusiera orden dentro del Vaticano.
Entre una y otra crisis, Benedicto XVI persiguió su visión enfocada en reavivar la fe en un mundo que, según lamentaba con frecuencia, parecía pensar que podía prescindir de Dios.
“En vastas áreas del mundo actual hay un extraño olvido de Dios”, les dijo a un millón de jóvenes reunidos en un extenso campo durante su primer viaje al extranjero como papa, la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, Alemania, en 2005. “Parece como si todo sería igual incluso sin Él”.
Volvió a tocar ese tema en su testamento final dado a conocer por el Vaticano el sábado por la noche, exhortando a los fieles, especialmente en su patria, a “¡mantenerse firmes en la fe!”. De dos páginas de extensión y fechado en 2006, el testamento también se refirió a un tema muy querido por él, sobre el diálogo benéfico entre la fe y la razón.
Con algunos movimientos decisivos, a menudo controvertidos, trató de recordarle a Europa su herencia cristiana. Y colocó a la Iglesia católica en un camino conservador y tradicionalista que con frecuencia desagradaba a los progresistas. Relajó las restricciones en torno a la celebración de la antigua misa en latín y tomó medidas enérgicas contra las monjas estadounidenses, insistiendo en que la Iglesia se mantuviera fiel a su doctrina y tradiciones de cara a un mundo cambiante.
Fue un camino que en muchos sentidos fue revertido por su sucesor Francisco, cuyas prioridades de misericordia por encima de la moral desagradaron a los tradicionalistas, con los que Benedicto XVI había sido tan indulgente.
Esos conservadores pasaron gran parte del papado reformista de Francisco —y los últimos años de la jubilación de Benedicto XVI— nostálgicos de los buenos tiempos del papa alemán, cuando la doctrina y la ley parecían primordiales y las enseñanzas morales de la Iglesia, claras. Lo que más les indignó fue cuando Francisco revocó el edicto de Benedicto XVI para permitir una celebración más extendida de la antigua misa en latín.
El estilo de Benedicto XVI no podría haber sido más diferente al de Juan Pablo II o al de Francisco. No era un trotamundos adorado por los medios ni un populista. Benedicto XVI era profesor y teólogo hasta la médula: Tranquilo, pensativo y con una mente sumamente inquieta. Hablaba en párrafos, no en frases cortas. Tenía debilidad por la Fanta de naranja, los gatos y su amada biblioteca; cuando fue elegido papa, hizo que todo su estudio fuera trasladado —tal como está— desde su apartamento afuera de los muros del Vaticano al Palacio Apostólico. Los libros lo siguieron hasta su casa de retiro.
“En ellos están todos mis asesores”, dijo en la larga entrevista de 2010 para el libro “Light of the World” (Luz del Mundo). “Conozco cada rincón y todo tiene su historia”.
Al igual que su predecesor, Benedicto XVI hizo del acercamiento a los judíos un sello distintivo de su papado. Su primer acto oficial como papa fue una carta a la comunidad judía de Roma, y se convirtió en el segundo papa en la historia, después de Juan Pablo II, en ingresar a una sinagoga.
En su libro de 2011, “Jesús de Nazaret”, Benedicto XVI exoneró radicalmente al pueblo judío por la muerte de Cristo, explicando bíblica y teológicamente por qué no había fundamento en la Biblia para el argumento de que el pueblo judío en su conjunto era responsable de la muerte de Jesús.
“Es muy evidente que Benedicto XVI es un verdadero amigo del pueblo judío”, dijo el rabino David Rosen, quien encabeza la oficina de relaciones interreligiosas del Comité Judío Estadounidense, cuando el pontífice se jubiló.
No obstante, Benedicto XVI también ofendió a algunos judíos que se indignaron por su constante defensa y promoción hacia la santidad del papa Pío XII, el pontífice de la época de la Segunda Guerra Mundial, acusado por algunos de no haber denunciado el Holocausto con suficiente énfasis. Y criticaron duramente a Benedicto XVI cuando eliminó la excomunión de un obispo británico tradicionalista que había negado el Holocausto.
