Una mujer podría gobernar México. Millones más siguen en la sombra como empleadas domésticas
Concepción Alejo está acostumbrada a ser invisible.
Alejo, de 43 años, se maquilla un martes por la mañana y sale de su diminuto apartamento a las afueras de Ciudad de México. Camina hasta que la gravilla que hay delante de su casa se convierte en adoquines, y los carteles de campaña que cubren pequeños edificios de concreto dejan paso a los muros impecables de las urbanizaciones cerradas de la clase alta de la ciudad.
Es allí donde Alejo ha trabajado discretamente limpiando las casas y criando a los hijos de mexicanos adinerados durante 26 años.
Alejo está entre los aproximadamente 2,5 millones de mexicanos --en su mayoría mujeres-- que trabajan en servicio doméstico en el país latinoamericano, una profesión que encarna las divisiones de género y clase arraigadas desde hace mucho en México.
Las mujeres como ella juegan un papel fundamental en la sociedad mexicana al asumir el grueso del trabajo doméstico conforme un creciente número de mujeres profesionales entran en la fuerza de trabajo. Pese a las reformas del gobierno actual, muchas empleadas domésticas siguen sufriendo bajos salarios, abusos de sus empleadores y largas jornadas. Es una institución que se remonta a la era colonial, y algunos investigadores describen sus inestables condiciones de trabajo con “esclavitud moderna”.
Ahora que México va camino de posiblemente elegir a su primera mujer presidenta el 2 de junio, las empleadas de hogar tienen la esperanza de que o bien la exalcaldesa de Ciudad de México Claudia Sheinbaum o la exsenadora Xóchitl Gálvez puedan mejorar su situación.
“Nunca he votado todos estos años (...) me doy cuenta que siempre es lo mismo”, dijo Alejo. “¿Cuándo nos han hecho caso, para qué les voy a dar un voto a uno de ellos?"
"Tengo la esperanza que al menos que sea una mujer, que esta situación sea diferente", añadió.
Alejo nació en una familia pobre en el estado central mexicano de Puebla y dejó la escuela a los 14 años, para trasladarse a Ciudad de México como niñera interna para dos hermanas.
“Es como si fueras una madre. Los niños me llamaban ‘mamá’. Nacen sus hijos y yo los bañaba, los cuidaba. Hacía de todo desde que me despertaba hasta que se dormían”, explicó.
Aunque algunas empleadas domésticas residen por separado, muchas viven con las familias y trabajan semanas, si no meses, sin descanso y aisladas de su familia y amigos.
Alejo dijo que las exigencias y el bajo salario del empleo doméstico hicieron que no tuviera sus propios hijos. Otras dijeron a The Associated Press que fueron despedidas al enfermar y pedir ayuda a sus empleadores.
"Cuando trabajas en la casa de alguien, la vida no es tuya", dijo Carolina Solana de Dios, niñera interna de 47 años.
Su ayuda es esencial para las mujeres que trabajan, como Claudia Rodríguez, madre soltera de 49 años, que continúa luchando para entrar en los espacios profesionales reservados tradicionalmente a los hombres. En México y buena parte de América Latina, una brecha ha dividido desde hace mucho a hombres y mujeres en el lugar de trabajo. En 2005, el 80% de los hombres estaban empleados o buscando trabajo, frente al 40% de las mujeres, según datos del gobierno mexicano.
Esa brecha se ha estrechado con el tiempo, aunque aún persisten grandes diferencias en salario y puestos de liderazgo.
Rodríguez nació en una localidad a dos horas de Ciudad de México. Ella, su madre y sus hermanos huyeron de un padre abusivo y se refugiaron en la capital. En lugar de seguir su sueño de ser bailarina profesional, empezó a trabajar y estudiar porque “no pensaba en hacer todos esos sacrificios” que había hecho su madre, esforzándose en una sucesión de trabajos informales.
Durante años se abrió paso en la industria tecnológica, pero asumió todo el trabajo doméstico cuando tuvo hijas con su esposo. Cuando su marido la dejó por otra mujer hace seis años, contratar una empleada doméstica interna era la única cosa que podía hacer para mantenerse a flote.
Ahora, tanto ella como su niñera, Irma, se levantan a las 5 de la mañana, una prepara el almuerzo para sus dos hijas y la otra las lleva a la escuela.
“En caso de mujeres empresarias, definitivamente no podríamos con todo el paquete, sencillamente porque creo que es demasiada la expectativa que tiene la sociedad”, dijo.
Sin embargo, una cifra histórica de mujeres mexicanas asume puestos de liderazgo, debido en parte a cuotas de género establecidas en los partidos políticos. Desde 2018, el Congreso mexicano tiene un composición de género 50-50, y el número de mujeres gobernadoras se ha disparado.
Aunque ninguno de los candidatos presidenciales ha hablado abiertamente de las empleadas domésticas, tanto Sheinbaum como Gálvez propusieron abordar la violencia contra las mujeres y cerrar la brecha salarial de género.
El gobierno del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, aprobó en 2019 una ley histórica que reconocía a las empleadas domésticas derechos básicos como la baja pagada, límites a la jornada laboral y acceso a seguro médico pagado por los empleadores.
Pero el gobierno no ha vigilado la aplicación de esas normas, lo que dejó a las empleadas domésticas desprotegidas y atrapadas en una “dinámica de desigualdad de poder”, explicó Norma Palacios, responsable del sindicato mexicano de empleadas domésticas, SINACTRAHO.
En la práctica no ha cambiado nada, señaló, aunque “ya existe un marco legal de derechos laborales hacia nosotras”.
Ni Alejo, la empleada de hogar, ni Rodríguez, la madre soltera, dicen identificarse especialmente con ninguna de las principales candidatas. Ambas piensan votar. Aunque las aspirantes les parecen más de lo mismo, se mostraron de acuerdo con Palacios al decir que tener una presidenta sería un paso importante.
“Es una mujer la que va a estar al frente de un país, ¿no? En un país machista, en un país de desigualdad, en un país de violencia hacia las mujeres, en un país de feminicidios”, dijo Palacios.
Entre tanto, las trabajadoras como Alejo siguen caminando por una senda difícil.
Alejo está entre el 98% de empleadas domésticas que aún no están adscritas a un seguro médico, según datos de SINACTRAHO.
Por fin trabaja para una familia amable que le paga un salario justo, pero está reuniendo valor para pedirle a la familia que le pague el seguro médico, y teme que la sustituyan si pide que se respeten sus derechos.
“No les gusta cuando pides cosas”, dijo. “No es fácil buscar trabajo. Si necesitas trabajar, acabas aceptando lo que te den”.