Inversores se abalanzan sobre los psicodélicos, e idealismo da paso a la economía farmacéutica
El dinero llega a raudales a la incipiente industria de la medicina psicodélica, con decenas de nuevas startups biotecnológicas que compiten por estar entre las primeras en vender medicamentos que expandan la mente y ayuden contra la depresión, la adicción y otras afecciones de salud mental.
Si bien los psicodélicos todavía son ilegales bajo la ley federal, las empresas empujan para tratar de patentar ingredientes clave encontrados en los hongos alucinógenos, la ayahuasca y otras sustancias que han sido utilizadas de manera clandestina durante décadas o, en algunos casos, durante milenios por las culturas indígenas.
La repentina prodigalidad de Wall Street por los alucinógenos ha irritado a defensores y filántropos que desde hace mucho tiempo soñaban con hacer que los psicodélicos de bajo costo estuvieran ampliamente disponibles para la salud mental y el desarrollo personal. En cambio, muchos ven ahora un futuro muy diferente para medicamentos como la psilocibina y el LSD: como fármacos especializados, costosos y controlados por un puñado de empresas de biotecnología.
“Es decepcionante”, dijo Carey Turnbull, inversionista y filántropo que forma parte de la junta directiva de varias organizaciones psicodélicas sin fines de lucro. “Estas empresas con fines de lucro están acaparando toda la atención y dicen: ‘Wow, esta cosa es increíble; si pudiera patentarla, ganaría una fortuna’”.
Desde 2010, Turnbull y su esposa han donado millones para financiar investigaciones de psicodélicos a la Universidad de Nueva York, Yale y otros centros académicos de primer nivel.
Los resultados prometedores de esos estudios han causado una ola de interés popular sobre los psicodélicos, amplificada por libros, documentales y artículos que promocionan su potencial para remodelar el tratamiento de las enfermedades mentales, el trauma y los cuidados paliativos.
Pero en años recientes, Turnbull se ha centrado en desafiar lo que él y otros defensores consideran patentes frívolas presentadas por empresas que ingresan en este campo.
La mayoría de las startups psicodélicas están respaldadas por capitalistas de riesgo o inversores en tecnología que buscan al siguiente elemento capaz de “revolucionar” una industria. Detrás de una de las empresas más grandes, Atai Life Sciences, está el multimillonario de PayPal Peter Thiel, cuyo entusiasmo por los psicodélicos es compartido por muchos en Silicon Valley.
Alrededor de 50 empresas de este tipo cotizan ahora en las bolsas de valores, incluidas compañías que desarrollan drogas psicodélicas, retiros o programas de formación. Algunos analistas proyectan que la industria podría crecer a más de 10 mil millones de dólares en la próxima década.
Pero, recientemente, los inversores se han retirado entre recordatorios sobre los enormes desafíos de convertir drogas ilegales en medicamentos rentables.
Atai despidió al 30% de su personal en marzo pasado después de que su tratamiento para la depresión fracasara en un estudio clave. Las acciones han bajado entre un 80% y un 90% desde sus precios máximos en toda la industria, y varias empresas más pequeñas se están reestructurando o se declaran en quiebra.
“Están en este ciclo de hipérbole, pero luego te alcanza la realidad de tener que dirigir una empresa de biotecnología”, dijo Chris Yetter, de Dumont Global, que maneja una cartera grande de empresas de cannabis y psicodélicos. “Realizas ensayos de fármacos y algunos de ellos tienen éxito y algunos fracasan, y cada trimestre tu efectivo se agota”.
La crisis de liquidez recientemente obligó a realizar cambios fundamentales en la Asociación Multidisciplinaria para los Estudios Psicodélicos (MAPS, por sus siglas en inglés), la principal organización sin fines de lucro del sector.
Durante más de 30 años, los esfuerzos de MAPS se han financiado casi en su totalidad con donaciones de personas adineradas, incluidos multimillonarios como Steven Cohen, propietario del equipo de béisbol Mets de Nueva York, y Rebekah Mercer, donante política republicana. Por cuestión de principios, MAPS nunca ha patentado su trabajo.
Se espera que la rama farmacéutica del grupo, MAPS Public Benefit Corp., reciba este año la aprobación en Estados Unidos del primer medicamento psicodélico aceptado para revisión por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés): MDMA, o éxtasis, para ayudar a tratar el trastorno de estrés postraumático.
Pero a medida que las oportunidades de inversión se han multiplicado, las donaciones de beneficencia se han agotado. Recientemente, el grupo se vio obligado a aceptar inversores privados para continuar el financiamiento de la compañía farmacéutica, que cambió su nombre a Lykos Therapeutics.
