Codo a codo, muchos dejan atrás enemistades y buscan juntos a los desaparecidos de Colombia
De tanto en tanto, Gustavo Arbeláez encara a colombianos que sufrieron a causa de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la poderosa guerrilla de la que formó parte durante el conflicto armado que se extendió por cinco décadas en su país.
“Jamás me arrepentí de haber sido guerrillero”, dice Arbeláez, quien firmó un divisivo acuerdo de paz con el gobierno junto a otros 13.600 combatientes en 2016. “Pero ahora veo que a quienes desarrollamos la guerra se nos perdió el concepto de la vida como algo digno y olvidamos el daño que produce no sólo a una persona, sino a su comunidad”.
El conflicto entre guerrilleros, paramilitares, capos de la droga y el gobierno dejó más de 450.000 muertos y 124.000 desaparecidos. La cifra se suma a otras de América Latina, donde miles han desaparecido bajo circunstancias similares.
En Colombia, sin embargo, ahora se desarrolla algo peculiar. Para sanar viejas heridas y encauzar la reconciliación, algunos ex-FARC, funcionarios, antropólogos forenses y líderes religiosos trabajan mano a mano para encontrar a quienes la guerra desapareció.
Una paz divisiva
El acuerdo de 2016 le valió un premio Nobel de la Paz al entonces presidente Juan Manuel Santos. No obstante, ni él ni sus sucesores lograron terminar con la violencia endémica, el desplazamiento y la desigualdad que dieron origen al conflicto en los años 60.
Tras convertirse en el primer mandatario de izquierda en 2022, el exintegrante de la guerrilla M-19, Gustavo Petro, ha impulsado una política de “ paz total ”. Su objetivo es desmovilizar a los guerrilleros que aún quedan en el país y terminar con las bandas de narcotráfico.
Sin embargo, las negociaciones con el grupo rebelde más importante de la actualidad, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), están en crisis y los ataques volvieron a escalar. En paralelo, acciones violentas de células que se denominan disidentes FARC y mafias del narcotráfico siguen afectando al país.
“La firma de paz no solamente es un tema de dejación de armas”, piensa el sacerdote católico Arturo Arrieta, quien encabeza iniciativas de derechos humanos en Palmira, una ciudad del suroeste donde se exhuman restos en un cementerio administrado por la iglesia.
“En Colombia se ha politizado el tema”, añade. “Hay un retraso en la implementación de los acuerdos, la paz está desfinanciada y se empiezan a activar ciertos mecanismos pero muchas cosas no se han podido hacer”.
Del acuerdo nacieron tres instituciones clave para las tareas de búsqueda: la Comisión de la Verdad; la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que invita a quienes cometieron crímenes a aportar información y acciones de reparación para evitar las penas carcelarias, y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, cuyo personal rastrea los casos derivados del conflicto, exhuma restos y los restituye a familias que llevan décadas en pena, como la de Doris Tejada.
“Han pasado 17 años y duele mucho”, cuenta Tejada, quien encontró los huesos de su hijo en 2024. “Le pedía a Dios todo el tiempo que me ayudara. Todavía estamos viviendo el duelo”.
Óscar Morales desapareció en 2007 tras desplazarse a la frontera con Venezuela para reunir algo de dinero vendiendo ropa. Tejada se enteró después que se convirtió en un “falso positivo”, como se denomina a los 6.402 civiles que fueron asesinados por militares y registrados como guerrilleros durante el conflicto.
Algunos funcionarios se han disculpado públicamente por las ejecuciones extrajudiciales y hay militares involucrados condenados a prisión, pero también hay quienes se niegan a reconocer que el Ejército cometió crímenes tan atroces como las guerrillas.
“Yo he sido muy visible”, cuenta Tejada, quien se tatuó el rostro de Óscar en el brazo para tenerlo presente. “Si esto se va a quedar en la impunidad, que todo el mundo sepa que lo que yo más quería era rescatar el cuerpo de mi hijo y darle cristiana sepultura”.
“Todos merecen ser buscados”
Arbeláez se unió a las FARC en los años 80 en Valle del Cauca, una de las regiones más afectadas por la guerra. Según cuenta, su vida se vio amenazada mientras era dirigente universitario, así que eligió el camino de las armas.
“Nadie decide, desde niño, ser jefe paramilitar, guerrillero, narcotraficante o manejar una oficina de sicarios”, asegura. “Hubo particularidades que nos llevaron a tomar esas decisiones y uno no es dueño de la verdad, así que aún tenemos que entender el porqué de este conflicto que nos llevó a matarnos entre colombianos”.
