¿Se puede disfrutar el Mundial de Qatar a pesar de la realidad que se esconde a simple vista?
Mientras el fútbol deslumbra en Qatar, una de las controversias más dominantes durante la etapa de preparación ahora rara vez se menciona, informa Miguel Delaney
Es una descripción que casi se pasó por alto en ese momento, pero una con la que Qatar estaba muy en sintonía y merece ser mencionada todos los días de esta Copa del Mundo.
“Las consultas y los reportes en Qatar revelan que los estereotipos raciales y étnicos operan tanto en la esfera pública como en la privada, según los cuales, por ejemplo, se asume que los hombres del África subsahariana son poco higiénicos; se asume que las mujeres del África subsahariana están disponibles sexualmente hablando, y se asume que ciertas nacionalidades del sur de Asia son poco inteligentes. La Relatora Especial recibió informes creíbles de que, por otro lado, se asume que los norteamericanos, europeos y australianos son superiores, y que los blancos en general son inherentemente capaces en diversos contextos, como las decisiones de contratación y promoción”.
Todo esto proviene del informe escrito por la profesora Tendayi Achiume, Relatora Especial de la ONU sobre las formas contemporáneas de racismo, quien es una de las autoridades más respetadas en la materia.
Su trabajo fue tan delicado para el gobierno qatarí que, una semana después de que salieran sus hallazgos preliminares, cancelaron una visita planeada por la Relatora Especial de la ONU sobre la esclavitud.
Esta referencia pretende reflejar otra contradicción de esta Copa del Mundo. El tema de los trabajadores migrantes fue una de las controversias más dominantes en la etapa de preparación, y no deja de estar latente, pero ya casi no se menciona esta realidad a mitad del torneo.
Es importante en sí mismo y apunta a los procesos en los que todo esto se normaliza.
Es por eso que el grupo FairSquare encargó un vídeo sobre el tema de los trabajadores migrantes llamado The Invisibles. Solo basta con mirar el entusiasmo reciente —en gran parte, por supuesto, completamente inocente, aunque algo ingenuo— para describir cuán grandioso ha sido todo esto; la experiencia tan maravillosa que está teniendo la gente.
The Independent ha visto más de un caso de alguien maravillado por lo agradables que son “los lugareños”, solo para que dicha persona local resulte ser un trabajador migrante. Nunca se insistirá lo suficiente en que a estos trabajadores se les niegan los derechos más básicos de los lugareños, como la capacidad de cambiar de trabajo, y prácticamente nunca pueden ser ciudadanos.
Y, por supuesto, su trabajo es ser agradables. Ser más que agradables. No se tolera ningún tipo de disidencia o actitud grosera. Los trabajadores migrantes son reprendidos regularmente. Se dio el caso de un hombre en un todoterreno que intentó ingresar al gimnasio de un hotel para el que no tenía el pase correcto, pero luego amenazó con denunciar al trabajador por negarle la entrada y le sacó una foto como forma de presión.
Esta es la cultura que se ha desarrollado a partir del sistema. Esta es la cultura que ha generado una de las experiencias más inquietantes en Doha, pero una que se sufre a menudo. Se trata de trabajadores inmigrantes que se muestran servilmente atentos ante las cosas más insignificantes, por miedo evidente a incumplir sus obligaciones. De lo contrario, corren el riesgo de ser censurados.
La cruda verdad es que no debería ser normal que un humano tenga que comportarse así. Es degradante. Rebasa los límites de la “hospitalidad”. Es extraño y desagradable, como si el que te atiende fuera considerado una clase más baja.
Y, sin embargo, todo se vuelve tan normalizado, una parte tan intrínseca pero invisible de la “experiencia”.
Hay momentos en los que es difícil no pensar que así debieron ser algunos elementos del extremo sur estadounidense durante la esclavitud. Se trata de una subclase de personas que se ignora, pero a la vez se da por sentada, y a la vez es la base de absolutamente todo en este estado. El lugar no podría funcionar sin ellos. Y en reconocimiento reciben todo menos gratitud.
