Atrapados: la batalla para escapar de la ira de Putin
Kim Sengupta reporta desde Irpin, objetivo principal de las fuerzas rusas que intentan cercar Kyiv, donde los civiles se enfrentan a una lucha a vida o muerte para escapar del conflicto
Los paquetes de emergencia de alimentos y agua habían sido entregados y el proceso de evacuación estaba en marcha. Pero, de repente, estalló un bombardeo que sembró el pánico entre la gente que salía del autobús que debía llevarlos a un lugar seguro.
Los activistas de la sociedad civil, que habían acudido a Irpin para recoger a los civiles, les rogaron que volvieran a subir a bordo, diciendo que de lo contrario quedarían atrapados tras las líneas enemigas. Pero las familias, llamándose unas a otras, con los niños llorando y los perros ladrando, corrieron a una iglesia cercana, y pronto fue demasiado tarde para escapar.
Las carreteras de salida del distrito de Slayvo - “Radiance”- estaban siendo cortadas por las tropas rusas que habían atravesado un bosque. Los propios activistas de Kyiv estaban ahora desesperados por escapar, temiendo lo peor si caían en manos rusas. Se alejaron en sus autos, y el autobús quedó detrás.
Pero en cuestión de minutos, dos autos locales que iban delante de ellos fueron alcanzados por el fuego de mortero, lo que les obligó a dar un giro de 180 grados. Se reporta que tres personas, una de ellas un niño, fueron encontradas entre los restos en llamas.
Los combates se produjeron en Irpin, una ciudad de 62.000 habitantes situada a unos 20 kilómetros (12,4 millas) al noroeste de Kyiv, que se ha convertido en el principal objetivo de las fuerzas rusas que intentan rodear la capital ucraniana. La ciudad ha sido golpeada por prolongados ataques con misiles y fuego de artillería, con intensos tiroteos, mientras las tropas ucranianas tratan de recuperar calles y distritos.
La confrontación se ha vuelto cada vez más feroz aquí y en Bucha, la siguiente ciudad al norte, así como en el aeropuerto de Hostomel, donde se ha reunido un contingente militar ruso de tanques y autos blindados -los elementos de avanzada de un convoy de 64 kilómetros de largo (40 millas)- con el objetivo de un eventual asalto a la capital.
Me uní al convoy de ayuda a Irpin, organizado por los activistas voluntarios, durante las advertencias de un inminente asalto ruso a gran escala sobre la ciudad. Media docena de autos y el autobús habían tomado caminos secundarios a través de los pueblos para llegar a la ciudad. La ruta principal de entrada y salida de Kyiv está bloqueada por un puente destruido sobre el río Irpin, un afluente del Dineper.
No está claro si el puente fue alcanzado por los ataques aéreos rusos o fue volado por los ucranianos en un esfuerzo por frenar el avance del enemigo. En cualquier caso, los rusos ya no tendrán acceso directo a la autopista P30 que llega a la capital.
La destrucción en el interior de la ciudad fue considerable, desde las afueras hasta el centro, con autos y edificios calcinados, algunos aún humeantes por los recientes ataques. Muchos de los objetivos se encontraban en zonas residenciales, con grandes bloques de apartamentos entre los lugares atacados. Las imágenes de vídeo, confirmadas por analistas independientes, mostraban a los aviones de guerra Su-25 rusos realizando ataques en la ciudad.
Los habitantes del distrito de Slayvo han permanecido en sus casas con los disparos a su alrededor durante días. Muchos de ellos han buscado refugio en la cripta de la iglesia bíblica de Irpin. Roman Ilniktsky, un sacerdote del lugar, mencionó que antes de que comenzaran los disparos de artillería “algunos se han trasladado aquí desde sus casas, otros solo han venido a pasar la noche”.
Y añadió: “Hemos estado recogiendo alimentos en la ciudad y es muy bueno que lleguen donaciones desde Kyiv. Depende de la gente decidir si quiere quedarse aquí o irse, puede tener sentido irse, pero a algunas personas les pondría nerviosas viajar”.
Yuri Radchenko, de 68 años, estaba ayudando a su esposa Katarina, de 64 años, a subir al autobús cuando empezaron los disparos de mortero. “Sube a todo el mundo al autobús y vámonos, que ya vienen”, le gritó al conductor, por entonces muy nervioso. “Vamos, no tenemos mucho tiempo”.
Pero para entonces la gente había empezado a desembarcar. Katarina se derrumbó de repente. “No podemos ir, no podemos ir, mi amor”, le dijo a su marido entre sollozos. “No es seguro ir, no sabemos qué va a pasar en el camino, estoy demasiado asustada”.
Viktoria Kravets, con un bebé y un gato en una jaula, y arrastrando a sus dos hijas pequeñas hacia la iglesia, estaba desesperada por irse.
“Pero ahora hay demasiada confusión, y no creo que sea posible esta vez. Ojalá pudiéramos irnos, ha sido terrible por aquí con todos los cohetes y disparos”, expresó.