Las relaciones de Benedicto XVI con el mundo musulmán también tuvieron altibajos. Hizo enfurecer a los musulmanes con un discurso en septiembre de 2006 —cinco años después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos— en el que citó a un emperador bizantino que dijo que algunas de las enseñanzas del profeta Mahoma eran “malvadas e inhumanas”, en particular su mandato de difundir la fe “por la espada”.
Un comentario subsiguiente a una masacre de cristianos en Egipto llevó al centro Al Azhar en El Cairo, la sede del saber musulmán suní, a suspender los lazos con el Vaticano, los cuales fueron restaurados hasta el pontificado de Francisco.
El Vaticano bajo Benedicto XVI sufrió notorias pifias de relaciones públicas, y a veces, el propio papa tuvo la culpa. Hizo enfurecer a las Naciones Unidas y a varios gobiernos europeos en 2009 cuando, de camino a África, dijo a los periodistas que el problema del sida no podía resolverse con la distribución de preservativos.
“Por el contrario, incrementa el problema”, declaró Benedicto XVI. Un año después, emitió una revisión que decía que, si un prostituto usara un preservativo para evitar transmitirle el VIH a su pareja, podría estar dando un primer paso hacia una sexualidad más responsable.
En cuanto fue elegido, Benedicto XVI se movió decisivamente en algunos frentes seleccionados: Dejó en claro desde el principio que quería restablecer las relaciones diplomáticas con China, las cuales habían sido interrumpidas en 1951. Escribió una carta histórica a los 12 millones de fieles chinos en 2007, y los instó a unirse bajo el ala de Roma. Esa misiva ayudó a allanar el camino para que Francisco sellara un acuerdo controvertido con Beijing sobre el nombramiento de obispos en 2018.
En su primer año en el papado, Benedicto XVI también firmó un documento largamente esperado que prohibía a la mayoría de los hombres homosexuales acceder al sacerdocio, una medida que irritó a muchos progresistas en la Iglesia estadounidense. Pero en un documento bien recibido por los católicos liberales, en esencia también abolió el “limbo”, y dijo que había esperanza de que los bebés que morían sin haber sido bautizados fueran al cielo.
Y en uno de sus actos más populares en ese momento, beatificó a su predecesor en un tiempo récord, lo que atrajo a 1,5 millones de personas a Roma en 2011 para presenciar cómo Juan Pablo II se acercaba un paso más a la santidad. Francisco terminó el trabajo en 2014, cuando canonizó a Juan Pablo II junto con San Juan XXIII. Benedicto XVI asistió a la ceremonia, lo que derivó en un momento nunca antes visto: Dos papas vivos que honraban a dos pontífices muertos.
Pero el legado de Benedicto XVI quedó teñido irreversiblemente en 2010 por el surgimiento mundial del escándalo de abuso sexual, a pesar de que cuando era cardenal había sido responsable de enderezar el rumbo del Vaticano sobre el tema.
En ese momento fue la mayor crisis en la Iglesia católica en décadas, aunque su resurgimiento en 2018 pareció eclipsar incluso esa, dadas las fallas y los errores del propio Francisco.
En el transcurso de unos pocos meses en 2010, miles de personas en Europa, Australia, Sudamérica y más allá se presentaron con reportes de sacerdotes que los violaron y abusaron de ellos cuando eran niños, y de obispos que encubrieron los crímenes.
Los documentos revelaron que el Vaticano estaba muy al tanto del problema, pero se hizo de la vista gorda durante décadas, y en ocasiones desairó a obispos que intentaron hacer lo correcto.
Benedicto XVI conocía de primera mano la magnitud del problema, ya que su antigua oficina —la Congregación para la Doctrina de la Fe, que él había dirigido desde 1982— era la responsable de manejar los casos de abusos.
De hecho, fue el entonces cardenal Ratzinger quien tomó la decisión revolucionaria en 2001 de asumir la responsabilidad de procesar esos casos después de darse cuenta de que los obispos de todo el mundo no castigaban a quienes cometían abusos, sino que simplemente los trasladaban de parroquia en parroquia, donde podían volver a violar.
