Cómo Gisèle Pelicot asignó la vergüenza a los violadores durante un juicio que sacudió al mundo
La mujer francesa sostiene que ella y otras víctimas de agresión sexual no tienen ninguna razón para avergonzarse. La corresponsal de crimen Amy-Clare Martin resume cómo este simple mensaje ha desencadenado debates sobre la cultura de la violación en todo el mundo
Sentada en un tribunal, frente al esposo que la drogó y violó durante una década, junto con los 46 completos desconocidos a los que este invitó a unirse a los ataques, Gisèle Pelicot fue la representación perfecta de la dignidad.
Tras decidir valientemente renunciar a su derecho al anonimato, la mujer miró a los ojos a cada uno de sus violadores durante un extenuante juicio público de cuatro meses de duración que horrorizó al mundo.
La notable valentía de esta mujer de 72 años frente a abusos insondables y su sencillo mensaje —que ella y otras víctimas de delitos sexuales no tienen por qué sentirse avergonzadas— han inspirado conversaciones sobre la cultura de la violación en todo el mundo, al tiempo que ella se convertía en un símbolo de la lucha contra la violencia sexual.
Cada día, decenas de mujeres hacían cola a las puertas del tribunal de Aviñón (Francia) para aplaudir a Gisèle cuando entraba. En el juicio dijo que quería que las mujeres que han sido violadas supieran que “la vergüenza no es para nosotras, es para ellos”.
El jueves, vio cómo el hombre en quien más había confiado, Dominique Pelicot, su esposo desde hacía 50 años, era declarado culpable y condenado a 20 años de prisión por cinco jueces en el Palacio de Justicia de Aviñón. Después, se sentó y sollozó.
El hombre reclutó a completos desconocidos en una sala de chat en línea para violarla mientras estaba inconsciente. Cincuenta hombres fueron juzgados junto a Pelicot: 47 fueron declarados culpables de violación, dos de intento de violación y dos de agresión sexual. Entre todos, fueron condenados a un total de 428 años de cárcel.
Sentada frente a sus violadores, Gisèle asentía a veces con la cabeza mientras el juez anunciaba los veredictos y sentencias contra sus 51 agresores, lo que tomó más de una hora.
En el exterior, la multitud vitoreó y coreó “gracias Gisèle” a su salida de la audiencia. La mujer declaró en ese momento que nunca se había arrepentido de tomar la decisión de celebrar su juicio en público.
“Quería que toda la sociedad fuera testigo de los debates que tuvieron lugar aquí”, dijo; acto seguido rindió homenaje a sus hijos y nietos, quienes la inspiraron para liderar esta lucha.
Luego, añadió: “Pienso en todas las demás familias afectadas por este caso y en las víctimas no reconocidas de estas historias que a menudo quedan en la sombra: todos comparten mi lucha”.
Gracias a los atroces testimonios compartidos en el tribunal durante semanas, se supo que en 2011, tras 40 años de matrimonio aparentemente feliz, Pelicot —un electricista a punto de jubilarse— decidió empezar a sedar y violar a la madre de sus tres hijos adultos.
Pelicot (72), quien reconoció sus crímenes, declaró que escondía tranquilizantes en la comida y la bebida que daba a su esposa, dejándola tan profundamente inconsciente que podía hacer con ella lo que quisiera durante horas.
No contento con sus propios sórdidos ataques, invitó a otras personas que conoció en la sala de chat en línea “Coco”, ahora cerrada, a unirse a los abusos durante los nueve años siguientes, que registró meticulosamente en una enfermiza biblioteca de videos caseros. La mayoría de las agresiones ocurrieron en su propio dormitorio de Mazan, una pequeña localidad de la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, donde la pareja se retiró en 2013.
Sin ningún conocimiento de las violaciones que se cometían mientras estaba inconsciente, Gisèle visitaba a los médicos para descubrir la causa de sus lagunas mentales, pérdida de peso y sueño excesivo, e incluso se sometía a pruebas neurológicas para detectar el Alzheimer o un tumor cerebral.
La espeluznante verdad de lo que originaba sus síntomas no se descubrió hasta 2020, cuando Pelicot fue detenido por filmar subrepticiamente bajo las faldas de mujeres en un supermercado. La policía encontró entonces más de 20.000 imágenes y videos grotescamente explícitos en su computadora, en carpetas identificadas como “Abuso”.
Gisèle declaró que “[su] mundo se vino abajo” cuando los investigadores le mostraron las imágenes de las violaciones. Asimismo, expresó que nunca olvidará los gritos de su hija Caroline Darian (45) cuando contó a sus hijos los abusos de su padre.
Gisèle, apoyada por Caroline y sus otros hijos, David y Florian, desalojó rápidamente la casa de Mazan, marchándose con solo dos maletas y su querido bulldog francés, Lancome.
