La Reina Isabel II, la monarca con el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña, muere a los 96 años
Charles, el príncipe de Gales se convierte automáticamente en rey tras el fallecimiento de su madre
La reina Isabel II, la monarca con el reinado más largo en la historia de Gran Bretaña, murió a los 95 años.
Su Majestad gobernó durante casi siete décadas, entre 1952 y 2022, durante los que observó cambios monumentales en la vida social y política.
Su hijo, el Príncipe de Gales, la sucede automáticamente como rey, de forma que gobernará el Reino Unido y más de una docena de naciones de la Commonwealth, un papel para el que el hombre de 75 años ha pasado una vida preparándose.
La reina murió el 8 de septiembre de 2022, luego de 70 años en el trono, superando a todos sus predecesores, incluso a su formidable tatarabuela, la reina Victoria.
El año pasado, su esposo, el duque de Edimburgo, con quien estuvo casada durante 74 años, también falleció.
Desde que salió del luto tras su muerte el 9 de abril de 2021, la Reina se había sumergido nuevamente en la vida pública. Defendió la acción por el medio ambiente y cautivó a los líderes mundiales en la cumbre del G7 realizada en Cornualles el verano pasado.
Estaba programado que asistiera a la inauguración de la conferencia climática Cop26 en Glasgow a fines de octubre pasado, antes de que los médicos le recomendaran que descansara después de pasar la noche en el hospital, y, al igual que su hijo Charles, se había interesado cada vez más en los temas ambientales; la monarca lamentó la falta de acción a nivel global ante la crisis, según lo veía ella.
En los últimos años y décadas, su vida familiar se volvió incómodamente pública, al comentarse todo, desde los divorcios y fotos filtradas, hasta los nietos que abandonaron la monarquía por completo, así como las inquietantes acusaciones contra uno de sus hijos, pero la Reina siempre logró mantenerse al margen de los titulares, tan tranquila y digna como siempre.
En tiempos de crisis nacional, siempre fue una presencia tranquilizadora para los británicos, especialmente al inicio de la pandemia de coronavirus, cuando se dirigió al país y les recordó que “nos encontraríamos de nuevo”, recordando el famoso himno de Vera Lynn de la época de la Segunda Guerra Mundial.
La reina Isabel II nació el 21 de abril de 1926 en Bruton Place, Londrés, en el apogeo de la huelga general de aquel año. Sus padres fueron Albert y Elizabeth, duque y duquesa de York.
Desde muy temprana edad, la princesa Isabel fue la niña más famosa del mundo: fueron nombradas en su honor chocolates, porcelana y salas de hospital, se compuso una famosa canción para ella, su rostro apareció en una estampilla de la provincia canadiense de Newfoundland, y una parte de la Antártida fue rebautizada como la Tierra de la Princesa Isabel.
Pero en casa, se convirtió en una niña ordenada, autónoma y disciplinada, la responsable hermana mayor de la princesa Margaret, nacida cuatro años después, en 1930. Su infancia fue feliz y segura, pero todo cambió cuando, en diciembre de 1936, su tío, Edward VIII, abdicó al trono para casarse con Wallis Simpson.
El padre de la princesa Isabel se convirtió en rey bajo el nombre de Jorge VI, y ella misma se convirtió en heredera presuntiva al trono británico. La familia se mudó al palacio de Buckingham, rodeada de la panoplia y las restricciones de la realeza británica.
La futura reina llevó a cabo su primer compromiso público el día de su cumpleaños 21, el 21 de abril de 1947, durante su primer gira fuera de Inglaterra: una visita de estado con sus padres y hermana a la Unión Sudafricana.
En noviembre de ese mismo año se casó con el expríncipe Felipe de Grecia, quien se convirtió en duque de Edimburgo. Era hijo del príncipe Andrew de Grecia y la princesa Alice de Battenber, y estaba relacionado con la princesa Isabel a través de su linaje materno y paterno. El matrimonio fue famoso, mientras que el primer festival real se llevó a cabo en la lúgubre Gran Bretaña de la posguerra, que estaba entonces bajo un régimen de austeridad. Sir Winston Churchill calificó la boda como “un destello de color en el duro camino que tenemos que recorrer”.
Un año después de su boda, la princesa Isabel dio a luz a su heredero, el príncipe Charles, nacido el 14 de noviembre de 1948, y dos años después, el 15 de agosto de 1950, nació la princesa Anne. Durante dos años, ella y su esposo disfrutaron de la libertad de la vida naval en Malta, donde Felipe era un oficial en servicio, pero la grave enfermedad del Rey puso fin a este breve periodo de normalidad.