De igual modo, no se puede insistir lo suficiente en que todo esto se basa en la “discriminación racial estructural” y en “un sistema casi de castas basado en el origen nacional”. Así lo afirma la profesora Achiume y se hacen eco de ello diversos grupos de derechos humanos, así como los propios trabajadores.
Un ghanés que trabaja en esta Copa del Mundo le dijo a The Independent: “A todos los juzgan según sus pasaportes, y los africanos están en la última categoría”.
En parte, esta es la razón por la que siempre será una “gran experiencia” para los occidentales relativamente ricos, sobre todo si gastan en West Bay o en los suburbios caros, y por qué es completamente irrelevante.
Solo es cuestión de hablar con cualquiera de los trabajadores que uno se encuentra en todas partes todos los días para tener una idea de un mundo que simplemente no debería existir en 2022, y especialmente no es uno que una Copa del Mundo debería recompensar.
Está presente cuando sales por la mañana para ir a trabajar, y hay un guardia de seguridad que se despide cuando te vas, pero sigue en el mismo lugar saludándote al entrar cuando vuelves ocho horas después. Está presente cuando otro trabajador te cuenta que comparte un pequeño dormitorio con otras cuatro personas y se considera afortunado porque algunos de sus compatriotas viven con 12.
“El pago de mi salario se atrasa todos los meses porque tiene que pasar por tres niveles de personas, y todos se quedan con una parte”, le dice el trabajador ghanés a The Independent. “Los salarios también están disminuyendo, aunque Qatar obviamente tiene suficiente dinero para pagar”.
Todos tendrán una historia que contar, todas motivadas por algún tipo de desesperación, todas tan vergonzosamente diferentes del lujo de West Bay.
Y no hay que olvidar que este es uno de los estados del Golfo donde la situación ha mejorado de manera bastante discreta. La situación sigue siendo mucho peor en Dubai y Abu Dhabi, las zonas más futboleras y vacacionales.
Muchos de los mismos trabajadores, por supuesto, les dirán a los occidentales que les gusta Qatar y mencionarán que los salarios son mucho mejores que en casa, lo que les permite mantener a su familia.
Sin embargo, ese argumento tiene dos partes importantes. Una es que, por supuesto, van a decirlo debido a que muchos tienen el temor genuino de ser vigilados y los investigadores de derechos humanos dicen que lleva meses crear confianza en muchos casos. Otra es que esto sigue siendo pura explotación básica, desigualdad global llevada al extremo, ya que los más ricos se aprovechan de los más desesperados.
La Copa del Mundo no debería facilitarlo.
Esto, por supuesto, plantea la gran pregunta de si la FIFA igualará el dinero de su premio con un fondo de compensación, como solicitó una coalición de grupos de derechos humanos como parte de la campaña Pay Up Fifa. No ha habido declaración alguna al público.
En cambio, la FIFA señalaría que ya existe un sistema de reclamo de compensación, que ha pagado US$350 millones a los trabajadores desde 2018, y que el fondo heredado apoyará la creación de un centro de excelencia laboral para después del torneo, financiado por un porcentaje de los ingresos comerciales generados a través de la competencia.
Los grupos de derechos humanos piensan que estas soluciones no son en realidad programas de compensación, ya que “simplemente están devolviendo a los trabajadores lo que les correspondía en primer lugar: tarifas de contratación y salarios”.
Persiste la sensación de que el órgano rector no está utilizando suficientemente la inmensa influencia del fútbol aquí. La opinión sigue siendo que “se perdió una oportunidad”.
Persiste también la creencia de que la FIFA no ha actuado en torno a la compensación por reticencia a agravar a Qatar. Tal fondo implícitamente significaría que la nación anfitriona tiene una mayor responsabilidad de lo que ha aceptado en público.
Mientras estos debates continúan, los trabajadores migrantes hacen funcionar esta Copa Mundial.
Garantizan que el espectáculo continúe, inherentes por completo al evento, pero invisibles.
Traducción de Michelle Padilla