Desesperación por violencia de pandillas provoca aumento de migración de Ecuador a EEUU
Oswaldo Angulo es un pescador nato, como sus antepasados por generaciones. Es el mayor de sus hermanos y abandonó la escuela secundaria en la costa de Ecuador para aprender el oficio con su papá. Cuando no está en el mar durante semanas, Oswaldo, de 36 años, vive con sus padres. No imagina otra manera de vivir.
Marlon, el hermano menor, también vivía para el mar —es un navegante natural—. Pero cayó en el tráfico de drogas, como ha ocurrido con muchos pescadores ecuatorianos antes que él. Los Guardacostas de Estados Unidos (USCG, por sus siglas en inglés) detuvieron la lancha rápida de Marlon, quien transportaba una tonelada de cocaína, en 2018. Ahora tiene 30 años y cumple una condena de 11 años.
Anthony, de 32 años, el hijo del medio, no se sintió atraído por el mar como sus hermanos. En cambio, se graduó con un título universitario en comunicaciones. Pero, como muchos en este país sudamericano que alguna vez fue pacífico, se vio sacudido por la violencia que ha golpeado como huracán durante los últimos cinco años y pico. El 27 de diciembre de 2023, huyó de su ciudad natal de San Mateo hacia Estados Unidos.
En cada rincón de esta nación de 18 millones de personas, las pandillas han desatado una ola de violencia y extorsión, trastocado vidas y provocado un éxodo sin precedentes. La mayoría de quienes se van quieren llegar a Estados Unidos. La amenaza del crimen organizado generalmente no califica a las personas para recibir asilo en Estados Unidos, pero eso no ha impedido que los ecuatorianos se vayan, lo que los ha convertido en la cuarta nacionalidad más numerosa que es arrestada en la frontera de Estados Unidos con México durante el último año.
Quienes huyen a menudo gastan miles de dólares y corren el riesgo de ser asesinados o secuestrados. Si logran llegar a Estados Unidos, el principal destino mundial para los solicitantes de asilo desde 2017, entran en un sistema de tribunales de inmigración saturado donde los casos pueden tardar años. La mayoría pueden permanecer en el país y obtener permisos de trabajo hasta que se resuelvan.
Debido a la espiral de violencia en Ecuador, ha habido una disminución en la inversión, salarios más bajos y menos empleos. Los residentes se desesperan. Algunos creen que los gobiernos son ineficaces o cómplices, y pierden la esperanza de un futuro financiero seguro y un entorno protegido para criar a los niños. Muchos huyen, a pesar de los peligros a lo largo de la ruta a Estados Unidos.
El sentimiento de desesperación está lejos de ser exclusivo de Ecuador. Impulsa la migración en muchos otros países, incluidos México, Colombia, Honduras y Haití.
Al principio, la madre de Anthony Angulo no tomó en serio sus planes de irse a Estados Unidos. Pero había visto demasiados cambios en Ecuador, todos para empeorar.
“Extorsión, secuestro, amenaza de muerte. Tantas cosas”, dijo. “Hace años, todo iba bien”. Anthony se sintió particularmente conmocionado cuando seis pescadores de San Mateo desaparecieron, semanas antes de que se fuera. Le dijo a su madre que él había recibido mensajes de texto amenazantes donde le exigían dinero.
“Yo me voy; es la oportunidad”, le dijo. Ella no intentó disuadirlo. Ninguna parte de Ecuador está ilesa En San Mateo, todos parecen conocerse —la población es de solo 5.000 habitantes y muchas familias han vivido aquí durante generaciones—. En las laderas, las casas coloridas tienen vistas al mar, y en algunas de sus calles sinuosas los barcos pesqueros inactivos superan en número a los autos. Los hombres pescan: alternan entre días o semanas en el mar y preparativos para el próximo viaje. Para algunos, como Oswaldo Angulo, todavía es una forma viable de ganarse la vida. Para otros, la oportunidad se ha agotado debido a la violencia.
La larga costa del Pacífico de Ecuador ofrece observación de ballenas, buceo, un parque nacional y platos de mariscos característicos, pero los hoteles de alta gama, las residencias lujosas y los restaurantes elegantes son escasos y distantes entre sí. A sólo 13 kilómetros (8 millas) de San Mateo se encuentra Manta, la principal ciudad portuaria de mariscos de Ecuador.
Pero la carretera costera principal a San Mateo está tan plagada de baches que los residentes piden que los automovilistas cooperen con dinero para llenarlos con tierra. Las casas se iluminan con velas cuando, durante la noche, llegan los apagones en todo el país por la sequía, resultado de la enorme dependencia de Ecuador de la energía hidroeléctrica.