Y de 2004 a 2014, el Vaticano expulsó a 848 sacerdotes y sancionó a otros 2.572 con penas menores, un enfoque de mano dura para erradicar a los depredadores que no ha sido igualado por Francisco.
Benedicto XVI se reunió con víctimas de todo el mundo, lloró con ellos y oró con ellos. Bajo su liderazgo, el Vaticano actualizó su código de derecho canónico para extender el tiempo en que los casos seguían vigentes, sin prescribir, y pidió a las conferencias episcopales de todo el mundo que presentaran directrices para prevenir los abusos.
Y en un acto aún más significativo, Benedicto XVI actuó en forma totalmente distinta a su amado predecesor al tomar medidas contra el sacerdote pedófilo más notorio del siglo XX, el padre mexicano Marcial Maciel. Benedicto XVI asumió el control de los Legionarios de Cristo, una orden religiosa conservadora fundada por Maciel que Juan Pablo II consideraba un modelo de ortodoxia, luego de que se revelara que Maciel abusó sexualmente de seminaristas y tuvo al menos tres hijos.
Pero Benedicto XVI nunca reconoció ninguna falla del Vaticano en materia de abusos, y para consternación de las víctimas, nunca tomó medidas contra los obispos que ignoraron o encubrieron los abusos de sus sacerdotes y transfirieron a los pedófilos conocidos para que cometieran abusos nuevamente.
En cuanto el escándalo de abusos se apaciguó para Benedicto XVI, estalló otro. En octubre de 2012, su exmayordomo, Paolo Gabriele, fue declarado culpable de robo con agravantes después de que la policía del Vaticano encontrara una gran cantidad de documentos papales en su apartamento.
Gabriele les dijo a los investigadores de la Santa Sede que entregó los documentos al periodista italiano Gianluigi Nuzzi, quien luego publicó un libro que fue un éxito de ventas, porque pensaba que el papa no estaba siendo informado de la “maldad y la corrupción” en el Vaticano y que exponerlas públicamente pondría de nuevo a la Iglesia en el camino correcto.
Fue un capítulo doloroso y vergonzoso para la Santa Sede que dejó al descubierto luchas de poder, intrigas, denuncias de corrupción y relaciones homosexuales en los niveles más altos de la Iglesia católica. También fue una traición personal para Benedicto XVI, aunque a la larga perdonó a Gabriele.
Una vez que se resolvió el escándalo de los “Vatileaks”, Benedicto XVI se sintió libre de tomar la decisión que había insinuado previamente, pero que de todos modos fue extraordinaria: El 11 de febrero de 2013 anunció que renunciaría antes que morir en el cargo como todos sus predecesores lo habían hecho durante casi seis siglos.
“Después de haber examinado mi conciencia repetidamente ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son adecuadas” para las exigencias de ser papa, les dijo a los cardenales.
Siendo uno de los colaboradores más cercanos de Juan Pablo II, había observado de cerca cómo el papa polaco padeció públicamente el mal de Parkinson en los últimos años de su papado. Cuando se convirtió en papa, Benedicto XVI claramente quería evitar el mismo destino.
Más tarde se volvió evidente que su retiro había sido planeado durante meses. La renovación de un edificio de cuatro pisos en el extremo norte de los jardines del Vaticano había comenzado el otoño anterior, pero sólo unas pocas personas sabían que un día sería la casa de retiro de Benedicto XVI.
Hizo sus últimas apariciones públicas como papa en febrero de 2013, y luego, el último día del mes, abordó un helicóptero hacia la casa veraniega papal en Castel Gandolfo, para no participar en el cónclave en el que Francisco fue elegido. Regresó al Vaticano meses más tarde, después de que Francisco ya estuviera instalado por completo.
Posteriormente Benedicto XVI cumplió en gran medida su palabra de que viviría una vida de oración en la jubilación, y sólo salía de su monasterio de vez en cuando para eventos especiales y escribir ocasionalmente prefacios de libros y mensajes.
A pesar de que su estilo y sus prioridades eran muy diferentes, Francisco trató a Benedicto XVI con el mayor respeto y amor: El jesuita argentino dijo con frecuencia que tener a Benedicto XVI en el Vaticano era como tener un “abuelo sabio” que vivía en casa.