“Somos víctimas de nuestro propio éxito”, dijo Rick Doblin, fundador de MAPS. “Es desgarrador porque esperaba llegar hasta el final con filantropía, pero no pude recaudar los muchos millones necesarios para hacerlo”.
Los psicodélicos nunca encajan en el modelo de negocio de un fármaco tradicional de gran éxito: un medicamento exclusivo y protegido por una patente que los pacientes toman de forma regular durante años.
Ninguno de los psicodélicos que se estudian actualmente es nuevo. Las drogas sintéticas como el LSD y el éxtasis han existido sin patente durante décadas. Las sustancias naturales como la psilocibina, que se encuentra en ciertos hongos, no pueden patentarse por sí mismas.
Y luego está el desafío de administrar fármacos que provocan visiones y experiencias intensas y desorientadoras. Todos los medicamentos que compiten por una aprobación de la FDA deberán administrarse bajo supervisión profesional, generalmente durante varias sesiones de terapia que duran entre seis y ocho horas cada una.
Todas esas horas y honorarios profesionales aumentarán los costos, que muchos analistas dicen que podrían oscilar entre 5.000 y 10.000 dólares por un ciclo de tratamiento.
Los ejecutivos de los psicodélicos dicen que la única manera de diferir esos costos es realizar estudios clínicos amplios y rigurosos requeridos para una aprobación de la FDA, lo que podría obligar a las aseguradoras a pagar por los psicodélicos. Pero financiar esos estudios requiere recaudar decenas de millones de dólares de los inversores, quienes normalmente solo respaldan a los fabricantes de medicamentos que tienen patentes rigurosas.
“La única manera de lograr ese acceso amplio y equitativo es con una propiedad intelectual sólida”, dijo Kabir Nath, director general de Compass Pathways, que estudia la psilocibina producida en laboratorio para tratar la depresión, la anorexia y otros trastornos.
Compass es una de las empresas más agresivas a la hora de intentar patentar su tecnología, con decenas de solicitudes presentadas ante la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de Estados Unidos.
Una presentación describe los “muebles suaves” y los “colores apagados” que decorarían las habitaciones donde los pacientes tomen psilocibina. Otra patente asegura tener una estructura microscópica específica en la psilocibina sintética de Compass, que la empresa afirma es especialmente adecuada para la producción masiva.
Los esfuerzos de la compañía han sido objeto de burla por parte de algunos investigadores, quienes señalan que ya en la década de 1970, los terapeutas psicodélicos habían codificado los entornos y técnicas descritos en las patentes de Compass.
“Simplemente parece un intento descarado de hacerse del poder”, dijo el neurocientífico Frederick Barrett, quien dirige el centro psicodélico de la Universidad Johns Hopkins.
Pero los intentos de impugnar las patentes de la psilocibina sintética de Compass no han tenido éxito, a pesar de años de trabajo de Freedom to Operate (Libertad para Operar), la corporación sin fines de lucro de vigilancia de patentes de Turnbull.
Otras empresas adoptan enfoques más creativos para patentar psicodélicos, como reformularlos como pastillas o películas solubles, o combinar LSD y éxtasis en una píldora. Los escépticos señalan que ese enfoque de combinar LSD y éxtasis, llamado “candyflipping”, se ha utilizado de forma recreativa durante décadas.
Uno de los esfuerzos de reformulación más fascinantes implica tratar de acortar la duración de la experiencia psicodélica, o incluso eliminarla por completo, sin perder los beneficios psicológicos para los pacientes.
La prisa por innovar preocupa a algunos psiquiatras que señalan las muchas preguntas fundamentales sobre los psicodélicos que siguen sin respuesta, incluidas cómo afectan exactamente al cerebro y cuánto tiempo podrían durar sus beneficios.
A medida que las empresas desarrollen más derivados y combinaciones de psicodélicos, descifrar sus fortalezas y debilidades será más difícil, dice el doctor Jeffrey Lieberman de la Universidad de Columbia. Si los investigadores no pueden demostrar claramente sus beneficios, corren el riesgo de sufrir otra reacción adversa como la prohibición federal de 1970 que acabó con la investigación sobre psicodélicos durante décadas.
“Los psicodélicos podrían tener enormes beneficios para el tratamiento de una serie de enfermedades”, agregó Lieberman. “Pero si lo hacemos mal y apresuramos el proceso, estos fármacos serán prohibidos nuevamente y se pierde esa oportunidad”.
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