Otras señales de promesas económicas incumplidas salpican el paisaje de San Mateo y las áreas cercanas. Los restos de un proyecto para una refinería de petróleo parecen solo una pila de basura, ya que la construcción fue detenida tras gastar 1.500 millones de dólares. Todavía hay un horizonte deforestado de acueductos nunca utilizados, con caminos recién pavimentados pero raramente transitados.
En general, Ecuador fue durante mucho tiempo un lugar pacífico en la región, un mundo alejado de la guerra de otras naciones. Pero el tráfico de drogas, las luchas entre las pandillas por el control y las olas de violencia sacudieron al país a partir de aproximadamente 2018. El presidente Daniel Noboa, de 36 años, heredero de una fortuna bananera y candidato a la reelección el año próximo, desplegó al ejército para luchar contra las pandillas, pero las pandillas ecuatorianas son un adversario enorme ya que están respaldadas por poderosos cárteles mexicanos y albaneses.
La zona más afectada es la de los alrededores de Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador y sede de un puerto muy activo. Ninguna parte del país ha salido ilesa: en Ecuador se encuentran cinco de las 10 ciudades con las tasas de homicidios más altas del mundo, con Manta en la posición número 3. El año pasado, el alcalde de Manta, un candidato a alcalde en el cercano pueblo pesquero de Puerto López y un importante candidato para la presidencia fueron asesinados.
Los miembros de las pandillas y sus asociados van de puerta en puerta y exigen “vacunas”: pagos mensuales a cambio de protección. A veces, estas demandas de extorsión provienen de vecinos o conocidos. Las exigencias aparecen como mensajes de texto en celulares o amenazas de violencia si se niegan a pagar.
Las vacunas afectan a los ecuatorianos de todas las clases y niveles de ingresos, asfixian la economía y siembran el miedo.
En Guayaquil, las tiendas pagan unos 2.000 dólares mensuales para permanecer abiertas, mientras que los puestos de comida callejera pagan 50 o 100 dólares, dicen los residentes. Los taxistas pagan para poder conducir en ciertos barrios. Quienes se niegan pueden ser asesinados, secuestrados o robados.
En San Mateo y otros pueblos pesqueros, las vacunas para los propietarios de las embarcaciones son de 140 dólares mensuales por motor, o 280 dólares para las embarcaciones de dos motores que son necesarias para viajes más largos. Los pescadores dicen que reciben etiquetas de plástico que parecen tarjetas de débito y que dicen “Choneros 100%”, llamadas así por la pandilla que controla esa zona.
Se supone que las vacunas evitan el hurto en el mar, pero a algunos de quienes pagan les roban de todos modos.
Para unos pescadores las vacunas son demasiado caras. Para otros, los pagos de extorsión reducen las ganancias de cualquier negocio, lo que se traduce en salarios más bajos y menos oportunidades laborales. Para diciembre de 2023, la violencia y la extorsión se habían convertido en parte de la vida cotidiana de los Angulo y el resto de los pobladores de San Mateo. Pero la desaparición ese mes de seis pescadores locales, incluidos dos adolescentes, los traumatizó.
La alarma se extendió a medida que pasaban los días sin noticias de la tripulación. Los militares no encontraron nada, por lo que los habitantes del pueblo se unieron para una búsqueda exhaustiva. La ciudad de Manta les proporcionó combustible.
Esa búsqueda finalmente dio con tres cuerpos acribillados a balazos. Los otros no han sido encontrados y se presume que están muertos.
Valentina Lucas, quien vive a dos cuadras de la familia Angulo, perdió a su esposo de 36 años y a un sobrino de 16. La pareja tiene dos hijos, uno de 12 años y otro de 3, cuyas únicas palabras son “mamá” y “papá”.
“Todo el tiempo él se iba en la madrugada, y antes de irse, me apretaba, me dio un abrazo y un beso. Siempre me dijo que cuidara a los niños”, dijo Lucas, de 28 años, sobre su esposo.
No ha habido arrestos y los motivos no están claros.
Los testigos dicen que se robaron las radios, pero que dejaron el motor más viejo del barco. Fue la gota que derramó el vaso para Anthony Angulo. Las pandillas lo perseguían para que pagara extorsiones. Estaba harto.
La familia vendió una lancha a motor que el padre y patriarca de la familia, Alfonso —ahora de 62 años y ciego por la diabetes—, aún tenía después de retirarse tras 45 años en el negocio. Anthony pagó 1.300 dólares para volar a El Salvador y le transfirieron 2.000 dólares para que los contrabandistas de personas lo llevaran a la frontera con Estados Unidos.
