Incluso si estás embarazada por elección, la anulación de Roe puede destruirte
Lo que me pasó en Arizona era legal incluso antes de este fallo de la Corte Suprema. A partir de ahora, la vida de las mujeres corre peligro, ya sea que busquen abortar o busquen atención médica por un embarazo no viable
“Tu embarazo no va a funcionar. Si sigues embarazada, tendrás un aborto espontáneo. No puedo decirte cuándo va a pasar, o que te lo retiren”, me dijo mi doctora mientras veía su reloj. “Tienes cinco minutos para decidir qué hacer, pues me voy de vacaciones de Acción de Gracias y estaré fuera de la ciudad, así que necesito encontrar un médico que haga la cirugía”.
Me senté en el sofá floreado en una habitación adornada con fotos de mamás sonrientes y bebés lindos, con lágrimas en los ojos.
Quedar embarazada no había sido tarea fácil. Había orado por un milagro, pensé que lo había recibido, y ahora mis esperanzas se habían hecho añicos, y mis oraciones habían quedado sin respuesta y destrozadas.
Durante semanas, había habido preocupaciones sobre mi embarazo. Los latidos del corazón no eran fuertes, así que había estado insertando pastillas de progesterona para ayudar a que el embarazo avanzara. Ahora me habían dicho que todo había sido en vano.
“Por favor, busque un médico que me ayude”, le respondí.
Pero la persona a la que me remitieron era un médico “provida”. No tenía ni idea hasta que entré en su oficina.
Me examinó y dijo: “Todavía hay un latido del corazón. No te voy a ayudar”.
“No entiendo”, contesté. “Me dijeron que no hay posibilidad de que este sea un embarazo viable. Está a 40 latidos por minuto. ¿Por qué no puede hacer la cirugía?”.
“No importa”, replicó. “Hay un latido del corazón, así que estarías matando a tu bebé”. Durante la siguiente hora, me dijo repetidamente que si procedía con la cirugía, eso me convertiría en una “asesina”.
“¿Entonces qué hago?”, pregunté. “¿Simplemente sentarme y sufrir y esperar un aborto espontáneo, ya que no hay posibilidad de que el embarazo progrese?”.
Dijo que sí y luego agregó que si realmente quería operarme, podía ir a una clínica de abortos. Nunca olvidaré sus palabras: “No les importa, te ayudarán a matarlo”.
Conmocionada, llamé a una amiga de la familia que es médica en medicina familiar. Ella me explicó con empatía y calma que lo que estaba experimentando era una pérdida temprana del embarazo: “Cualquier médico puede decirte que cuando tienes entre ocho y nueve semanas de embarazo, el latido cardíaco no debe ser de 40 o 50 latidos por minuto. Debería estar a unos 140 latidos. Esto no es un bebé, es un grupo de células y no un embarazo viable. Deberían brindarte un tratamiento médico de rutina, como D y C”.
Esta amiga me ayudó a buscar una clínica y me dijo que los médicos allí ofrecerían una mejor atención y más opciones.
Nunca había pensado en necesitar una clínica de abortos y me traumatizó aún más cuando, al llegar, los manifestantes me recibieron gritando obscenidades y sosteniendo carteles. Me sentí juzgada y avergonzada. Había querido más que nada que este embarazo fuera viable. Estas personas no conocían mi historia o mi relación con Dios, pero se sintieron con derecho de hacer suposiciones y gritarme cosas asquerosas. No había compasión en sus acciones.
La clínica tenía guardias de seguridad para proteger a los pacientes en caso de que los manifestantes se pusieran violentos o intentaran seguirnos. Me senté en la sala de espera; era muy silenciosa y nadie sonreía. Escuché a una mujer explicarle a la mujer en el mostrador que estaba allí para recoger sus píldoras anticonceptivas; otra dijo que iba para una cita médica de rutina. Me bajé la gorra de béisbol que llevaba para que nadie viera mi cara. No podía soportar seguir siendo juzgada.