La decisión de retirarse puede haber sido una elección personal de Benedicto XVI, pero probablemente tendrá un impacto a largo plazo en la descripción del trabajo papal en el futuro.
“En el siglo venidero, creo que ninguno de los sucesores de Benedicto XVI se sentirá moralmente obligado a permanecer allí hasta su muerte”, dijo André Vingt-Trois, el cardenal de París, el día que se anunció la renuncia.
Frecuentemente Benedicto XVI fue incomprendido. Apodado el “Rottweiler de Dios” por los medios de prensa que no simpatizaban con él, era en realidad un académico dulce y extremadamente inteligente que dedicó su vida a servir a la Iglesia que amaba.
“Gracias por habernos dado el ejemplo luminoso del trabajador sencillo y humilde en la viña del Señor”, le dijo el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede durante su pontificado, en uno de sus últimos eventos públicos como papa.
Ratzinger heredó la tarea aparentemente imposible de seguir los pasos de Juan Pablo II cuando fue elegido el pontífice 265to de la Iglesia el 19 de abril de 2005. Fue el papa de mayor edad elegido en 275 años, y el primer alemán en casi 1.000 años.
En su papel de mano derecha de Juan Pablo II había sido uno de los favoritos en la votación, y fue seleccionado en el cónclave más rápido en un siglo: Tan sólo unas 24 horas después de que comenzara la votación, una columna de humo blanco salió de la chimenea de la Capilla Sixtina a las 5:50 de la tarde para anunciar: ”¡Habemus Papam!”
Benedicto XVI escribió tres encíclicas: “Dios es amor”, en 2006; “Salvados por la esperanza”, en 2007, y “Caridad en la verdad”, en 2009. La última fue quizás la más conocida, ya que pedía un nuevo orden financiero mundial guiado por la ética, y fue publicada en medio de la crisis financiera mundial.
Escribió una cuarta, “La luz de la fe”, que finalmente fue publicada en julio de 2013 bajo una firma conjunta con su sucesor, Francisco, quien la terminó después de que Benedicto XVI se jubilara.
El llamado de Benedicto XVI a la ética financiera fue más que una simple exhortación: Enmendó el código jurídico del Estado de la Ciudad del Vaticano para cumplir con las normas internacionales de combate al lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo, lo que puso a la Santa Sede en el camino hacia la transparencia financiera en un intento por quitarle su imagen de ser un paraíso fiscal repleto de escándalos.
Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl Am Inn, en Baviera, Benedicto XVI escribió en sus memorias que se alistó en el movimiento nazi de las Juventudes Hitlerianas en contra su voluntad en 1941, cuando tenía 14 años y la membresía era obligatoria. Desertó del ejército alemán en abril de 1945, en los últimos días de la guerra.
Benedicto XVI fue ordenado junto con su hermano Georg en 1951. Tras pasar varios años enseñando teología en Alemania, fue nombrado obispo de Múnich en 1977 y ascendido a cardenal tres meses después por el papa Paulo VI.
Si hubo alguna duda sobre la prioridad de Benedicto XVI de revigorizar el cristianismo en Europa, su elección del nombre papal fue un buen indicador.
Poco después de ser elegido, Benedicto XVI les dijo a los cardenales que esperaba ser un papa de paz, como el papa Benedicto XV, quien reinó durante la Primera Guerra Mundial. Pero el primer Benedicto —San Benito de Nursia— también fue una inspiración.
El monje de los siglos V y VI es un santo patrón de Europa e inspiró la creación de la orden benedictina, la principal guardiana del saber y la literatura en Europa Occidental durante los siglos oscuros que siguieron a la caída del Imperio Romano.
Hasta su muerte en 2020, su hermano Georg era un visitante frecuente, incluso después de que Benedicto XVI se jubilara. Su hermana murió años antes. Su “familia papal” estaba formada por monseñor Georg Gaenswein, su secretario privado de mucho tiempo quien siempre estuvo a su lado, otro secretario y mujeres consagradas que atendían el departamento papal.
Ellos estaban con él cuando recibió el sacramento de la unción de los enfermos el miércoles, tres días antes de morir.