Incluso las autoridades locales reportan que entienden por qué Anthony y otros se van. Javier Briones, quien supervisa la seguridad pública como coordinador de Gestión Territorial para el municipio de Manta, que incluye San Mateo, dijo que la policía simplemente se ve superada por las pandillas y los criminales. La policía no tiene dinero ni siquiera para las baterías de sus radios, agregó.
“La policía quiere correr a 100 kilómetros por hora; se le van quedando las llantas, la puerta” refirió. “El GDO (grupos de crimen organizados) va (a) 150 y va volando”.
Cuando los pescadores de San Mateo desaparecieron, dijo Briones, él abordó un barco militar para buscarlos y dio gasolina a los residentes para sus propias búsquedas.
Cuando encontraron los cadáveres, cientos de personas llenaron sombríamente la pequeña playa.
Dadas estas muertes, otros delitos y las dificultades económicas, Briones dijo que entiende el éxodo, especialmente de los pescadores y sus familias.
Reemplazar un motor robado cuesta entre 12.000 y 20.000 dólares. Las autoridades dicen que alrededor de 200 han sido robados en el mar a habitantes de la ciudad desde 2018, un incremento marcado con respecto a años anteriores.
Y, señaló Briones, los pescadores obtienen menos ganancias y pagan menos a sus tripulaciones cuando son extorsionados.
“Hay gente que ha quebrado y que no encuentran en dónde resarcir la perdida de los motores que son su sustento de vida”, manifestó. “Gente que ha perdido sus unidades; gente que ha perdido todo eso y ha venido lastimada, lacerada psicológicamente, muy maltratada”. “Hacemos nuestros mejores esfuerzos, y de lo que tenemos, aportar de la mejor manera posible”.
Oswaldo Angulo observa que muchos pescadores se van a Estados Unidos. Él trabaja en barcos industriales grandes —a diferencia de los pequeños que utilizan muchos de sus familiares y vecinos, quienes pagan vacunas para operarlos por su cuenta— y la violencia lo afecta relativamente poco. Pero sus tripulaciones han limitado sus salidas para viajes de un mes hasta las primeras horas de la noche, consideradas el mejor momento para evitar la creciente presencia de bandidos que buscan víctimas cerca de la costa. Anthony Angulo es parte de la ola migratoria más grande de Ecuador en la historia reciente, la cual supera dos olas anteriores a principios de la década de 2000 a Estados Unidos y Europa provocadas por la crisis económica. Entonces, el área alrededor de San Mateo fue el epicentro, y los pescadores apiñaban a emigrantes en embarcaciones hacia Guatemala y México.
Desde enero de 2021, la Patrulla Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) ha arrestado a ecuatorianos alrededor de 350.000 veces. Durante ese tiempo, Panamá registró más de 100.000 ecuatorianos que cruzaban por el Tapón del Darién, una franja accidentada de selva de 96 kilómetros (60 millas) de longitud, llena de serpientes, escorpiones y otros peligros. Los migrantes que pasan por el Darién suelen ser los más pobres: cuesta unos cientos de dólares en transporte y otros gastos.
Quienes pueden compran un pasaje de avión de ida y vuelta a El Salvador y pagan 90 dólares por un pasaporte para evitar esa jungla. Los contrabandistas de personas cobran varios miles de dólares para llegar a Estados Unidos desde El Salvador.
Anthony Angulo perteneció al segundo grupo. Llegó a Estados Unidos después de cruzar el Río Bravo en Brownsville, Texas. Se entregó a los agentes fronterizos y pasó tres meses en cárceles de Georgia y Mississippi. Fue liberado con una fecha de audiencia judicial para solicitar asilo en diciembre de 2027. Anthony vive con un amigo en Bayonne, Nueva Jersey, y trabaja en una fábrica que elabora golosinas. Envía dinero de su salario a su familia en Ecuador. Su madre, Maribel Montenegro, de 54 años, le manda comida desde San Mateo para que no olvide el sabor de su hogar. A ella le consuela saber que Anthony está cerca de su hermano menor. Marlon está preso en la vecina Pensilvania, y su liberación anticipada está prevista para diciembre de 2026. Probablemente será deportado. Anthony no lo ha visto en años y expresó que está ansioso por visitarlo allí. Para Anthony, la cárcel fue un momento de reflexión. Comenzó a pensar que no apreciaba del todo su vida en Ecuador, dijo, y quiere regresar cuando sea más seguro. Pero, ¿cuándo será eso? Nadie en su familia —ni en San Mateo— puede responderlo. “No pienso regresar a Ecuador hasta que las cosas mejoren”, agregó. - - Este despacho contó con el apoyo de fondos de la Walton Family Foundation. La AP es la única responsable de este contenido.