Después de la muerte de Navalny, sus aliados siguen luchando para socavar el poder de Putin
El equipo de Alexei Navalny está acostumbrado a trabajar de forma independiente. El enemigo más poderoso del presidente ruso Vladímir Putin solía ausentarse durante largos periodos tras ser detenido, agredido, envenenado o condenado a prisión.
Pero cuando Navalny murió repentinamente en febrero a la edad de 47 años en una remota colonia penal del Ártico, su equipo se encontró con un reto monumental: mantener un movimiento de oposición contra Putin —que tiene casi asegurada la reelección— sin el ejemplo vivo de su desafiante y carismático líder.
Una vez pasada la conmoción inicial, los aliados más cercanos de Navalny volvieron a la labor que le costó la libertad y la vida: socavar el férreo control del poder por parte de Putin.
El domingo, el último de los tres días en los que los votantes pueden acudir a las urnas en unas elecciones que se consideran más una formalidad que un ejercicio democrático, se producirá una importante prueba.
Es entonces cuando el equipo de Navalny —con el respaldo de su viuda, Yulia Navalnaya— convocó una protesta bautizada como “Mediodía contra Putin”. Piden a los rusos que acudan en masa a los colegios electorales el domingo a mediodía, hora local, en los 11 husos horarios del país, para mostrar su descontento con el gobierno de Putin y su guerra contra Ucrania.
“Es una acción muy sencilla y segura, no se puede prohibir”, dijo Navalnaya en un discurso grabado en video. “Ayudará a millones de personas a ver a sus aliados afines y a darse cuenta de que no estamos solos, estamos rodeados de gente que también está contra la guerra, contra la corrupción y contra la anarquía”.
Los seguidores de Navalny han expresado una amplia mezcla de emociones en las semanas transcurridas desde su muerte, desde una renovada inspiración hasta una sensación de derrota.
Maria Obukhova, de Moscú, que rindió homenaje a Navalny el miércoles en el cementerio de Borisovskoye, dijo que las multitudes que vio en su funeral —que se contaban por miles— fueron motivadoras.
“Fue una gran sorpresa para mí, porque antes parecía que todo había muerto aquí, que Rusia ya no existe, que había muerto”, dijo Obukhova, que colocó margaritas blancas en la tumba de Navalny.
Valery, otro moscovita presente en el cementerio, que no reveló su apellido por motivos de seguridad, dijo que tenía pocas esperanzas en el futuro y que, tras la muerte de Navalny, “algo se ha roto de verdad” en su interior.
Pocos días después de la muerte de su marido, Navalnaya expresó su determinación de mantener viva su misión.