Campanas de iglesias suenan en España gracias a esfuerzo por recuperar un "lenguaje" perdido
Xavier Pallàs planta sus pies en el piso del campanario, sujeta la cuerda y con un tirón llena el exuberante valle español con el repique reverberante de una campana de iglesia.
¡Clang-clong! ¡Clang-clong! ¡Clang-CLONG! La oscilante campana de bronce resuena con cada golpe del badajo y llena la pequeña torre de piedra con un zumbido ondulante. Una vez que Pallàs termina sus tañidos, la melodía metálica se desvanece hasta quedar en calma. El silencio regresa a la torre y devuelve el paisaje sonoro del valle a los cantos de las aves y el quiquiriquí de los gallos.
Para la mayoría, las campanas de las iglesias son sólo un pintoresco sonido de fondo automatizado. Pero Pallàs y sus 18 estudiantes de la Escuela de Campaneros del municipio Vall de Bas tratan de cambiar eso al resucitar el menguante arte de repicar —y comunicarse— a mano.
El cambio a dispositivos mecánicos de tañido a lo largo del último siglo ha aplanado las canciones dinámicas de las campanas, y silenciado sus poderes para transmitir mensajes, explicó Pallàs, fundador y director de la escuela. Si se tañen con conocimiento, el sonido de las campanas de la iglesia en diferentes secuencias, tonos y ritmos puede señalar momentos de regocijo o de luto, y cuándo correr en ayuda de un vecino en apuros.
“Si bien los repiqueteos de las campanas durante siglos han sido un medio de comunicación, diría (el) más importante que tenía la gente”, dijo Pallàs, de pie dentro del campanario que hace las veces de salón de clases, “a partir del siglo XX, claro —al aparecer nuevos medios de comunicación¬_, se empieza a perder”.
“Las máquinas no pueden reproducir la riqueza de los repiqueteos que había antiguamente, y, por tanto, hay una simplificación y unificación de los tañidos de campana, y, por tanto, es un lenguaje que poco a poco se va olvidando hasta que ahora, en el siglo XXI, le hemos vuelto a dar valor”.
Antes de los periódicos, la radio, los teléfonos, la televisión e internet, eran las campanadas las que transmitían información importante. Un trabajo físicamente exigente que requería largas jornadas y total dedicación, ser campanero era ser reloj humano y altavoz público.
Si bien el tañido manual de las campanas de las iglesias ha persistido en los países ortodoxos orientales, ha sido reemplazado en gran medida por sistemas automatizados de repique de campanas en las iglesias católicas y protestantes de Europa occidental.
Muchos de los campanarios de las iglesias españolas que fueron automatizados en las décadas de 1970 y 1980 se encuentran en un estado lamentable, dijo Pallàs, quien fue testigo de los problemas generalizados mientras investigaba los campanarios de La Garrocha, un condado en el noreste de Cataluña. La zona rural es conocida por sus colinas verdes, sus volcanes inactivos y sus pueblos pintorescos donde la mayoría de la gente habla catalán antes que castellano.
Su investigación incluyó la iglesia de San Román, del siglo XII, en Juanetas, un pequeño pueblo a unas dos horas al norte de Barcelona, donde Pallàs ha pasado los últimos 10 meses impartiendo la clase inaugural un sábado al mes.
“Como en la mayoría de lugares ya los últimos campaneros habían muerto, había que hacer, por lo tanto, una tarea: pues volver a enseñar estos repiques para que hubiera nuevos campaneros. Y aquí surge la idea de realizar la escuela”, dijo Pallàs.
Patrimonio inmaterial
La iniciativa llega dos años después de que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) agregara el tañido manual de campanas en España a su compendio del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. La UNESCO describió cómo las campanas habían unido a las comunidades incluso antes de que se convirtieran en modernos Estados funcionales.
Román Gené Capdevila, presidente de la cofradía de Campaneros de Cataluña, explicó que lo primero que hay que hacer es redescubrir las campanas, y que por eso esta escuela es tan importante. Agregó que hay muchas maneras de repiquetear una campana, pero lo que se necesita son campaneros.