Tanto las fuerzas estatales como los grupos ilegales fueron responsables de los asesinatos, secuestros y desapariciones. De acuerdo con la Comisión de la Verdad, los paramilitares cometieron un 45% de los asesinatos, mientras las guerrillas —en su mayoría FARC— encabezaron un 27% y agentes estatales un 12%.
Como parte de sus compromisos hacia el acuerdo, Arbeláez ha comparecido ante la JEP para compartir información que aporte a los esfuerzos de búsqueda y trabaja con la Corporación Reencuentros, constituida por más de 140 exguerrilleros que ahora buscan a colombianos desaparecidos.
Entre ellos, hay rebeldes que murieron en combate y fueron enterrados por sus camaradas en medio de la montaña para esconder los cuerpos y evitar que los militares los exhibieran como trofeos.
“Siempre que la fuerza pública se llevaba a nuestros hombres, nos partía el alma”, cuenta Arbeláez. “Entonces, nos desaparecíamos a nosotros mismos”.
Dada la división que inflama el proceso de paz, algunos colombianos han criticado la búsqueda de exguerrilleros. De acuerdo con la Comisión de la Verdad, las FARC fueron responsables del 24% de las desapariciones y hay víctimas que reprochan que, a través de sus ataques y secuestros para financiar sus operaciones, los rebeldes causaron muchísimo dolor.
Durante una ceremonia reciente en la que Corporación Reencuentros restituyó los restos de un exguerrillero a sus familiares en Cali, la pareja de Cristián Pérez dijo que su búsqueda fue estigmatizada por años, como si los familiares de los excombatientes no tuvieran derecho a encontrarlos.
“Independientemente del espectro político, de la preferencia religiosa, del lugar étnico, todos somos seres humanos, todos tenemos una familia que ve por nosotros”, dijo Marcela Rodríguez, de la unidad de búsqueda en Valle del Cauca. “Esa fue la reflexión con la que nació la unidad y lo que nosotros estamos tratando de hacer presente”.
La paz llegará con los desaparecidos
Hasta finales de 2024, la unidad de búsqueda —que únicamente aborda las desapariciones ocurridas en el marco del conflicto— había encontrado a 31 desaparecidos con vida y restituido 354 restos a familiares.
Trabajadores de la institución han relatado que los restos podrían estar en sitios como cementerios, vertederos de basura, hornos crematorios y ríos de corrientes fuertes.
Dada la geografía colombiana y los lugares tan remotos que alcanzó el conflicto, el personal en ocasiones tiene que transportarse en mula hasta por ocho horas a través de caminos sinuosos para alcanzar sitios de interés.
Aun así, dijo el antropólogo forense Juan Carlos Benavides en un documental que se estrenó recientemente y detalla cómo opera la unidad, todo vale la pena. “Encontrar un cuerpo es un desaparecido menos en Colombia, pero es la paz de una familia entera”.
Para quienes llevan décadas de búsqueda, la paz es una idea compleja de abordar.
“Todos los días uno piensa qué les hicieron”, cuenta María Fénix Torres, quien ha buscado a dos hermanos gemelos desde 2007. “Es terrible”.
La última vez que vio a Alexander y Henry fue cuando salieron de casa rumbo a una reunión. Ambos fueron reclutados desde niños para trabajar en minas de esmeraldas, industria que históricamente se ha visto afectada por confrontaciones y violencia.
Mes a mes, Torres organiza una misa para rezar por sus hermanos y renovar sus fuerzas. Actualmente, la iglesia es punto de encuentro de su familia, que se distanció tras las desapariciones.
“Me han dicho que deje de estar buscando a mis hermanos y hablando de las minas porque me van a matar”, cuenta. “Pues que me maten. Nunca me he escondido y voy a buscar a mis hermanos hasta que Dios me lo permita”.
Desde Cali, Melba Bernal lidera su propia lucha propia para buscar a su hermana, quien era miembro de Unión Patriótica, un partido político fundado por las FARC, y desapareció en 1988.
“Yo llevo 36 años buscando a mi hermana y me parece inaudito, doloroso, injusto”, dice. “Yo le pido a Dios que nos la devuelva, que se haga justicia”.
Según testimonios, Olga fue capturada por policías de inteligencia que la torturaron, la trasladaron a un hospital para tratar sus heridas y la entregaron a un comandante de policía que ha negado su responsabilidad.
Según Bernal, su madre siempre buscó a Olga con vida. Hasta antes de morir hace un par de años, solía ver los rostros de las personas en situación de calle esperando encontrar sus ojos.
Es doloroso, dice Bernal, que su sobrino de 41 años no tenga recuerdos de su hermana. Rara vez habla de ella, asegura, pero Bernal piensa que si algún día encuentra los restos de Olga, él los esparciría sobre el agua.
“En el mar, en los ríos, uno encuentra descanso, fluidez, paz”.
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