Surgen protestas en varios lugares debido a exceso de turistas
El timbre de la puerta en la casa de Martinho de Almada Pimentel es difícil de encontrar, y así lo prefiere él. Es una cuerda larga que, cuando es jalada, hace sonar una campana en el techo, avisándole que hay alguien afuera de la mansión que su padre construyó en la ladera de una montaña como monumento a la privacidad en 1914.
Pero de privacidad, Pimentel ha tenido poco en este verano de “sobreturismo”.
Los viajeros atrapados en el tráfico paralizado afuera de las paredes de la Casa do Cipreste a veces avistan la cuerda y la jalan “porque les da gracia”, dice Pimentel. Cuando tiene las ventanas abiertas, puede oler el humo de los carros y escuchar el “tuk-tuk” de los patinetes. Y puede percibir la frustración de los 5.000 visitantes por día que se ven obligados a hacer cola alrededor de la casa para ir al Palacio Pena, otrora lugar de retiro del rey Ferdinando II.
“Ahora estoy más aislado que cuando COVID”, lamenta Pimentel, un hombre de hablar callado que vive solo, en una entrevista hace pocos días en la veranda. “Ahora trato de no salir. Lo que siento es enojo”.
Esta es una historia sobre lo que significa ser visitado en el 2024, el primer año en que el turismo mundial está previsto a batir récords desde que la pandemia del coronavirus paralizó gran parte de la vida en el planeta. Los viajes no se están nivelando sino que se están disparando, impulsados por las ganas de compensar después de la pandemia, las campañas digitales y las llamadas visas doradas a las que en parte se atribuyen los aumentos de precios de las viviendas.
Quien haya estado observando este verano de “sobreturismo” ha visto las consecuencias en distintas partes del mundo: colas de tráfico, reportes de trabajadores de hospitalidad viviendo en carpas y protestas “antiturismo” en que personas hostigan a visitantes en restaurantes o, como ocurrió en Barcelona en julio, disparándoles con pistolas de agua.
Las demostraciones son ejemplo de los locales usando el poder de sus números y las redes sociales para darle a sus líderes un ultimátum: Gerencien mejor este tema o ahuyentaremos a los turistas, y los 11,1 billones de dólares que traen cada año. Culpan a los turistas de problemas como el aumento en los precios de las viviendas, el empeoramiento del tráfico y la escasez de agua.
Hay quienes dirán que no vertirán lágrimas por gente como Pimentel que tienen los recursos para vivir en lugares que son atracciones turísticas. Pero es más que un problema de los ricos.
“¿Acaso no poder llamar a una ambulancia o no poder ir al supermercado es un problema de ricos?”, dijo Matthew Bedell, otro residente de Sintra, que no tiene farmacia ni supermercado en el centro del distrito designado por la UNESCO. “A mí no me parece que son problemas de ricos”.
¿Qué es el ‘sobreturismo’?
La frase por lo general se usa para indicar el punto en que los visitantes y los ingresos que generan dejan de beneficiar a la población local y más bien se convierten en un problema, al degradar sitios históricos, abrumar infraestructura y hacer más difícil la vida para los que viven allí.
Es un hashtag que le ha dado nombre a las manifestaciones de hostilidad contra los turistas. Pero si uno examina el tema con detenimiento, ve que detrás de él hay problemas más complejos, como la inflación de los precios de las viviendas impulsados por compañías como Airbnb, desde España hasta Sudáfrica. Algunas ciudades han empezado a fomentar el “turismo de calidad”, definido generalmente como un turismo en que los visitantes muestran más consideración hacia los locales, sin tanta borrachera, tomadera de selfies y otras conductas indeseadas.
“El sobreturismo es quizás un fenómeno social también”, según un análisis para la Organización Mundial del Comercio escrito por Joseph Martin Cheer de la Universidad de Sydney Occidental y Marina Novelli de la Universidad de Nottingham. En China y la India, por ejemplo, las multitudes son más aceptadas. “Esto sugiere que las expectativas culturales de espacio personal y de exclusividad difieren de lugar en lugar”.
El verano del 2023 estuvo definido por el caos de viajar. Los aeropuertos y las aerolíneas estaban abrumados, y para muchos estadounidenses fue difícil renovar el pasaporte. Para fines de año, proliferaban los indicios de que estaba aumentando la tendencia a viajar para compensar por el stasis forzado de la pandemia.
En enero, la agencia de turismo de Naciones Unidas predijo que el turismo mundial superaría los récords fijados en el 2019 por 2%. Para fines de marzo, reportó la agencia, más de 285 millones de personas habían viajado internacionalmente por turismo, un 20% más que en el primer trimestre del 2023.
Europa siguió siendo el destino más visitado. El World Travel & Tourism Council proyectó en abril que 142 de los 185 países que analizó fijarían récords de turismo, para ingresos totales de 1,1 billones de dólares y generando 330 millones de empleos.
Pero aparte de generar ingresos, el turismo también ha causado problemas. España ha sufrido dificultades en cuanto a suministro de agua, alza en los precios de las viviendas y turistas ebrios.
Estallaron protestas en el país en marzo, cuando según reportes aparecieron grafitis en las paredes de Málaga llamando a los turistas a que se vayan. Miles de personas protestaron en las Islas Canarias, contra el turismo y la construcción que estaban abrumando los servicios de agua e inflando los precios de las viviendas. En Barcelona, los manifestantes insultaron y dispararon pistolas de agua contra personas que consideraban visitantes y que cenaban al aire libre en Las Ramblas.
