‘The Real Bling Ring’ ofrece otra perspectiva del clan que saqueaba las mansiones de las celebridades
Cuando un grupo de adolescentes saqueó las mansiones de varias celebridades a finales de la década de 2000, el consenso fue que estaban hambrientos de fama y eran materialistas. El nuevo documental ofrece una narrativa más humana, pero hay que buscarla, escribe Clémence Michallon
A finales de la década de los 2000, los ricos y famosos sufrieron una serie de robos. Estaban saqueando las casas en Calabasas —el vecindario más ostentoso de California, hogar de Kim Kardashian, Kylie Jenner, Will Smith y muchos, muchos más— y sus alrededores. Paris Hilton, Audrina Patridge, Rachel Bilson, Orlando Bloom y Lindsay Lohan fueron víctimas en menos de un año. Cuando cinco sospechosos fueron arrestados entre septiembre y octubre de 2009, la atención de los medios fue inmediata e insaciable: todos los sospechosos tenían entre 18 y 19 años. Algunos de ellos eran compañeros de preparatoria. Todos eran adolescentes.
Nick Prugo, Rachel Lee, Alexis Neiers, Diana Tamayo y Courtney Ames se hicieron conocidos como el clan Bling Ring, un apodo lleno de todos los sabores de una saga sensacionalista. Si bien el caso se abrió paso a través del sistema legal, también se convirtió en una curiosidad de la cultura pop; analizada, deconstruida y reconstruida en varias ocasiones. Hubo una película de Lifetime. Hubo un artículo memorable de Vanity Fair de Nancy Jo Sales, titulado “The Suspects Wore Louboutins” [Los sospechosos usaban Louboutins]. Quizás lo más notable fue la película de Sofia Coppola de 2013 The Bling Ring, basada en el artículo de Sales, que dramatizó la historia del clan e incluso contó con la participación de la mismísima Hilton.
La nueva docuserie de tres partes, The Real Bling Ring de Netflix, vuelve a examinar esta mitología. Durante 13 años, la gente se ha interesado en la historia con hambre de otra narrativa sobre fama, riqueza y aquellos que harían todo lo posible para obtenerlos. Nos han dicho que los niños del Bling Ring querían ser famosos. Anhelaban convertirse en las mismas celebridades a las que les robaban vestidos de diseñador y dinero.
La narrativa tenía sentido. No fue difícil creer en la idea de un grupo de adolescentes tan hambrientos de fama y obsesionados con la apariencia que se convirtieron en delincuentes. No sabía del Bling Ring sino hasta que se estrenó la película de Coppola en 2013. Durante años, su historia fue, en mi opinión, imposible de separar de la hábil dramatización de Coppola. Las palabras “Bling Ring” me recordaron de inmediato a una Emma Watson descuidada de Estados Unidos, que interpretó a un personaje inspirado en Neiers en la película, diciéndoles a sus amigos con picardía: “Quiero robar”.
Pero hay otra narrativa detrás de The Real Bling Ring. Más allá de los efectos de estilo del documental, como el guion en off de Neiers y Prugo, los únicos miembros del clan Bling Ring que participaron en la serie, lo que surge es una nueva historia. Una más banal, más creíble y en conjunto más humana que la que hemos escuchado hasta ahora.
Esta historia oral del Bling Ring, a veces fracturada, se basa más que nada en los relatos de primera mano de Prugo y Neiers, cuyos recuerdos a veces discrepan de forma espectacular. Sin embargo, ambos están de acuerdo en que las cosas comenzaron del lado de Prugo, después de que conoció a Lee. (Lee no participó en el documental y no ofreció comentarios cuando The Real Bling Ring se comunicó con ella, según un descargo de responsabilidad al final del programa). Prugo recuerda que todo comenzó después de que Lee, al regresar de una fiesta con Prugo, tiró de la manija de la puerta de un automóvil y se dio cuenta de que el vehículo no estaba cerrado con llave. Los dos se robaron el auto y “terminaron con un montón de tarjetas de crédito”, cuenta Prugo en el documental.
Aparentemente eufóricos por la emoción del robo, Lee y Prugo siguieron adelante. Cada vez que salían de una fiesta, hacían “lo que describíamos como ‘revisar autos’”, explica Prugo, lo que significa que los dos buscaban autos no cerrados con llave para robárselos. Una noche, según Prugo, Lee robó uno de los autos después de encontrar su llave.
Así empezó. No con celebridades. No con los sitios web de chismes. No con la casa de Paris Hilton. Sino con dos adolescentes que asaltaban los autos de su vecindario. La historia del clan Bling Ring, en esencia, comenzó con un pequeño robo y escaló bastante rápido.
Esto no quiere decir que la odisea del clan Bling Ring esté completamente separada del materialismo y el estatus. “Nos sentíamos intocables”, describe Prugo en la serie sobre el conducir el auto robado. “Me hizo sentir como quien era. Sentí que era un reflejo de mí. Fue una gran sensación."
También es imposible ignorar que las travesuras del Bling Ring fueron moldeadas en parte por la geometría cambiante de sus amistades adolescentes. “A mí no me enseñaron a robar. Nunca había robado”, dice Prugo. “Pero con Rachel, nunca había tenido una amistad así. Me dio una confianza a la que no quería renunciar”. Tiempo después, al momento en que el grupo robó la casa de Orlando Bloom, las tensiones entre los integrantes habían provocado que el clan creciera de dos a cuatro integrantes. Según lo recuerda Prugo, Lee quería incluir a Tamayo, lo que le hizo sentir que había sido “intercambiado” como amigo, y entonces llevó a Neiers.