“Mis hijas se asustan mucho. Lo que está ocurriendo no es bueno para ellas psicológicamente, han visto a gente que resultaba herida. Echan de menos a su padre y a sus abuelos”.
Los abuelos se han trasladado a la relativamente más segura Ucrania occidental; el padre, Ihor, estaba en las reservas del ejército, y ha sido desplegado hacia Kharkiv, donde está teniendo lugar otra ofensiva rusa.
“Putin quiere destruirnos. Estoy muy orgullosa de que mi marido luche por Ucrania, por nuestro país”, declaró. “Está tratando de organizarnos para salir, así que ya veremos qué pasa, toda esta espera ha hecho que las carreteras sean inseguras ahora. Quizá deberíamos haber cogido el tren, pero ahora no es posible”.
Unos pocos trenes habían estado funcionando intermitentemente hacia Kyiv, con asientos reservados para mujeres y niños. No se permitía la entrada a los hombres; unos pocos que habían intentado subir a los vagones fueron detenidos y expulsados. Pero ese enlace fuera de la ciudad terminó con los ataques de misiles en las vías el sábado por la mañana.
Kravets y otras personas se apresuraron a seguir adelante cuando comenzaron los disparos de ametralladoras en las cercanías. Un grupo de soldados ucranianos corrió hacia el lugar de donde provenía. Entonces llegaron tres civiles con botellas de cerveza en la mano. Eran bombas molotov, que lanzaron un poco más tarde contra las posiciones rusas más adelante. “Están realmente asustados por estos”, gritó uno de ellos sonriendo mientras pasaba corriendo.
Un combatiente ucraniano voluntario, agazapado detrás de un muro con un AK-47, señaló: “Tiene razón, estas bombas Molotov están anticuadas, pero son muy útiles”. Los soldados ucranianos regresaron y luego retrocedieron, para desaparecer por la carretera.
Al salir del distrito de Slayvo, con los disparos rusos cada vez más cerca, tomamos el camino de vuelta hacia Kyiv en nuestro auto antes de que una explosión en la parte delantera nos hiciera detenernos. Era un vehículo militar que había sido alcanzado e incendiado. Los soldados ucranianos que salieron a nuestro alrededor de las cunetas junto a la carretera dijeron que se trataba de un vehículo blindado ruso MT-LB que conducía a las tropas.
Poco después, los ucranianos capturaron a un soldado ruso, que estaba sentado con su camiseta negra y sus pantalones de combate en las escaleras de una tienda llena de escombros, con las manos atadas a la espalda. El joven, de pelo rubio y rostro rosado, parecía preocupado y respondía a las preguntas encogiéndose de hombros. Los soldados ucranianos sostenían que sería tratado justamente como un prisionero de guerra: “Convención de Ginebra”, indicó uno, “no se le hará daño”.
Para entonces, el único camino de vuelta era el puente destruido. La carretera de acceso estaba llena de autos estacionados dejados por quienes habían vadeado el río a pie. Se reanudaron los disparos en la ciudad, y cada vez más residentes se apresuraron a huir.
Algunos estaban heridos; un hombre cojeando era sostenido por su hermano. Había sido alcanzado por la metralla de lo que parecía un obús a unas 500 yardas (457 metros) de distancia. Una ambulancia estaba llegando al otro lado del puente, comentó un soldado, para llevarle a él y a otros heridos a los hospitales de Kyiv.
Un joven capitán, también vendado, alrededor de su brazo izquierdo, dijo: “La gente no quiere dejar sus casas, todo lo que han construido. Pero los ataques rusos son ahora continuos. Tendremos que retomar las zonas a las que se han desplazado, y así, al no haber ahora demasiados civiles en la ciudad, habrá menos víctimas civiles”.
El oficial, que solo quiso que se publicara su nombre de pila, Mykhailo, continuó: “Sabemos que los rusos están desesperados por conseguir el control de Irpin, por eso están dedicando tantos recursos. No lo están haciendo bien sobre el terreno y por eso tenemos tantos ataques aéreos y el bombardeo de largo alcance”.
Los bombardeos se intensificaron cuando empezó a anochecer, y la multitud se refugió bajo el arco que quedaba. Se lanzaron bengalas en el cielo, seguidas de dardos rojos de fuego intercambiado y destellos cuando los edificios, cada vez más cerca, empezaron a ser alcanzados.
La multitud se arremolinó para cruzar, con dificultad, sobre el metal retorcido y la piedra destrozada, sobre el agua. Los grupos se apiñaban, muchos con bolsas de plástico, mochilas y maletas, algunos con niños al hombro.
Una anciana resbaló y se cayó. Ayudándola a levantarse, Andriy Osadchuk, un operador de radio militar voluntario, exclamó: “¿Se imaginan que alguien tenga que pasar por todo esto a su edad? ¿Por qué los rusos hacen lo que hacen? Es una barbaridad”.
Después de que la subieran a un lado, la anciana habló brevemente, sacudió la cabeza y comenzó el largo camino hacia arriba.
“Dijo que nunca volvería a ver su casa”, reflexionó Osadchuk. “Probablemente sea cierto, es muy triste”.
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