El curso para tañer las campanas, reconocido oficialmente por la escuela de teología ISCREB de Barcelona, finalizó la semana pasada con una demostración de la clase. Todos atraídos por el encanto del sonido de las campanas, los estudiantes eran hombres y mujeres con diversos antecedentes profesionales que iban desde la ingeniería hasta la enseñanza. Uno tenía poco más de 20 años; varios eran jubilados.
Durante los últimos meses, investigaron las antiguas secuencias de repique, documentaron sus orígenes y aprendieron a tocarlas. Ese trabajo etnográfico significó que los estudiantes tuvieron que buscar a viejos campaneros, o a sus familiares, para registrar lo que sabían.
Roser Sauri aprovechó la oportunidad para reencontrarse con su infancia y recuperar y reproducir la secuencia de campanadas que sonaba en el pueblo de su abuelo cuando él fue bautizado.
“Las campanas formaban mucho de mi vida”, dijo Sauri, quien trabaja en inteligencia artificial. Echaba de menos su constancia mientras estudiaba su doctorado en informática en Boston, donde no escuchó ninguna.
“Cuando venía a visitar a mi familia, sentía que el sonido de las campanas era como regresar a casa”.
El toque humano
Los estudiantes se turnaron para repiquetear secuencias para todo: desde llamadas a la misa de Pascua, advertencias de mal tiempo o ayuda para apagar un incendio, hasta órdenes para la milicia del pueblo. También informaron a los trabajadores que regresaran a cosechar el trigo y a las amas de casa cuándo llegaría pescado fresco al mercado, e incluso su precio. Muchos de los campaneros llevaban tapones para los oídos o auriculares para amortiguar los tañidos ensordecedores.
Los estudiantes repiquetearon una gama de anuncios de fallecimiento que podían especificar género y clase social. Juan Carles Osuna y dos campaneros más tañeron por la muerte de una mujer. Eso significó un vaivén de la campana más grande, de 429 kilos (945 libras) que todavía tenía un badajo asegurado con el método tradicional de utilizar la piel seca de un pene de buey.
Osuna, quien pinta murales de iglesia, también realizó una secuencia compleja con las cuatro campanas del campanario que le exigió sentarse en una silla con cuerdas enrolladas alrededor de las manos y los pies.
“¡Wow! Mucha emoción, mucha sangre, mucha fuerza, y la forma de expresar y que todo el mundo lo sienta”, dijo. “Para mí es un honor, una manera de honorar tanto a los humanos como a Dios”.
La vacilación, la variación en la fuerza de cada tañido: en estos detalles —y a veces en los errores— el oyente puede escuchar al creador del sonido.
“El martillo (automatizado) siempre será matemático (en su precisión). Está la emoción humana, está el componente humano”, agregó Osuna.
¿Utópico? ¿Quijotesco? Tal vez no
Lo que podría parecer una misión quijotesca ha tenido un comienzo prometedor hasta ahora.
Aunque admite que su sueño de tener un campanero en cada campanario es “utópico”, Pallàs reportó que tiene una clase completa inscrita para el otoño y unas 60 personas más en lista de espera. Muchos de sus alumnos graduados, incluidos Sauri y Osuna, esperan seguir repiqueteando las campanas en sus parroquias locales o ayudar a convertir sus campanarios en sistemas que permitan tañirlas manualmente.
Pallàs cree que recuperar el repique de las campanas en la vida de un vecindario o pueblo podría ayudar a fortalecer las comunidades en esta era vertiginosa de cambios tecnológicos, económicos y políticos.
Es un medio de comunicación que llega a todos dentro de una comunidad local y puede ayudar a que se una en momentos concretos, dijo Pallàs. “Sea tanto (en) momentos de duelo cuando, cuando hay un difunto, o también en momentos de fiesta; marcan, pues, estos rituales que también necesitamos”.
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