Hay una diferencia considerable entre los recuerdos de Neiers y los de Prugo sobre la participación de Neiers en el grupo. Prugo sostiene que Neiers pidió unirse; Neiers lo niega, pero alega que estaba “abierta a la idea de robar una casa para obtener dinero para comprar drogas”. Neiers es congruente con esa caracterización: era adicta a los opiáceos y las benzodiacepinas, y para ella, el robo de la casa de Bloom tenía un propósito enteramente utilitario. Neiers afirma que no recuerda el robo del todo “porque estaba bajo la influencia de opiáceos y benzodiacepinas”. (Prugo sostiene que ella “estaba consciente”). Neiers sostiene que ella “no sabía de quién era la casa” la noche en que el grupo se metió a la casa de Bloom; Prugo menciona que ella estaba “muy consciente de que estaba fuera de la casa de Orlando Bloom”.
En cuanto al motivo de Prugo, a lo largo del documental presenta los robos como una forma de conseguir amistades por vías materiales. Pagaba los tragos. Redistribuyó la ropa de diseñador robada. (Neiers dice que ella no sabía de dónde venía la ropa y que tenía la impresión de que Prugo era estilista; Prugo afirma lo contrario). “No tenía idea de cómo hacer amistades y conexiones genuinas sin presumir”, dice Prugo. “De cierta manera, estaba tratando de comprar una amistad”.
Entonces, ¿por qué los adolescentes robaban a las celebridades, cuando pudieron haber elegido a cualquier otra persona? Una vez más, tal como lo recuerda Prugo, era en gran parte una cuestión de practicidad. A través de sitios web de noticias y chismes, el grupo descubrió cuáles eran las celebridades que iban a salir de la ciudad. Encontraron sus direcciones en línea y estudiaron el terreno de sus propiedades, también en línea. “La personalidad que [Hilton] transmitía en su programa de telerrealidad [The Simple Life] era [la de] una rubia tonta”, aclara Prugo sin rodeos. “Así que pensamos que sería más propensa a dejar algo sin llave”. El clan Bling Ring no robaba a las celebridades que admiraba, al menos no al principio. Robaba a los que consideraba que podrían dejar la puerta abierta.
El documental se preocupa por humanizar también a esos famosos. Una pregunta que a menudo surge cuando se discuten las fechorías del clan Bling Ring es la riqueza de las víctimas: ¿estas personas ultrarricas realmente se preocupan por las posesiones perdidas? ¿Siquiera se dieron cuenta? ¿Sí es algo que les hace daño?
En cuestión material, tal vez no, al menos en la superficie, pero sí hay una forma de victimización: Audrina Patridge, una vez estrella de The Hills y la única víctima del clan que participó en The Real Bling Ring, recuerda haber temido por su vida cuando se dio cuenta de que alguien había irrumpido en su casa. Al ver el vídeo de vigilancia del robo, lidió con un sentimiento evidente de violación.
“Es repugnante de ver”, relata Patridge. “... Se robaron cosas sentimentales que fueron heredadas de abuelas y bisabuelas”. Ella afirma que el robo la dejó “más cautelosa y sin confiar en nadie ni en nada”. Más tarde, Christine Kee, fiscal adjunta en la oficina del fiscal de distrito del condado de Los Ángeles, califica el robo residencial como un “delito muy grave”, porque “no hay manera de recuperar esa sensación de seguridad dentro de tu propia casa”.
Prugo, Neiers, Lee y Tamayo se declararon inocentes en el caso. Prugo fue sentenciado a dos años de cárcel y al final cumplió uno. Según The Real Bling Ring, hoy en día tiene un negocio en línea con su esposo y solicitó el indulto del gobernador, además de un certificado de rehabilitación. Neiers fue sentenciada a 180 días en la cárcel del condado (terminó cumpliendo un mes) y tres años de libertad condicional. Ahora trabaja como defensora de personas con trastorno de abuso de sustancias, lleva 11 años sobria y tiene dos hijos. Lee fue sentenciada a cuatro años de prisión y cumplió 16 meses. Según US Weekly, se graduó de la escuela de cosmetología como estilista en 2018. Tamayo fue sentenciada a tres años de libertad condicional. Tanto ella como Lee han evitado en gran medida la atención del público en los últimos años.
Si hay una narrativa atemporal que se puede encontrar en el caso del clan Bling Ring, es una cuestión que se relaciona más con nuestra percepción cambiante de las celebridades en lugar de la supuesta obsesión de los adolescentes con la fama. El final de la década de los 2000 marcó una época en la que los reality shows, programas como Cribs de MTV y sitios web como TMZ y el blog de Perez Hilton (todos mencionados en The Real Bling Ring) coincidieron para crear una sensación de intimidad e inmediatez sin precedentes entre las estrellas y su público. Los límites entre las celebridades y el resto de nosotros parecían desdibujarse.
El escándalo del clan Bling Ring sucedió justo al comienzo del auge de las redes sociales. Al tomar el control de sus propias plataformas, las celebridades encontraron la manera de fomentar una sensación de intimidad entre ellos y el público, casi siempre en virtud de sus propios términos. Pero hay una falacia en esta sensación de cercanía: es evidente que los famosos han permanecido alejados y sus estilos de vida inalcanzables. Ese siempre ha sido siempre el objetivo.