La mujer de admisiones me llevó a una sala de exámenes médicos y me preguntó el motivo de mi visita. Le expliqué que tenía un embarazo no viable que había estado tratando de salvar desesperadamente por semanas, sin éxito.
Con lágrimas corriendo por mi rostro, le conté sobre el otro médico que me avergonzó y me atormentó llamándome “asesina de bebés”.
Ella respondió con amabilidad, me dijo que me revisaría y me explicó: “Pero sabes que aquí en Arizona hay un periodo de espera de 24 horas y tendré que explicarte todas las ramificaciones de tu elección, según la ley estatal”.
“No hay nada que desee más que un embarazo saludable”, aseguré, desconcertada. “¿Cómo es que se considera un aborto si es no viable y no hay posibilidad de que se convierta en un bebé?”.
“Bueno, si hay un latido del corazón, solo tienes que esperar 24 horas, esa es la ley. Desafortunadamente eso significa que tendremos que esperar hasta después del Día de Acción de Gracias, pues cerraremos el fin de semana”.
Comenzó a revisarme y yo empecé a sollozar incontrolablemente. “Pero no puedo esperar otros cinco días”, le dije. “No sabes cuánto deseo tener un embarazo saludable, y cada momento que esto no funciona y espero un aborto espontáneo es una tortura. Me impide sanar para intentar tener un embarazo saludable”.
Colocó gel en la herramienta de ultrasonido y lo pasó por mi estómago, realizando un ultrasonido abdominal.
Pensé para mis adentros: Tengo dinero. Si me obligan a esperar cinco días sabiendo que podría tener un aborto espontáneo en cualquier momento, viajaré a California. Este dolor emocional es demasiado.
Estaba tan angustiada que tuvo que detener el examen.
“No quiero que tengas que pasar por este chequeo invasivo dos veces mientras estás tan alterada, entonces, ¿por qué no le pido a la médica que haga el examen completo?”, sugirió. Luego pasó su brazo sobre mis hombros y me aseguró que superaría este difícil momento, y que todo estaría bien. Ella fue la primera profesional de la salud que había conocido en ese tiempo que me mostró algo de empatía.
Luego salió de la habitación.
La médica fue excepcionalmente amable y preguntó si podía realizar un examen completo. Asentí, incapaz de hablar. Hizo un ultrasonido vaginal, que requiere que se inserte una vara en la vagina que puede ver y escuchar a través de una máquina si hay un latido cardiaco, así como un ultrasonido sobre mi estómago. No encontró ningún latido en ningún caso.
Se disculpó por toda la agitación emocional y me dijo que me atendería de inmediato. También me refirió a un nuevo obstetra, tras escuchar lo que me había dicho el mío.
Realizaron la cirugía en la clínica y me fui a casa, donde lloré durante semanas.
Por si fuera poco, la asistente del doctor provida me llamó unos días después y me preguntó qué había pasado. Sorprendida, le respondí, en lugar de colgarle.
“Oh, así que mataste a tu bebé”, comentó.
Un poco menos de dos años después, di a luz a un bebé sano. Envié a la clínica una nota de agradecimiento y una donación. Fueron las únicas profesionales médicas que me habían tratado con dignidad, respeto, y se preocuparon no solo por mi bienestar físico, sino también por mi estado emocional y mental.
La anulación de Roe vs. Wade me parece moralmente repugnante, y creo que también es importante destacar que en estados como Arizona, las mujeres ya vivían bajo leyes opresivas sobre el aborto. Yo tenía el dinero para viajar a otro estado si lo necesitaba. Muchas otras mujeres no habrían tenido esa opción.
Mi experiencia fue psicológicamente abusiva, vergonzante y cruel. Se me negó la atención médica básica y la autonomía física en el punto más bajo de mi vida.
Dios ayude a las mujeres de Estados Unidos ahora, porque verse obligada a completar un embarazo o a mantener un embarazo no viable hasta que abortes espontáneamente sin intervención médica es un tipo especial de tortura. Los bebés que nacen tras embarazos forzados sin duda soportarán los efectos psicológicos durante décadas.