Los alebrijes, un arte popular que echa a volar los sueños de los mexicanos
Pese a las amenazas de una pertinaz llovizna, un hombre protegido solo por un sombrero de paja desliza su pincel con un verde chillón sobre la cola de una figura gigante con cabeza de iguana y cuerpo de lagarto que ocupa casi toda la terraza de una casa ubicada en una barriada popular al sur de la capital mexicana.
Israel Mondragón exprime al máximo las horas del día para culminar a tiempo su surrealista obra, de más de dos metros de altura, que formará parte de las 200 piezas a gran escala que se exhibirán el sábado en las calles del centro de la Ciudad de México durante la décimo quinta edición del desfile de “La noche de los alebrijes”.
El alebrije, que se fabrica con papel o cartón y tiene una estructura de alambre, es una de las expresiones del arte popular mexicano que en los últimos años se ha popularizado gracias a películas taquilleras como Coco, que han contribuido a difundir fuera de las fronteras de México las coloridas creaciones que suelen combinar figuras de distintos animales en un solo cuerpo.
Durante más de una década el Museo de Arte Popular y otras instancias locales han contribuido a propagar la rama artística de los “cartoneros” o “alebrijeros”, como suele llamarse a los artesanos que se dedican a hacer alebrijes, que surgieron el siglo pasado en la capital mexicana, pero que se han expandido por todo el país.
En algunas regiones como el estado sureño de Oaxaca se fabrican alebrijes más pequeños con una madera de copal, que se decora con motivos de la mitología de la civilización mesoamericana zapoteca que refiere que los humanos nacen acompañados de un animal que los guía durante su vida.
No está claro cómo se inició, pero los especialistas identifican como su precursor a Pedro Linares López, un cartonero de la Ciudad de México, que hacia 1936 comenzó a hacer los primeros alebrijes, una tradición que han continuado hasta estos tiempos sus hijos y nietos.
El primer desfile en honor de estas figuras se celebró en 2007, pero también se han mantenido de manera ininterrumpida en el Museo de Arte Popular por quince años, afirmó Emilio Ortiz, coordinador de comunicación social del centro artístico.
“El desfile permite a los artesanos verter toda su creatividad, todo su ingenio para fabricar estas piezas. Es una forma de promover su trabajo, así como también preservar la cartonería”, dijo a The Associated Press Ortiz al reconocer que el evento representa para los artesanos una vitrina muy importante, que incluso les ha servido de trampolín para llevar sus obras a Francia, Bélgica y Estados Unidos.
A pesar de haber participado por catorce años consecutivos en el singular desfile, que inaugura la temporada de celebraciones por el Día de los Muertos en la capital mexicana, Mondragón suelta una gran sonrisa al hablar de las expectativas que tiene de ver su obra entrar a la plancha del Zócalo, la principal plaza, y recorrer las calles de su ciudad natal bajo la mirada atenta de cientos de espectadores.
“Es una emoción muy grande”, señaló el artesano, de 37 años, al reconocer que espera que la energía de ese momento le ayuda a dejar a un lado el cansancio generado por las 16 horas diarias que ha trabajado en el último mes para culminar a tiempo al “Señor Travieso”, una pieza que muestra una surreal iguana que camina en dos patas mientras carga con la mano izquierda un pastel y pasea a tres perros.
Aunque a simple vista se distingue la figura de un fantástico animal, Mondragón —que ha pasado casi la mitad de su vida dedicado a la cartonería— prefiere identificar su obra como un “alebrije que tiene un poco de cabeza de iguana, pero al mismo tiempo es una persona transformada”.
“Hacemos animales que no piensan que son solamente monstruos… Este alebrije está paseando sus perros, está más humanizado, y está consciente que tiene que cuidar el pastel”, dijo el artista al explicar que cuando se planteó hace un año el diseño de su obra quiso darle un propósito social para promover entre los espectadores la adopción de los perros y gatos callejeros. Él hace unos años rescató a tres perros de la calle que ahora viven con él, a los que decidió honrar al transformarlos en alebrijes.
La percepción que cada creador tiene de la vida y su entorno y una imaginación ilimitada parecieran ser las marcas que han acompañado a los “alebrijeros” mexicanos desde sus orígenes, sostuvo Ortiz, al reconocer que esas condiciones hacen que cada pieza sea única e irrepetible.
Eso bien lo sabe Mondragón. Mientras pasa las últimas pinceladas a la cola de “Señor Travieso”, el artista confiesa que espera que su alebrije tenga “su propia vida, su propia dinámica, su propia forma de comportamiento”.