Sobreviví al Holocausto y fui capitán del equipo olímpico británico de levantamiento de pesas
Mi hermana Mala y yo, los únicos sobrevivientes de nuestra familia, estaremos eternamente agradecidos con este gran país por darnos una segunda oportunidad de vida
Hace setenta y siete años fui liberado del campo de concentración de Terezin en Checoslovaquia. En ese momento estaba solo, sin mi familia. Me ofrecieron una oportunidad de venir al Reino Unido. Mi padre solía hablar de Inglaterra, así que decidí venir.
Me llevaron a Windermere, en el Distrito de los Lagos. Tenía 15 años. Me habían arrebatado mi infancia, creía que habían asesinado a toda mi familia, pero estaba decidido a reconstruir mi vida. Nací en 1929, en Piotrkow, una ciudad al centro de Polonia con 55.000 habitantes, 15.000 de ellos judíos como yo.
Recuerdo haber tenido una infancia feliz, viviendo con mis padres Moishe y Sara, y mis hermanas Mala y Luisa. Era como cualquier otro niño. Me gustaba la escuela, disfrutaba aprender, y me encantaba practicar deportes. En 1939, todo eso cambió.
Alemania invadió Polonia y, como familia judía, nuestras vidas dieron un vuelco. Nos vimos obligados a abandonar nuestro hogar y mudarnos al gueto de Poitrkow, el primero que establecieron los nazis en la Polonia ocupada. El gueto se volvió más y más superpoblado e insalubre con cada semana que pasaba. No había nada pintoresco en ese gueto; varias familias numerosas eran obligadas a vivir en pequeños apartamentos, todo estaba sucio y nunca había suficiente comida.
En 1942, mi padre pudo conseguirme un trabajo en una fábrica de vidrio local fuera del gueto. Tenía 12 años y el trabajo era difícil, pero era mejor que quedarme dentro de los muros del gueto. Luego, una noche, cuando regresaba de un turno nocturno, descubrimos que el gueto había sido sellado y la gente había sido reunida. En tan solo una semana, 22.000 de los 24.000 judíos que habitaban el gueto fueron deportados al campo de exterminio de Treblinka, incluyendo a mi abuelo. Solo a los que tenían pases de trabajo se les permitió quedarse, lo que significó que mi madre y mis dos hermanas tenían que permanecer escondidas. A mi hermana Mala la enviaron a esconderse fuera del gueto, mientras que mi madre y Luisa se quedaron escondidas dentro de sus muros.
Entonces, un día, los nazis ofrecieron una amnistía, pero solo si las personas escondidas se revelaban. Resultó ser mentira. Mi madre y Luisa fueron llevadas al bosque junto con tras 520 personas judías que se habían dado a conocer. Allí, les dispararon. Mi hermana tenía solo ocho años.
En 1944, los nazis liquidaron el gueto y mi padre y yo fuimos enviados al campo de concentración de Buchenwald. Estuve allí dos semanas antes de ser trasladado a Schlieben, un campo de trabajo, y luego a Terezin, donde finalmente fui liberado. Cuando salí de Buchenwald, me separé de mi padre por primera vez. Nunca lo volví a ver. Fue asesinado a tiros unos días antes del fin de la guerra cuando intentaba escapar de una implacable marcha de la muerte.
Tras el fin de la guerra, el gobierno británico se ofreció para recibir a 1.000 niños huérfanos sobrevivientes. Solo 732 niños respondieron a la invitación, ya que muy pocos habíamos sobrevivido. Yo fui uno de esos 732 niños que fueron traídos al Reino Unido bajo el auspicio del World Jewish Relief, conocido entonces como el Central British Fund. Nos enseñaron inglés, nos alimentaron y nos dieron la oportunidad de recuperarnos, y nos trataron con amabilidad. Aquí di mis primeros pasos hacia la reconstrucción de mi vida. A pesar de llegar sin saber inglés, me dieron la oportunidad de estudiar en la escuela primaria local poco después. Poder reiniciar mi educación fue el mayor regalo.
En 1947 me enteré de la increíble noticia de que mi hermana Mala también había sobrevivido. Tras regresar al gueto, fue llevada y deportada al campo de concentración de Ravensbruck antes de ser finalmente liberada por los británicos en Bergen-Belsen. Estaremos agradecidos por siempre con este gran país por darnos una segunda oportunidad de vida.
Poco después de llegar a Londres, iba caminando por un parque cuando vi a unos hombres haciendo pesas. Les pregunté si podía intentarlo, y seguro pensaron que bromeaba, era un pequeño niño flaco que les pedía levantar pesas. Los sorprendí. Perseveré, entrené duro y terminé siendo capitán del equipo británico de levantamiento de pesas en los Juegos Olímpicos de 1956 en Melbourne y los de 1960 en Roma.
Hoy comparto mi historia para celebrar el Día de Conmemoración del Holocausto. Se los cuento porque estos terribles eventos me pasaron a mí, a mi familia y a millones más de hombres, mujeres y niños judíos. He pasado más de 70 años viviendo con lo que experimentamos, y tratando de asegurarme de que el mundo nunca lo olvide. Se los cuento porque muy pronto, yo y mis compañeros sobrevivientes no podremos hacerlo nosotros mismos. Ahora dependemos de la siguiente generación para que tomen el relevo y se aseguren de que nuestros testimonios nunca se olviden.
Mientras celebramos el Día de Conmemoración del Holocausto 2022, les pido ahora que asuman mi misión. Que hagan todo lo que esté en su poder para asegurarse de que lo que me pasó a mí y a mi familia nunca se repita. Como dijo el sobreviviente del holocausto y premio Nobel Elie Wiesel: “Olvidar a los muertos sería como matarlos por segunda vez”. Enseñemos a los niños de hoy lo que puede pasar si los buenos callan.
El ex atleta olímpico Sir Ben Helfgott es un sobreviviente del Holocausto que comparte su testimonio a través del Holocaust Educational Trust.