En Japón, donde se anticipa un récord del turismo debido a la debilidad del yen, Kyoto prohibió la entrada de turistas en ciertas callejuelas. El gobierno fijó un límite de las personas que pueden escalar el Monte Fuji. Y Fujikawaguchiko, un poblado que ofrece algunos de los mejores panoramas del monte, erigió una enorme pantalla negra en un estacionamiento para evitar que los turistas atesten el lugar. Los turistas al parecer simplemente cortaron aberturas en la pantalla a nivel de los ojos.
Los viajes aéreos, entretanto, solo se volvieron más problemáticos, reportó en julio el gobierno estadounidense. La UNESCO ha advertido sobre daños potenciales a lugares protegidos. Y Fodor’s llamó a la gente a reconsiderar viajar lugares con problemas, como Grecia y Vietnam, o lugares con problemas de gestión de agua como California, India y Tailandia.
Otros lugares buscaban aprovechar las campañas de “antiturismo”, como la campaña “Stay Away” de Ámsterdam contra jóvenes juerguistas y la campaña “Welcome to MonGOlia” de ese país asiático, donde las visitas de turistas aumentaron en 25% en los primeros siete meses del 2024 comparado con el mismo período del año anterior.
El turismo está aumentando y evolucionando tanto, que, de hecho, algunos expertos dicen que el término “sobreturismo” ya está desactualizado.
Michael O’Regan, conferencista en temas turísticos para la Glasgow Caledonian University, argumenta que “sobreturismo” se ha convertido en una muletilla que no refleja el hecho de que la experiencia depende en gran medida del éxito o fracaso de la gestión de multitudes. Las protestas, explica, no son contra los turistas sino contra las autoridades que permiten que el turismo cause daño en vez de beneficiar a la población local.
“Ha habido una reacción en contra del modelo de negocios sobre el cual se ha construido el turismo moderno y la falta de respuesta por parte de los políticos”, dijo O’Regan en una entrevista. El turismo “repuntó más rápido de lo esperado”, admite, pero los turistas no son el problema. “Hay una competencia mundial para atraer turistas, eso no lo podemos ignorar ... Así que ¿qué ocurre cuando hay demasiado turistas? Los lugares tienen que investigar más a fondo el tema”.
Las consecuencias de ser un lugar muy visitado
Virpi Makela puede describir exactamente qué ocurre en su rincón de Sintra.
Las personas que buscan llegar a Casa do Valle, su hostal a la ladera de una montaña cerca del centro de la aldea, la llaman angustiadas porque no pueden encontrar el hostal en medio de las “desorganizadas” normas viales que parecen estar cambiando sin previo aviso.
“Hay un pilar en medio de la vía que sube y baja y no puedes avanzar porque estropeas el carro. Así que puedes de alguna manera bajar pero no puedes darte la vuelta, así que tienes que retroceder en esa vía”, dice Makela, quien lleva 36 años viviendo en Portugal. “Y entonces la gente se frustra cuando llega a nuestra calle que tiene un letrero que dice ‘Solo vehículos autorizados’. Y lo bloquean todo”.
Nadie disputa la idea de que el turismo en Portugal necesita una mejor gerencia. El WTTC predijo en abril que el sector turismo del país crecerá este año en 24% comparado con sus niveles del 2019, creará 126.000 empleos y comprenderá el 20% de la economía nacional. Los precios de las viviendas ya estaban dejando a mucha gente sin poder comprar casa, inflados en parte por la entrada de inversionistas extranjeros y turistas en busca de alquileres a corto plazo.
En respuesta, Lisboa anunció planes de reducir por la mitad la cantidad de patinetes que transportan a los turistas por la ciudad y para construir más espacios de estacionamiento para ellos, luego que residentes se quejaron de que trancan el tránsito.
Sintra, que está a unos 40 minutos por tren desde Lisboa, ha invertido en más estacionamientos en las afueras del poblado y en viviendas más asequibles en el centro, según la alcaldía.
Más de 3 millones de personas visitan cada año las montañas y castillos de Sintra, una de las regiones más acaudaladas de Portugal debido a su clima templado y atractivos panoramas. La alcaldía de Sintra dijo también en un email que ahora se venderán menos boletos a los sitios históricos cercanos. El Palacio Pena, por ejemplo, este año empezó a vender menos de la mitad de los 12.000 boletos diarios que vendía en el pasado.
Todo eso no es suficiente, dicen residentes, quienes se han agrupado en QSintra, una asociación que le exige a la alcaldía “poner a los residentes primero” con una mejor comunicación, como primer paso. También desean conocer los planes del gobierno para gerenciar a los huéspedes en un hotel que está siendo construido para aumentar el número de estadías, y más límites al número de carros y visitantes permitidos.
“No estamos en contra de los turistas”, dice el manifiesto de la agrupación. “Estamos en contra del caos que (los líderes locales) no pueden controlar”.
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Contribuyeron a esta nota los corresponsales Helena Alves en Lisboa y Mari Yamaguchi.
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Laurie Kellman escribe sobre temas globales para el equipo de tendencias y cultura de la AP. Está en http://x.com/APLaurieKellman