En el juicio, Caroline describió a su padre como “uno de los peores depredadores sexuales de los últimos 20 años”. Reveló su creencia de que él también la drogó después de que se encontraran en su computadora fotos de ella dormida en la cama, en ropa interior que no reconocía como suya.
Durante la investigación, también se encontraron supuestamente fotos de sus nueras desnudas, tomadas con cámaras ocultas. Sin embargo, Pelicot, que admitió haber agredido a su esposa y dijo al tribunal “soy un violador”, niega haber abusado de otros miembros de su familia.
Desde entonces, Caroline ha colaborado con la diputada Sandrine Josso en la elaboración de un kit de análisis de drogas que podría distribuirse en las farmacias de toda Francia. En este momento, el producto cuenta con el respaldo del Gobierno para una fase de prueba.
A raíz del juicio, el Gobierno francés ha contribuido este mes a poner en marcha una campaña mediática de prevención sobre los peligros de la sumisión química.
En los perturbadores videos de las agresiones, que los abogados de Gisèle lucharon por que se mostraran ante el tribunal para demostrar que ella estaba inconsciente, los investigadores policiales contaron 72 agresores diferentes, pero no pudieron identificarlos a todos. En muchos, se le oía roncar o ahogarse mientras la agredían.
“Me veían como una muñeca de trapo, como una bolsa de basura”, declaró Gisèle ante el tribunal.
Las características de sus atacantes son perturbadoramente variadas. Con edades comprendidas entre los 20 y los 70 años, entre ellos hay un bombero, un periodista, un enfermero, un funcionario de prisiones y un trabajador de la construcción. Algunos están jubilados, otros desempleados y tres cuartas partes tienen familia.
Uno de ellos sabía que tenía VIH cuando violó a Gisèle en seis ocasiones y decidió no usar preservativo, según la policía. Fue encarcelado durante 15 años. Gisèle no contrajo el VIH, aunque se le detectaron otras enfermedades de transmisión sexual, según declaró un experto médico.
El hecho de que representen a grandes rasgos un microcosmos de la sociedad francesa les ha valido el apodo de “Monsieur-Tout-Le-Monde “ (”Sr. Cualquiera”).
Sorprendentemente, algunos defendieron sus acciones incluso ante las pruebas de video. Algunos argumentaron que el consentimiento de Pelicot abarcaba también a su esposa. Otros insistieron en que no habían tenido intención de violar a nadie cuando respondieron a las invitaciones del marido.
Varios le echaron la culpa a él, diciendo que los había engañado haciéndoles creer que estaban participando en un juego erótico consentido; otros incluso sugirieron que quizás Pelicot también los había drogado, cosa que él negó.
Las decenas de acusados, que llevaban máscaras para cubrirse el rostro, fueron vistos paseando, charlando o volviendo de una cafetería situada al otro lado de la calle mientras continuaba el juicio. Gisèle, con el rostro valientemente descubierto, se vio obligada a hacer fila todos los días junto a sus agresores para atravesar el control de seguridad del tribunal.
Por su parte, Pelicot, quien se encuentra en prisión preventiva desde 2020, describió las violaciones como “una perversión, una adicción”.
En su comparecencia ante el tribunal, al que entró apoyándose de un bastón, relató entre lágrimas cómo había sido violado de niño. Afirmó que había querido que su esposa participara en intercambios de parejas y su negativa, junto con traumas de su infancia, habían contribuido a desencadenar su comportamiento abusivo.
“Soy un violador como todos los que están en esta sala”, dijo, y añadió: “Pido a mi esposa, a mis hijos y a mis nietos que acepten mis disculpas. Me arrepiento de lo que hice. Les pido que me perdonen, aunque no lo merezca”.
Durante el testimonio de su ahora exesposo en las primeras fases del juicio, Gisèle llevaba unas lentes de sol. Pero llegó un momento, a las pocas semanas, en que decidió quitárselos.
“Tenía unos lentes de sol que utilizaba para ocultar sus ojos y proteger su intimidad. Pero llegó un momento en que sintió que ya no necesitaba protegerse. No necesitaba [los anteojos]”, declaró a la BBC su abogado penalista Stéphane Babonneau.
Gisèle, quien volvió a usar su apellido de soltera, declaró posteriormente ante el tribunal: “He decidido no avergonzarme, no he hecho nada malo. Ellos (los violadores) son los que deben avergonzarse”.
En toda Francia se han organizado protestas en su apoyo, y muchas mujeres han alabado su valentía.
“No es coraje. Es determinación para cambiar las cosas”, afirmó la mujer, y añadió: “No es solo mi lucha, sino la de todas las víctimas de violación”.
Traducción de Sara Pignatiello