El 6 de febrero de 1952, el rey Jorge VI murió repentinamente mientras dormía. Su hija lo sucedió como la reina Isabel II y fue coronada el año siguiente como Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Reina de sus Otros Reinos y Territorios y Jefa de la Commonwealth. Su coronación, ocurrida el 2 de junio de 1953, fue televisada, iniciando una revolución mediática, pues millones de personas en Gran Bretaña y en todo el mundo miraron la ceremonia, reunidos en torno a televisiones antiguas.
Más tarde, se invitó a las cámaras documentales al palacio para filmar The Royal Family en 1969. Fue un suceso muy popular: la película mostraba a la Reina y su familia, que ahora estaba compuesta por cuatro hijos, tras el nacimiento de los príncipes Andrew y Edward en 1960 y 1964 respectivamente, como seres humanos comunes y corrientes.
Mientras tanto, la experiencia de la Reina en los asuntos públicos siguió creciendo inconmensurablemente, y uno de los aspectos más importantes de su rol, “consultar, asesorar y advertir” a sus primeros ministros, se convirtió en una de sus mayores fortalezas.
Aunque se convirtió en un cliché decir que generalmente le iba mejor con los primeros ministros laboristas que con sus contrapartes conservadoras, esto era solo cierto en parte. Formó un vínculo con Churchill gracias a su afición compartida por los caballos de carreras, se mantuvo en términos cordiales con sir Anthony Eden, que había trabajado en el Ministerio de Relaciones Exteriores, asegurándose de que la mantuvieran informada del desarrollo de la Crisis del Suez, y fue tratada con afecto y respeto por Harold Macmillan, quien le escribía cartas largas e informativas.
Sin duda, era más cercana de los laboristas Harold Wilson y Jim Callaghan que de los conservadores Edward Heath y Margaret Thatcher, pero Su Majestad por lo general lograba encontrar puntos en común con todos mientras mantuvieran su confianza, algo que solo traicionó seriamente David Cameron en 2014, cuando afirmó sin cuidado que la Reina había “ronroneado” en el momento en que le informó que Escocia había votado contra la independencia con un pequeño margen.
A lo largo de su vida, la Reina se mantuvo orgullosa de sus logros para mantener unida a la Commonwealth, inquebrantable en su fe de que las naciones unidas son más fuertes, pero decidió en gran medida mantener sus preferencias personales fuera de la toma de decisiones políticas, incluso si en privado se sentía fuertemente más a favor de un lado o del otro.
Ocasionalmente, otros la acorralaban contra su voluntad: Boris Johnson comprometió notablemente su constante historial de imparcialidad cuando la arrastró al fango al solicitar la prórroga del Parlamento antes de una fecha clave para las negociaciones del Brexit con la Unión Europea en octubre de 2019, pero esta fue una rara excepción.
Su instinto de mantenerse por encima de la refriega le sirvió bastante, pero no fue infalible: el público británico consideró su decisión de quedarse en el castillo de Balmoral, en Escocia, tras la trágica muerte de la exesposa de Charles, la princesa Diana, en 1997, en vez de regresar a la fría e insensible Londres, fuera de sintonía con el estado de ánimo nacional. La Reina misma creía que era más importante consolar a sus nietos, los príncipes William y Harry, por la muerte de su madre, lejos de los intensos reflectores de la voraz prensa británica, pero al final su entonces primer ministro Tony Blair y los asesores del palacio de Buckingham la persuadieron de cambiar de rumbo, un error que al final no causó un daño duradero a su popularidad.
La amarga y enconada conclusión del matrimonio de “cuento de hadas” de Charles y Diana, que coincidió con el devastador incendio del Castillo de Windsor, había hecho de 1992 su “annus horribilis”, y la Reina sufriría más penas con la llegada del cambio de siglo, desde la pérdida de su madre y su hermana en 2002, hasta el anuncio de la separación de la familia del príncipe Harry y Meghan Markle en 2020, y el fallecimiento del príncipe Felipe. Su constante apoyo y sentido del humor fuera del escenario había demostrado ser un recurso invaluable, sin el cual, su carrera en el servicio público no habría sido posible.
La reina Isabel II fue un elemento fijo en la vida británica durante más de medio siglo, durante el cual guio al país fuera del imperio y las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, a través de décadas de cambio y agitación, teniendo rara vez un día libre. Incluso con 94 años, pudo emitir un mensaje desde Windsor para calmar a una nación asustada y atrapada en sus hogares en medio de la pandemia, encontrando una vez más el tono adecuado.
Su tranquilo dominio de sí misma frente a la crisis, su seriedad, patriotismo, fuerte sentido del deber y total dedicación a una posición que simplemente veía como su trabajo, le ha valido un lugar como una de las grandes monarcas de su línea, digna de comparación con su modelo a seguir, Victoria.