AP Explica: ¿cómo llegó Uruguay a convertirse en una de las democracias más plenas de Latinoamérica?
El presidente electo de Uruguay, el opositor Yamandú Orsi, acompañará al presidente saliente Luis Lacalle Pou a la reunión de líderes del Mercosur en una muestra más de la madurez de uno de los sistemas democráticos más sólidos de la región.
Uruguay, de 3,5 millones de habitantes, aparece de forma sistemática como una de las mejores democracias no sólo de América Latina sino del mundo en las mediciones internacionales, un caso que contrasta con la fuerte polarización e inestabilidad política que caracteriza la región.
Tras la segunda vuelta presidencial de noviembre, en las que Orsi obtuvo 49,8% de los votos frente al 45,8% del candidato oficialista Álvaro Delgado, líderes mundiales alabaron la solidez del proceso electoral y el compromiso del país con la democracia, entre ellos el mandatario estadounidense Joe Biden, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el español Pedro Sánchez.
Los discursos de Orsi y Delgado plasmaron el tono conciliador que imperó durante la carrera electoral, marcada por el respeto y la armonía pese a las divergencias en la arena política. Mientras que Orsi celebraba la “larga vida al sistema republicano democrático”, Delgado aseguraba que, pese a la derrota, su coalición apoyaría aquellos proyectos que no estén “tan de acuerdo, pero sean necesarios para que el país avance”.
Poco después de conocerse los resultados el actual mandatario uruguayo Lacalle Pou anunció que había invitado a Orsi para que lo acompañara en Montevideo a la reunión del líderes del Mercosur y a otros compromisos oficiales.
¿Pero cómo llegó esta pequeña nación a ostentar el título de “democracia más plena” de América del Sur? A continuación AP explica los elementos para su consolidación democrática, sus implicaciones y los desafíos de cara a una región cada vez más fragmentada.
LARGA TRADICIÓN PARTIDARIA
Expertos coinciden en que uno de los pilares de la política uruguaya es la larga tradición de su sistema de partidos, cuyas dos formaciones fundacionales —el Partido Nacional y el Partido Colorado— nacieron prácticamente junto a la propia nación.
“Uruguay fue probablemente una de las primeras democracias relativamente consolidadas en América Latina y a eso le sumó la construcción de un Estado social también bastante original para el continente ya a partir del inicio del siglo XX”, explicó el politólogo Agustín Canzani a The Associated Press.
En la década de 1960, fuerzas de izquierda empezaron a delinear el Frente Amplio, cuya fundación se concretaría en 1971, dos años antes del golpe que culminó en la dictadura militar de 1973 a 1985. El país pasó entonces del bipartidismo al tripartidismo con la incorporación del Frente Amplio.
Si bien partidos de menor envergadura también estén presentes, el trío conforma las principales fuerzas políticas del país, con el Partido Nacional y el Colorado a menudo aliándose para contrarrestar el bloque izquierdista.
Pese a la irrupción de la dictadura las tres formaciones sobrevivieron a los 12 años de régimen militar y, desde la redemocratización, se han turnado en la presidencia.
Otro punto fundamental para la consolidación democrática es la alternancia del poder y la necesidad de crear alianzas a fin de asegurar la gobernabilidad.
“Cuando se retomó la democracia, se siguió construyendo esa estabilidad de haber acordado una salida (de los militares), de haber tenido elecciones y, a partir de ahí, Uruguay vuelve a la tradicional alternancia de partidos en el poder”, dijo la vicepresidenta del Frente Amplio, Verónica Piñeiro.
ALTO NIVEL DE PARTICIPACIÓN CIUDADANA
Otro factor que contribuye a la madurez política de la nación sudamericana es la inclusión de los ciudadanos en las decisiones y proyectos más importantes. Desde el plebiscito de noviembre de 1980 —propuesto por el gobierno militar con la finalidad perpetuarse en el poder y que fue rechazado, marcando el inicio de la caída del régimen— hasta las recientes votaciones sobre el sistema de pensiones y redadas policiales nocturnas, las consultas populares siempre han estado presentes en la política del país.
“La gente activamente participa en los procesos políticos”, apuntó Piñeiro.
Canzani complementó que las consultas también cumplen el papel de “limitar o moderar el poder de los gobiernos y de las estructuras partidarias” en la toma de decisiones.
Este año, la participación electoral volvió a rondar el 90%, tal y como sucede cada cinco años desde la democratización. Ello porque la cultura política es “altamente valorada y transmitida” tanto en los ambientes escolares como en los hogareños, opinó la estudiante de diseño Lara Sánchez, de 17 años y quien podrá votar a partir del año que viene, aunque siempre acompaña a su madre a las urnas.
“Somos un país muy pacífico y nos importa mucho la democracia. Claro que todos tenemos nuestras posturas, pero es cierto que cualquier candidato siempre va a querer lo mejor para el país”, dijo. “Esta tolerancia se observa también en el día a día, no sólo en el campo político”.
TEMOR A CAMBIOS DISRUPTIVOS
Así como pasó en varios otros países de Latinoamérica como Argentina, Chile, Paraguay o Brasil, la dictadura ha dejado marcas profundas en Uruguay, donde casi 400.000 personas —el 14% de la población— se vieron obligadas a exiliarse para escapar de la persecución política.
Los 12 años de régimen militar han abierto una herida en el imaginario social, por lo que los cambios bruscos pasaron a ser vistos con recelo y cautela.
“Alguien que juegue a irse muy a los extremos probablemente no sería un proyecto político exitoso”, matizó el politólogo.
La enfermera jubilada María Jesús, de 89 años, ha votado en todas las elecciones antes y después de la dictadura. “Los cambios súbitos que tuvimos nos llevaron al fascismo y eso sigue muy presente en la conciencia del país”, relató. “Somos un país muy chico y todos fueron afectados de una forma u otra”.
DESAFÍOS REGIONALES Y ESCENARIO INTERNO
A pesar de su buena salud, la democracia uruguaya no está exenta de los desafíos internos y el complejo tablero político regional, donde países vecinos se han visto golpeados por una nueva ola de inestabilidad —como es el caso del reciente fallido intento de golpe de Estado en Bolivia o la revelación de una supuesta trama golpista en Brasil que buscó derrocar a Lula da Silva tras las elecciones de 2022—.
Si por un lado la fuerte polarización que azota a sus principales socios podría dificultar el diálogo regional y la concreción de acuerdos, por otro la creciente crisis de inseguridad puede alimentar la insurrección de figuras populistas y políticas de tintes autoritarios en el escenario interno.
A eso se suma el reto de aumentar el ritmo de crecimiento económico —estancado desde la pandemia de COVID-19— y al mismo tiempo inducir procesos de redistribución del ingreso y de mejora de la calidad de vida, una de las principales quejas de lo uruguayos.
Y es que si bien figuras con discursos extremos o que no sean del mundo político todavía no han ganado fuerza, ya empiezan a aparecer, aunque de forma moderada.
“No estamos libres tampoco de quienes quieren generar alguna polarización tóxica, pero por ahora Uruguay logra salvarse de esa de esa situación en el contexto latinoamericano", evaluó Piñeiro. “Aquí la polarización también existe, pero hasta... no es dañina, sino que muestra opciones diferentes”.